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Desde el alma a los pies. Cincuenta apotegmas entre lo clínico y lo ético

A mis hijos, Pedro y Mario

[Dos presuntos desencadenados y un tercero a punto de salir]
A punto de cumplir cincuenta años, me doy esta licencia que solo deberían permitirse las grandes personalidades. Como no las encuentro, he decidido concedérmela. No se trata de un alarde socrático del tipo: ¿quién soy yo para desmentir al oráculo? Ningún vecino mío ha ido a Delfos, no conozco a Querefonte, pero reconozco entre los vivos y entre los muertos signos de un conocimiento superior, una especie de afinidad corporal de los espíritus, alejada de cualquier superioridad al uso. Consciente de esta paradoja (no encuentro grandes personalidades, pero sí las reconozco), me he propuesto elaborar una lista de preceptos, imperativos, algunos de los cuales pasarán por categóricos cuando son simples recomendaciones, mandatos hipotéticos, y viceversa. Porque no soy un dechado de virtudes, tiene sentido que me entrene. Más vale crepúsculo razonable que triste juventud.

 

Casi siempre lo innegociable se expresa con suma concreción, mientras que lo negociable adopta un aire universalista y abstracto. Entre el reconocimiento y el encuentro, la diferencia estriba quizá en el temperamento del que lleva a cabo esta distinción. No he parado de “reconocer” y, sin embargo, apenas he “encontrado”. La culpa es mía. Esta licencia que me tomo es una manera de asumirla. Como dijo algún sabio moderno: si vale para otros lo que escribo para mí, tanto mejor. Por mi parte, aún no sé si valdrá para mí, pero tengo la esperanza de que a otros les permita escribir algo más solemne u obsceno, trascendental o sencillamente bello: encantador y ligero. He intentado evitar los barroquismos con que la falta de genio busca su particular consuelo, confundiendo la magnificencia, hoy tan discreta, con la palabrería, la técnica y el ingenio.

A algunos recordatorios les acompañará un “reconocimiento”: el nombre y el pensamiento de un autor, incluidos textos breves. Aunque solo sea por eso, habrá valido la pena el pequeño esfuerzo. Si no nace una flor, plantaré un florilegio. Como este no es un trabajo académico, me exonero de la responsabilidad de citar conforme a los usos establecidos, como por otra parte acostumbran a hacer autores de prestigio indiscutible y solvencia editorial. Si los administrativos de La Cultura me exigen certificados con mucho gusto procederé.

Así y todo, de acuerdo con cierta tradición moral (¿y qué otra cosa es la ética, sino el pensamiento de ese “acuerdo”?), dedico esta colección de sentencias a mis hijos, este serio divertimento rayano en lo clínico, estrepitosamente occidental (ni esquimal ni bantú), medio siglo después de que su padre naciera y dos mil quinientos años más tarde de la época que le habría gustado vivir, sin que en ello medie disgusto por el tiempo que nos toca, que siempre será el nuestro y, cumplida la maldición china, resulta ser muy interesante.

No son tiempos para grandes tratados, apenas toleramos brebajes. Nos hemos convertido en marineros que otean desalentados la falta de horizontes. Entretanto, seguimos echando las redes. Algunos pececillos serán capturados: grises, de colores y este o aquel despistado, espécimen tenebroso y abisal. Otros de gran tamaño serán tanteados, menos el segundo pez más grande del mundo (el primero se enreda en sí mismo, va lleno de vida y se confunde con la jarcia). Al marinero le cabe abandonar el barco, estirarse sobre la superficie de las aguas, aprovechando la calma chicha, y hacerse el muerto. Esa postura es la impostura de quien se la puede permitir.

¡Tiburón peregrino! Metáfora de la muerte que, por ahora, devolvemos al mar.

*    *    *

  1. No te desveles por el hecho de no desvelarte; recuerda que la verdad no es lo más importante, sino lo que haces con ella.

