Supongo que habrán visto a Jennifer López desfilando con el famoso vestido verde de Versace, el mismo que se puso hace veinte años en los premios Grammy y que supuso el nacimiento del buscador de imágenes de Google. Ninguna otra imagen había sido antes más buscada que la de Jennifer López y su vestido. A mí la tecnología no me importa demasiado. Me sirvo de ella de una forma razonable (y obligatoria) y siempre tardía. Es como si me resistiera a sabiendas de que al final tendré que claudicar. Es una suerte de impostura mayormente estética, porque la tecnología es al fin irresistible, aunque nunca tanto como Jennifer López y el vestido verde de Versace. La irresistibilidad de Jennifer López y ese vestido es mucho mayor que la irresistibilidad de la tecnología. Debería darse esto en los colegios. Yo recuerdo que hace veinte años fui uno de los (re) buscadores prendados de la imagen, y ahora que han (re) aparecido (Jennifer y el vestido) he comprendido verdaderamente su significado, que deja a la tecnología, ¡es la victoria del hombre (la mujer) sobre la máquina!, como una cosa prescindible precisamente en estos tiempos.
https://www.youtube.com/watch?v=w2XaTPd0FjI
Jennifer López y su vestido (porque es suyo) de Versace es la gran esperanza de la humanidad. Jennifer López luchará contra Skynet y vencerá. Porque veinte años después Jennifer es más moderna, mucho más que ella misma y que usted mismo y por supuesto que cualquier nueva máquina. ¡A Jennifer la tecnología! Yo la he visto avanzar por ese pasillo humano en curva y escuchar el sonido de los tambores (sólo tripa y madera) a su paso. El vestido volando con sublime vaporosidad (démosle ahí el aplauso a Gianni, o a Donatella) a partir de esas caderas esplendorosas de piel firme y brillante cubriendo unas formas únicas de líder guerrera de la humanidad. Nunca había visto yo una turgencia tan turbadora e inteligente, porque en el interior de esa cabeza altiva y esculpida como de reina de la antigüedad casi se puede ver a Sayaka Yumi dirigiendo a Afrodita A. Qué gracilidad, qué exposición tan victoriosa y carnal y sanguínea. Esas presentaciones multitudinarias en el escenario de aparatos fríos, culmen de la modernidad, han sido aplastadas por la invencible voluptuosidad caliente, reivindicativamente humana, de Jennifer y su vestido verde de Versace a quien aún veo pasar en mis pensamientos, tan deslumbrante, donde el fervor por el hombre, ¡la mujer!, es el antídoto al fervor por la máquina (al final no va a ser en mí resistencia sino lucha) capaz de hacer pasar a sus propietarios las noches a las puertas de las tiendas en vez de a las puertas de los sueños.