La economía mundial se desacelera. Por puro agotamiento después de los años de expansión sin redistribución y de manera autoinfligida: la guerra arancelaria está frenando el comercio mundial, lo que afecta de lleno al sector industrial. Las manufacturas, en gran parte del mundo, están ya en recesión: lo indican los PMI, los índices de gestores de compras, que se sitúan en muchos casos por debajo de los 50 puntos, la frontera entre la expansión y la contracción de la actividad. El sector servicios aguanta mejor y actúa de contrapeso, pero nadie sabe por cuánto tiempo funcionará. Sea como sea, huyendo de tecnicismos, Alemania ya tiene a sus espaldas un trimestre de contracción económica y, si no hay sorpresas, el próximo dato también será negativo, lo que supondrá la entrada en una recesión técnica. En el Reino Unido podría suceder lo mismo, aunque tras la caída del PIB en el segundo trimestre, los datos del tercero, sorprendentemente, están siendo un poco mejores.
La economía estadounidense aguanta, pero la curva de tipos, el dibujo que expresa el interés que el mercado exige para financiar al Tesoro a los diferentes plazos, muestra que los cortos, hasta los dos o tres años, empiezan a ser más caros que los largos (diez años): ello significa que los inversores ven más riesgo en prestar a Estados Unidos en el futuro más inmediato que en el más lejano, ven más curvas en los próximos meses que en los próximos años. Es algo contra natura y contrario a la lógica económica, por lo que desde hace un tiempo habrán oído hablar de que la curva estadounidense se ha invertido (y también la británica). En la Europa continental, este fenómeno es aún desconocido, pero hasta los diez años de plazo, dominan los tipos negativos, con la excepción de la periferia (aunque el diez años español rondó hace un mes el 0%), lo que hace pensar que la economía no estará muy boyante (influye la actuación del BCE, pero si éste sigue haciendo uso de su munición es porque la economía de la zona euro aún necesita andador).
España no aparece mal en la foto europea: en el segundo trimestre del año creció a una tasa intertrimestral del 0,5%, o a un 2% en tasa anualizada. Aunque respecto al primer trimestre estas cifras suponen una desaceleración importante (entonces creció un 0,7% trimestral o un 2,8% anualizado), la expansión sigue siendo más o menos decente. Pero la economía española puede estar dejándose llevar por una inercia que también resultó engañosa en los prolegómenos de la crisis anterior.
Pero estas líneas no quieren ser un análisis sobre la situación económica o un cálculo de probabilidades sobre la cercanía de una nueva recesión, sino que desea hacer un balance de la situación social desde los momentos previos al estallido de la crisis anterior hasta el momento actual, para comprobar cómo pillaría, en concreto a España, a quienes viven en este país, un nuevo shock económico.
Más pobres
En términos de pobreza, la nueva crisis llegaría sin haber superado la anterior. En 2007, el 23,3% de la población española se encontraba en riesgo de pobreza o exclusión social. Tras haber marcado máximos en 2014 en el 29,2%, en 2018, último dato disponible, la tasa es casi tres puntos superior (26,1%) al momento previo al estallido de la crisis financiera de 2008.
Hay algunos colectivos sociales cuya situación se ha debilitado de manera alarmante: los menores de 18 años cuyos padres tienen bajos niveles de estudios. Antes de la crisis, en 2007, el 43,5% de ellos estaban en riesgo de pobreza o exclusión social; ahora, doce puntos más: el 55,6%. En lo peor de la crisis, en los años 2013 y 2014, llegaron a rebasar el 67%.
La pobreza persistente, el porcentaje de personas que es pobre ahora (o en el último año a que se refieren los datos, en este caso, 2018) y en dos de los tres años anteriores, es decir, que ha tenido una renta por debajo del 60% de la mediana del país durante este periodo, también es ahora peor que en 2007: entonces, la sufría un 10% de la población; ahora, un 14%. En España siempre ha habido pobreza crónica. En los últimos años se ha extendido y la recuperación del PIB desde 2014 no ha hecho nada por evitarlo.
Con menos trabajo
Una gran parte de la responsabilidad de que la población española se encuentre más empobrecida después de varios años ya de crecimiento económico y a las puertas de una nueva crisis reside en el deterioro del mercado de trabajo propiciado por las reformas laborales. Así, la proporción de trabajadores pobres ha pasado del 10,2% en 2007 al 12,9% en 2018.
También obedece a cómo la reactivación económica de los últimos años no ha sido capaz de que el empleo se recupere en su totalidad. La crisis anterior pilló a España con una tasa de paro por debajo del 8%. Pero en estos momentos, se sitúa todavía por encima del 14%. Además, en la actualidad, más del 30% de los parados llevan en esta situación dos o más años, frente a porcentajes de entre el 9% y el 12% entre 2007 y 2008.
Si bien la temporalidad en 2018 era cuatro o cinco puntos más baja que en 2007 (el año pasado se situaba en el entorno del 26% de los contratos y hace doce años superaba el 30%), la que sí es ahora más alta que en 2007 es la contratación a tiempo parcial: de rondar el 11% ha pasado a rozar el 15% en la actualidad.
Más desiguales
En términos de desigualdad, sucede lo mismo que con los apartados dedicados a la pobreza y al trabajo: la situación es ahora peor que en 2007. El índice Gini, que mide la distribución de la renta en una escala de 1 a 100 en que 1 correspondería a una sociedad en la que la renta se reparte de forma igualitaria entre todos sus miembros y 100 a un colectivo humano en el que un individuo concentraría todos los ingresos, se situaba en 2007 en los 31,9 puntos. En 2018 alcanza los 33,2 puntos.
Otro indicador que sirve para medir la desigualdad es el 80/20, que calcula la distancia en términos de ingresos entre el 20% de la población que más rentas recibe (primer quintil) y el 20% más pobre (quinto quintil). En 2007, la renta del primer quintil multiplicaba por 5,5 veces la del quinto quintil; en 2018, el multiplicador era de 6,03 veces.
La próxima crisis, si es que es inminente, que aún está por demostrarse, pillará a la sociedad española más débil, porque la tasa de pobreza es mayor ahora que antes de la Gran Recesión cuyo mito fundacional fue la caída de Lehman Brothers, porque hay más desempleo, más paro de larga duración y mayor precariedad. Además, la cohesión social se ha debilitado, por el incremento de la desigualdad y el empeoramiento de las condiciones de vida de quienes ya estaban en una situación delicada en los años supuestamente más prósperos de nuestro pasado reciente.
¿Qué hacer?
Más de una década de política monetaria expansiva no ha servido para curar del todo las enfermedades provocadas por la mayor crisis económica desde 1929. Los llamamientos que ahora vuelven a realizarse, precisamente desde los bancos centrales, sobre la necesidad de una política fiscal expansiva cobran más sentido que nunca. La inyección monetaria ha de redistribuirse. En los últimos años ha hinchado los precios de los activos financieros, que están en muy pocas manos. Según publicaba ayer Branko Milanovic en twitter, en apenas un 10% de la población de los países desarrollados. La fiscalidad ha de atender a ese fenómeno. También, a que los tipos bajos, o bajo cero, no estimulan por sí solos la creación de empleo, especialmente en las economías con una estructura productiva precaria.
En España, el gran problema es que, en lugar de apostar por un gobierno de izquierdas que atienda de manera decidida los déficits sociales y el cambio de dirección de la estructura económica, parece que se busca barajar de nuevo las cartas, a ver si el nuevo resultado de las urnas favorece una gestión como la de la Gran Recesión, es decir, aquella que acentúa los desequilibrios sociales.
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