Contra la opinión común, no suele el filósofo conocerse a sí mismo: (se) investiga. Así lo dice Heráclito: “Me investigué a mí mismo”. Una verdad personalísima carece de sentido objetivo, como si el tiempo cesara al formularla, y, sobre todo, de valor subjetivo, como si uno debiera permanecer anclado en dicho conocimiento a la espera de la muerte que lo verifique. Uno es dos, por lo menos, mientras discurre sobre sí mismo. Otra cosa es el paso del dicho al hecho, del pensamiento a la acción. Ese es el trecho en que fulano, mengano y zutano pueden coincidir. Trinidad profana de un solo cuerpo: yo es la fe de perengano.

  1. Si has tomado la decisión, llévala a cabo.

           Evitando la prevención tanto como la precipitación, afirma Descartes. La     decisión no está sujeta a cálculo rutinario y garantista. El caballero Bertrand Russell creó la fórmula decisiva por elemental respecto al carácter incierto de toda decisión, tomada “con vigor y sin certeza”. De Hegel a Jacques Derrida: “El ejemplo es la única visibilidad de lo invisible (…) Y la pasión es siempre un ejemplo”. Si eliges con pasión y a conciencia (esto último en la medida de lo posible), no te lamentarás. Si aun así te lamentas, no te arrepentirás. ¿Es preciso decirlo? Cuanto más conozcas, mejor.

  1. Si no llevas a cabo la decisión que has tomado, concédete un tiempo antes de volver a engañarte.

Quien no quiere los medios no quiere el fin, advierte Kant. Una decisión comporta la ejecución de lo decidido. De lo contrario se ha tomado una indecisión, con la falta de riesgos que comporta. Acaso la tibieza será compensada, para los creyentes apocalípticos, con el vómito de Dios, o en el vestíbulo del infierno de Dante, para los amantes de la justicia poética, con las picaduras y mordiscos de mil bichos.

  1. Si la decisión tomada y llevada a cabo te ha conducido al fracaso, enorgullécete y rectifica en adelante.

No se trata solamente de fracasar otra vez y mejor, según Samuel Beckett. Más difícil es reorientar el fracaso en la única dirección que libra a la voluntad del empecinamiento. La solución escéptica siempre es posible, aunque inviable por mera intención. Al arrojar desesperado la pintura sobre el cuadro, relata Sexto Empírico, Apeles consiguió lo que tanto se le resistía: la espuma del caballo.

  1. Si no hay futuro tras la decisión que te ha llevado al fracaso, contempla alegremente tu pasado.

Grandes poetas lo han dicho. John Ashbery, por ejemplo: “todo lo que fue, es, y habrá de ser”. La alegría de la contemplación es compatible con la tristeza profunda. La omnipotencia es impotente ante las potencias coaguladas del pasado. Dios no puede hacer que lo que fue no haya sido, aseveran los teólogos. Siendo así, y puesto que al fin resta “un efecto”, ya sea en tu memoria, ya sea en el recuerdo que dejas, no des tanta importancia al resultado. Ni Aristóteles ni el cine clásico pueden prescindir de la trama, antes del aplauso final o de la decepción que anteceden al reencuentro con lo cotidiano.

  1. Si te ha abandonado la alegría, abandónate.

No hace falta ser Simone Weil ni morir antes de tiempo para reconocer la verdad de este pensamiento: “La desdicha endurece y desespera porque imprime en el fondo del alma, como un hierro candente, un desprecio, una desazón, una repulsión de sí mismo, una sensación de culpabilidad y de mancha, que el crimen debería lógicamente producir y no produce”. El abandono perfecto es el único crimen psicológico que merece la pena cometer; el egocidio es tumba y umbral al mismo tiempo.

  1. Si después de abandonarte no recuperas el sentido del sinsentido, entristécete.

La filosofía sirve para entristecer, afirma Gilles Deleuze contra los representantes de la alegría oficial, oficiales de la tristeza semiconsciente. Lo más triste es la previsibilidad mortecina del sentido absoluto e inmutable. “Ha recuperado el sentido”, se dice cuando alguien despierta de un desvanecimiento o sueño inducido. Recuperarlo es una acción. Nadie recupera nada quedándose quieto, excepto los taoístas verdaderos que nada anhelan (o los filósofos franceses incapaces de armar una revolución).

