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Mientras tantoNotas sueltas -apátridas- (en mi cuaderno de verano):

Notas sueltas -apátridas- (en mi cuaderno de verano):


Tenía ganas de que llegara este momento. Unas ganas terribles, locas de teñir con el azul del mar mi verano, despertar en otra cama que también es mía pero que es distinta, mucho más revuelta y que, con menos sábanas, acoge aún a los mismos compañeros de sueños. Tenía ganas de ese soñar con las maletas de siempre, pero soñarlas bajo otro cielo más limpio y nuevo y sentir la caricia del sol en mi cara mientras desayuno en la terraza y dejarme llevar y despejar mi cabeza y llenarla de aire, de vida, de palmeras, de olas… sentarme, contemplar la brisa y oler la sal.

El invierno ha sido difícil, pero aquí estoy, viva, respirando a bocanadas y contemplando este paisaje inigualable, intentando atraparlo en mi memoria, avariciosa, queriendo hacer mío cada minuto, cada segundo, mientras escribo en mis viejos cuadernos y mis pensamientos se revuelven entre palabras solitarias, que vuelan por mi habitación como si llegaran arrastradas por las olas, embotelladas, quizá mensajeras de mil pequeños deseos por cumplir.

Días tranquilos estos del verano, lentos, perezosos, casi aburridos de despertar. Días perfectos para dejar de estar pendiente del móvil, del reloj, acaso una mirada furtiva para comprobar que el tiempo no se ha parado, que sigue su curso, vivo pero lento, tanto como sigo yo al mío. Lentamente. Ese tiempo perfecto para mirarnos al espejo y desnudarnos por dentro y también por fuera, en un alarde que nos muestre tal como somos, sin esos artificios que arrastramos todo el invierno, ya por costumbre. Un verano en el que suena la misma música lenta y triste de siempre pero que aquí, y ahora, parece distinta, como si sonara de otra forma, más melodiosa y dulce tal vez, como si conmigo, también esos grises recuerdos y esa triste rutina se hubiera tomado sus propias vacaciones…

Por eso no quiero sonrisas torcidas, ni esos enfados tontos que, carentes de “porqués”, te dejan tan maltrecha. No quiero nada que no sepa y huela a mar y tranquilidad. Estos días son míos… no quiero que nada ni nadie los ensucie.

¡No! … ¡Me niego! … Ni siquiera los gritos del vecino enfurecido porque sus hijos no le dejan dormir la siesta…. no… ni siquiera esa maldita radial del obrero de abajo … ¡No! …. Nada puede enturbiarme estos días.

Ni siquiera tu ausencia. Ni siquiera tu silencio.

Es el momento de olvidarse de todo, de nadar entre sirenas y de centrarse en los niños que juegan revoltosos y felices chapoteando en el agua, salpicando de vida las ardientes mañanas de playa, construyendo castillos de príncipes azules y ranas, mientras devoro libros prestados bajo la sombrilla. Es el momento de disfrutar de ese maravilloso arroz que sólo aquí saben preparar con tanta sabiduría -de saber, de sabor…- y disfrutar de ese olor a jazmín que perfuma cada noche, de ese olor a vainilla y stracciatella que sale de la heladería italiana.

[Y ese instante en que el gato negro del vecino se cuela por mi ventana, mientras invento un nuevo sueño, y me mira con esos hipnóticos ojos de cristal verde y me sobresalto para decirle que no, que no quiero compartir mis sueños, que nadie me robe lo único que tengo… menos aún, un gato negro saciado de apetito y de caricias en el lomo]

Ahora que tengo el mar en el cuerpo, que los kilómetros parecen océanos, no quiero que esto se acabe. Así que antes de cerrar la ventana y echar todo esto de menos, me voy a deshacer todos estos nudos que atan mi vida, voy a intentar hacer pie en medio de este maremágnum y respirar y llegar a la otra orilla sin naufragios … bajar la maldita maleta de lo imposible de lo alto del armario y vivir … Sí. A vivir, que son dos días!

 

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Foto: El Campello (Alicante)

 

 

 

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