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Agua


Voy a un museo y es debido también al bar que hay subiendo las escaleras, cruzando las salas, abriendo la puerta.

Sus exposiciones siempre me han parecido muy interesantes y aprendo mucho sobre el pasado, el presente y el mundo. La de este año, 2019, Entre la evolución de los templos, realiza una revisión, a través de textos, fotografías y maquetas, de los lugares de culto en esta parte del mundo. 

Antes los templos eran enormes y majestuosos, de altos techos: caldearlos en invierno era imposible: los asistentes debían venir preparados para afrontar el frío. Hoy en día, y desde hace ya varias décadas, la construcción tiende a lugares mucho más pequeños, de techos bajos: la climatización se controla sin problemas.

Después de entender mejor el desarrollo a lo largo de los siglos de la relación entre función y contenido en las estructuras religiosas entro al bar y en la barra me sirvo lo de siempre: un vaso de agua del tiempo. Me siento en una de las pocas sillas vacías de madera que quedan en torno a las mesas compartidas.

Fuera se divisa el conjunto de olmos, cuyas copas llenas de sámaras verdes están cubiertas de mirlos y gorriones posados.

Uno de ellos, uno negro, entra volando y bebe un poco de agua del vaso de al lado. Otra, una gorriona parda, aterriza en la barra del bar y nos mira. Ambos se dejan acariciar por nosotros, luego abren las alas y vuelan de vuelta hacia el olmo.

Leo la información de la próxima exposición de nuestro museo favorito, la del año que llega, el 2020: Entre la evolución del yo, el uno.

Hay una cita que encabeza el desplegable:

Hay ajustes, pero no una revolución. Ya ha habido suficientes revoluciones. Si Marx fue nuestro genitor, el ideólogo de la primera mitad del siglo, Freud fue nuestro nuevo padre, cuando nos volvimos hacia nosotros mismos. Sin duda, el mundo en el que negociamos los días que dedicamos al trabajo, al amor, a nuestras aficiones, a practicar deporte…, es otro mundo.

Intimidad (1998), Hanif Kureishi

Acabo el agua.

Nos miro a todos.

Y pienso que no venimos por el agua en vaso, ni por las vistas hacia un exterior de copas de olmos altos, ni por la posibilidad de tocar las plumas, las cabezas y los picos de los pájaros, sino por estar entre todos juntos junto al museo: el museo nos defiende con sus explicaciones: sus espacios sirven para comprender mejor lo que ha existido.

Entra otro mirlo, al llegar a la mesa cierra las alas.

Cierra el bar.

Se apagan las luces.

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