  1. Si estás muy triste, intenta producir algo.

El eufórico creador es un gran embustero, engaña a la tristeza y convierte su abismo en surtidor de bienaventuranzas. Los genios melancólicos han producido grandes obras y, casi todos, ninguna.

  1. Si te resulta imposible producir algo desde tu más profunda tristeza, inventa un dios.

O ponte de rodillas, aconseja Blaise Pascal. La creencia es la forma más sofisticada del conductismo. A Dios, si existe, no le va a desagradar que lo reinventes; otra cosa no puede hacerse con Él.

  1. Si el dios inventado te salva, conságrate a él.

Sostiene Roberto Calasso: no se trata de evitar a los dioses, se trata de no equivocarse en la elección. ¿A qué te entregas? La ética es originariamente un dispositivo apotropaico, defiende al mortal de la arbitrariedad del dios. Ahora no es menos necesaria que en su origen. Los dioses hodiernos (Mercado, Estado, Espectáculo) son tan arbitrarios como los antiguos. Sin embargo, carecen por completo de elegancia. Sujetos a figuraciones palurdas, son dioses-tropel a los que hay que filtrar por el embudo necesario. Sé tú ese embudo en lo que a ti concierne.

  1. Recuerda que “el prójimo” no es una abstracción, sino aquel que te solicita.

El propio Freud, buen conocedor de las Escrituras, confunde al prójimo con el hombre-lobo hobbesiano (en versión tanatológica). El prójimo es el inmigrante, el perseguido, el enfermo, el mutilado, siempre el pobre, “este” de aquí. Nunca es un concepto. Quien hace del asesino su prójimo ha dado el único salto en verdad religioso. El hombre muerto en la cruz es su paradigma y testigo.

  1. Recuerda que solo estás obligado a amar al prójimo si te amas a ti mismo.

La obligación es devoción; el prójimo no está obligado a corresponderte. Siempre cabe la posibilidad de que arremeta contra ti después de socorrerle. Eso enaltece tu acción, porque será el fruto de una determinación consciente. Memoriza el verso de Rimbaud: “¡Nos sabíamos tan fuertes, que quisimos ser amables!”.

  1. Recuerda que no debes amarte demasiado.

Al ignorar tus debilidades, desconocerás tu mejor potencia. Por eso, no te perdonarás: ¿qué ibas a perdonarte?

  1. Recuerda que la correspondencia en el amor no significa fusión ni reverencia.

El sentimentalista es un romántico bruto, feróstico a la sazón, mientras que el buen romántico se enfrenta a un desnivel: ya se trate de una asimetría sociológicamente superable, diferencias de clase, por ejemplo, o de una simetría irrealizable por (sin)razones jurídicas, cuando “el derecho” emana de la sangre. El adulterio y la blasfemia sexual el sexo es lo más religioso han producido sutiles obras, sublimaciones teológicas, razones más genitales que seminales, han elevado los instintos a la categoría de mártires, hasta que la reacción naturalista puso a “la víctima”, los lectores, ante el espejo de la cruel verdad: usted, señor, usted, señora, no pueden permitirse el lujo de ser los protagonistas de esta historia. La fusión es propia de amos que disimulan su condición y de sumisos que veneran la heteronomía hasta alcanzar el tope de su miserabilismo.

  1. Recuerda que la falta de correspondencia, en el amor, equivale a desgracia.

El veredicto de Karl Marx es materialmente inapelable: “Mientras ames sin conseguir correspondencia, es decir, mientras tu amor no suscite como tal una respuesta amorosa, mientras no consigas que la expresión de tu vida amorosa te convierta a ti mismo en un hombre amado, tu amor es un fracaso, una desgracia”. Pocos tienen la fortuna de desconocer esa desgracia. Algunos se ganan la fortuna, habiéndola conocido, de transformarla en gloria bendita, vencida la natural maledicencia. El amor no correspondido que persiste silencioso en su entrega es la gracia del amor, la caricia asexuada de los benditos.

  1. Ten muy presente que la idealización de la persona amada conduce a la idolatría, antesala de la destrucción.

Contra la versión popular del amor platónico: idealizar lo finito es exponerlo a un riesgo infinito, de la idolatría a la destrucción (por odio y frustración). Nada comprende quien ama así. Ante la adversidad, en los reveses del afecto, caben tres estrategias: pliegue, repliegue y despliegue. Son el antídoto contra la mistificación de la pena adherida a las entrañas: trabajo, espíritu y un poco de diversión.

  1. No olvides que una persona no es una idea, aunque a cada una le corresponda una imagen ideal de lo que “es”.

Que el amor “idealiza” no es un descubrimiento de Stendhal, pero a él se debe la perfecta metáfora de la cristalización, aprovechada por Ortega y Gasset: “Si en las minas de Salzburgo se arroja una rama de arbusto y se recoge al día siguiente, aparece transfigurada. La humilde forma botánica se ha cubierto de irisados cristales que recaman prodigiosamente su aspecto. Según Stendhal, en el alma capaz de amor acontece un proceso semejante”. Un ser humano se empobrece y malogra en relación con una imagen latente de sí. Puede llamarse “alma” a la idea que late en cada uno, especie de imagen, una imagen muy especial, rotunda como un objeto inaprensible. Una aureola de barro caliente. (O, con palabrita de Lacan, la “extimidad” que somos y que, sin serlo a la manera de un ente, nos debilita o refuerza, nos constituye). El psicobasurero de la autoayuda evita al individuo la obligación de construirse un alma, sustituye el divino artificio por un monigote o un Frankenstein de serie: ¡empodérate!

  1. No olvides que una imagen ideal es “simplemente” una idea (irreductible).

En la simplicidad de la idea se encierra la riqueza (completitud) de toda imagen. Sucede con un cuadro, con un discurso y con una persona. A la percepción se le añade un suplemento que va por delante. Esta prolepsis o expectativa reconcilia o desengancha lo anterior con lo posterior, establece un criterio para el presente. Toda crisis es una crisis de imagen.

  1. Juzga con benevolencia la imagen rota.

La misericordia es la forma antigua de su estándar psicológico secularizado, la empatía. Desde la catarsis trágica hasta la simpatía universal, teorizada por el moderno David Hume, el instinto que distingue lo bueno de lo malo arraiga en la confluencia entre lo interior y lo exterior. Si no nos quejáramos nunca, nos resultaría indiferente la expresión dolorosa del prójimo. Una sociedad que ritualizara el rompimiento de espejos por parte de los niños se libraría de dos cosas: de la creencia en la mala suerte y del psicoanálisis.

  1. No te hagas una imagen demasiado nítida de ti.

Véase apotegma 1.

  1. Acaricia los cristales rotos, evitando los filos.

Es una forma de amar al prójimo (véase apotegma 11), la única razonable.

  1. Enamórate cuantas veces te lo pida el cuerpo.

“Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, repiten los amigos de Baruch de Spinoza. Es más fácil saber lo que pide… No se trata de venerar la inconstancia (no es un precepto: el cuerpo manda en lo que demanda) sino de aceptar la ilusión de lo real, aunque te niegues a explorarla.

  1. Desenamórate cuantas veces te lo pida el alma.

Contra el cinismo reduccionista de los que conciben el deseo como una montaña rusa: el deseo es, en efecto, una montaña rusa. Cambiarse de vagoneta en plena marcha exige mucho coraje, o verdadero amor.

  1. No rindas homenaje a ningún tótem derribado, o se vengará de ti.

A la servidumbre voluntaria (La Boétie) y superada le sigue, a veces, una angustia condescendiente que acaba convirtiendo al tótem descabezado en dueño y señor, patrocinador de tus culpas e inspirador de tus vicios, con los que el tótem fabricará sus virtudes a modo de venganzas.

  1. Rinde homenaje a los restos del tótem, siempre y cuando sean restos.

Lo que resta del tótem, divídelo en tantos pedacitos como fractales concibas de tu inexistencia anterior.

  1. Elige como si la supervivencia material de la especie no dependiera de ti.

No renuncies a la alegría pese a todo, no te dejes abatir por la injusticia. Sé, en esto, como Albert Camus: “Para corregir una indiferencia natural, me vi colocado a mitad de camino entre la miseria y el sol. La miseria me impidió creer que todo está bien bajo el sol y en la historia; el sol me enseñó que la historia no lo es todo”. Evita las fruiciones estéticas en carretera; enseñoréate bajo un árbol, nunca de frente.

  1. Elige como si las vivencias de la especie dependieran de ti.

Elige humanamente; otra cosa es imposible. Pero recuerda al muy sensato Aristóteles: el hecho de no ser dioses nos permite contemplar lo más divino que hay en nosotros (véanse apotegmas 9 y 10), desde el alma a los pies.

  1. No te desentiendas de los materiales de supervivencia; de ellos dependen tus más elevadas vivencias estéticas.

No reconocer tu posición en el mundo te convierte en un soberano idiota, pero el reconocimiento no implica que debas relativizar tus pretensiones, sobre todo si la tensión te precede como si no procediera de ti, ni que debas ponerlas necesariamente al servicio de las condiciones materiales que las hacen posibles. Las diferencias electoralmente codificadas entre las llamadas “izquierdas” y “derechas” obedecen a posiciones interesadas, muy poco interesantes, que encubren las necesidades reales, también estéticas, de sus representados. Robespierre ataca la literatura sentimental ante la Asamblea porque entiende que los juegos de la intimidad producen un arte al servicio de la casta, contrario al interés general. Hoy la intimidad es el objeto de deseo de la especulación política, siempre intervencionista, y del manoseo psicologista al servicio del atomismo social. (En realidad, no hay riesgo de subsunción: cuando el objeto se obtiene, lo íntimo se privatiza). El devenir de las artes a lo largo del siglo XX, con su bagaje de exilios, persecuciones, encierros y asesinatos, convierte al creador en un sujeto sospechoso para unos y otros. ¿Entonces? La posibilidad de un artista “de centro” es la derrota del arte que descoyunta los espacios: compone, recompone, descompone. Quien vive en “las alturas” se la juega a cada instante; los topos, también.

  1. Reconoce en el amigo lo que es, una manera de saberte (verte) a ti mismo.

Nietzsche prefería la amistad al amor posesivo: “Hay aquí y allá sobre la tierra una especie de prolongación del amor en la que ese mutuo anhelo codicioso de dos personas ha cedido el paso a una nueva ansia y codicia, a un común anhelo superior de un ideal sublime: mas ¿quién sabe de este amor?, ¿quién lo ha experimentado? Su verdadero nombre es amistad”. Empero, hay también amistades celosas. Son peores que el mal amor; líbrate de ellas.

  1. No traiciones la amistad.

En la amistad y en la enemistad, evita las tres “tes”: al traicionero, al tornadizo, al torticero. Así como hay amistades indignas donde la traición cede al desengaño, también hay dignas enemistades. Esto suena épico, y lo es. Es la impronta del ethos en su origen. Los campos de batalla permanecen, aunque las reglas de la lucha cambien.

  1. Si traicionas a la persona amada, piensa si puede ser tu amiga.

La tristeza (por la pérdida) y la benevolencia (aplicada a la transmutación: para paliar la pérdida) son los instrumentos de este poder casi impensable. A los grandes estómagos les resulta más fácil superar el trago.

  1. Si la persona amada y traicionada no puede ser tu amiga, bésala en la frente y vete.

Un personaje de película (Tous les soleils) dice así: están los vivos, los muertos y los ausentes. La ausencia es el destino menos indigno y más cruel de una ruptura irremediable. Si la persona traicionada eres tú, puedes apartar la frente.

  1. Reconoce al déspota a simple vista.

Es muy sencillo, excepto si se trata de ti.

  1. Si no has reconocido al déspota, escóndete en el bullicio.

En el bullicio adecuado, se entiende.

  1. Si puedes convencer al bullicio, vigila tu espalda.

Siempre hay infiltrados, gentes como tú que persiguen otros intereses.

  1. No des la espalda al bullicio convencido.

La barahúnda convencida recibe el nombre de “pueblo”. Cuídate de él.

  1. Si el déspota te ofrece un pacto, rehúsa amablemente.

Hazlo en nombre del pueblo.

  1. Usa tu inteligencia contra el despotismo.

Empezando por el tuyo. Cuídate de la exclusión altiva, de creerte fuera del bullicio, a diez años luz (culturales) de la barahúnda. Vale aquí lo que E. P. Thompson afirma del XVIII inglés: “Esta industria capitalista boyante flotaba sobre un mercado irascible, que podía en cualquier momento desatarse en bandas de merodeadores”. Merodea, merodea. Con buenas intenciones si quieres; alrededor de tus prejuicios. Recuerda el adagio de Wallace Stevens: “El dinero es una forma de poesía”. La avaricia es la métrica del hombre común, ministro o turbamulta.

  1. Recuerda que la inteligencia es prudente.

Hay dos modos de pensar. Uno se distancia de su objeto, recibe el nombre de teoría. Otro se sumerge en su objeto, recibe el nombre de poesía. La praxis es la prudencia que vincula. Los temperamentos teóricos se avienen mejor con los temperamentos poéticos, y al revés, que con las actitudes prácticas. Es así porque las actitudes que se definen a sí mismas como “prácticas”, en un alarde de realismo instrumental, denotan por lo general una falta completa de aptitudes, que disimulan pragmáticamente.

  1. Concibe el conocimiento como una forma de amor que hace justicia a sus objetos, trascendiéndolos.

Trascender el objeto es cobijarlo, darle género y especie, o liberarlo, llevándolo al calor de su propia intemperie. Dos bandos toman posiciones. Uno busca las cosas mismas, el fenómeno “en persona”, incluyendo sus aspectos ocultos, renuentes a la evidencia, librando al pensamiento y a “lo dado” realidades o idealidades de los encierros naturales (objetivos) de las ciencias y el positivismo. El otro se entrega a las imágenes, al devenir inocente, celebra la renuncia del pretendiente a su rol para mayor gloria del instante, del simulacro, del acontecimiento. Al margen de las riñas de escuela, mecanismos para la supervivencia de los epígonos, la gran orquesta no puede prescindir de los virtuosos bandidos de uno u otro lado. La batuta se empuña sola en la mente del lector/demiurgo.

  1. Concibe el poema como una forma de conocimiento que hace justicia a sus objetos, devolviéndolos a su lugar de origen.

La vida son peras y manzanas. La poesía no suma ni resta: reúne, separa (“una rosa es una rosa”). La lengua es el lugar de origen. El gran poeta rinde homenaje a las ruinas, las hace habitables. Ruinas aquende las columnas: tierras, aguas, aires. La lengua vernácula a escala universal, a ambos lados del límite que conforma la singularidad, ciñéndose a sí misma y así compartiéndose, inquietamente, en una suerte de nativa extranjería que viene, va y permanece: “e non, non sinto o límite como frustración/ síntoo como forma/ O meu alimento é a miñoca/ o meu alimento é a terra” (Chus Pato). El buen poeta acaricia la insensibilidad automatizada que va poniendo fin al binomio orgánico (libre juego) entre lo percibido y el perceptor. El malo se pasa el día hablando del bueno y del grande como si “el poeta” fuera él (y “los tiempos” no fueran con el poeta); no ha entendido que la indiferencia entre el uso y la mención es el efecto prodigioso del poema que se merece a sí mismo, eliminando, mientras el efecto perdura, la necesidad psicológica de indagar en sus causas (o de mistificarlas mediante un tostón hermético del que no se compadecen ni las entretelas misericordiosas de Dios). Un pésimo poeta puede ser un magnífico funcionario del Reino de Las Letras, en cambio, y desempeñar ímprobas tareas de comisario.

  1. No te alarmes innecesariamente, o alarmarás a tus seres queridos.

Educar en el miedo es un crimen de lesa humanidad. Educa en el conocimiento, aunque sea una ilusión, y en la ilusión, aun si supera el conocimiento (si lo has entendido, no te alarmes).

  1. No portes más armas que la palabra, pero mantenla siempre afilada.

Salvo si eres soldado, carnicero, policía o criminal.

  1. Recuerda que el silencio es poderosísimo, más que la palabra.

(…)

  1. No pactes con necios.

Recuerda el chiste: los malvados descansan, los ignorantes jamás.

  1. Asegúrate, transcurrido el día, de que no eres un necio.

Si estás seguro de que no lo eres, puede que lo seas.

  1. Si te consideras un necio, reconsidéralo: no es propio de necios reconocerse a sí mismos.

“Del mismo modo que un necio puede sentirse un genio, un genio puede sentirse un necio”, le dijo el segundogénito al padre.

  1. No te avergüences por causa del buen placer.

Tampoco cuando responde a maniobras solitarias. El mal placer exige un tratado de kantismo apaciguado, una moral de hierro fundido, en tres partes: 1) concepto, 2) contraejemplos, 3) dosis. Menos en aquellos casos en los que el concepto no admite contraejemplo (absoluta mala intención), el placer malo es el paroxismo del bueno, echado a perder.

  1. Busca a tus seres afines en los placeres del cuerpo y del espíritu.

Hay un poema peligroso de Cavafis que atesora gran sabiduría: “Dijo Mirtias (un estudiante sirio/ en Alejandría, bajo el reinado/ de Constante Augusto y Constancio Augusto / mitad pagano, mitad cristianizante):/ ‘Fortalecido con la contemplación y los estudios,/ no temeré como un cobarde mis pasiones./ Entregaré mi cuerpo a los placeres,/ a los goces soñados,/ a los más lascivos ímpetus de mi sangre, sin/ miedo alguno, porque cuando yo quiera/ y lo querré, fortalecido/ como estaré con la contemplación y los estudios/ en los momentos críticos encontraré otra vez,/ como en tiempos, ascético, mi espíritu’”. Un dualismo bien avenido es un monismo radical.

  1. Recela de la norma que impide pensar así como del pensamiento que, por norma, rechaza toda ley.

Desde la cárcel, escribe Antonio Gramsci a su hijo Delio: “Ya no recuerdo en qué sentido te hablé de la fantasía, a lo mejor aludía a la tendencia a fantasear en el vacío. A construir rascacielos sobre una cabeza de alfiler, etc.”. Las fantasías producen figuras insostenibles, mórbidos preceptos o monstruos, como en “el sueño de la razón”; pero también, cuando la razón dormita, pueden sacudir la planta, germinarla y ramificarla, darle su forma exacta o enredarla para crecer abrazada a los barrotes de la prisión, transformada la celda en mundo y cenobio. Excavar o elevarse, horadar o sobrevolar: tales son, por lo general, las opciones particulares en las que se juega todo acto singular. Hay ley para quien piensa al pie de la letra, donde el espíritu no hace pie. Aprende de las plantas (no somos plantas), de los animales (no existe un solo animal sobre la tierra, en el cielo ni bajo la superficie del mar), de los númenes y de las máquinas que aún se distinguen del hombre y la mujer.  

*    *    *

Corolario. Hace veinte años escribí: “De la caverna se sale, si se sale, de dos en dos”. Luego añadí: “Un espejismo compartido se convierte en verdad”. ¿Quién no ha vivido en la verdad alguna vez? ¿Quién no se ha retratado posando en las afueras, en la umbría sonriente, como si todo lo llevara dentro? ¡Ya viene Querefonte! Sube, resbala, está a punto de salir. ¿Por qué te paras? ¿Qué te pasa? ¿Qué te pesa? “Cincuenta imágenes, cincuenta creencias, cincuenta hipótesis, cincuenta ideas”, ¿eso respondes? ¡No te reconozco! Bien… Te encuentro al FIN.

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