Una pequeña reflexión sobre la cobertura de los disturbios de Cataluña en los medios de comunicación.
En la última semana, noche tras noche, primero unos pocos medios, después todos, sobre todo ayer, que hasta en LaOtra, ese remanso de paz y cine clásico de los viernes por la noche, se han dedicado a la retransmisión en directo de los disturbios, con diferentes reporteros recorriendo las calles más conflictivas de Barcelona y otras ciudades catalanas.
Nos tenemos que preguntar sobre qué aportan y qué consecuencias pueden tener estas coberturas. Y, en definitiva, sobre la conveniencia de realizarlas de la manera en que se han hecho.
¿Qué aportan? Por supuesto, información en directo de lo que está ocurriendo. La tecnología ha convertido en realidad la mayor ambición del periodismo: contar las cosas justo cuando están ocurriendo. Pero ello trae consigo un riesgo relevante: ¿Se selecciona lo importante, lo más relevante de lo que acontece, lo que debe ser contado, o aquello con lo que el reportero se va encontrando sobre la marcha?, ¿tiene valor por sí mismo el directo, se considera más ‘puro’, con menos intervención del periodista o de su medio, o aporta más el reportaje reposado, captando imágenes, testimonios, y editando a posteriori para transmitir al público lo importante?
La cobertura en directo sin edición tiene el peligro de convertir los acontecimientos en un mero espectáculo de consumo y digestión rápida, como una película de acción, con dos consecuencias: la deshumanización de los protagonistas, de todos, y la difuminación hasta su total desaparición del conflicto político o social que subyace.
Ha habido inflación de directísimos, de minuto y resultado, de relato de hechos puntuales, pero poco contexto, pocas respuestas profundas y serias al “¿quién?” y al “¿por qué?”.
Con esta manera de presentar la información, y no me gustaría estar siendo injusta, se puede contribuir a preparar a la población para respuestas políticas que no van a la raíz de los problemas, sino sólo a su manifestación más epidérmica, lo que condena a estas soluciones a ser parches temporales. Y cuando hablamos de esto nos referimos a si no estará coadyuvando cierta manera de hacer periodismo a un giro autoritario o represivo de la sociedad.
Existen con ciertas cuestiones remilgos a la hora de buscar explicaciones a los hechos, por el riesgo de que sean interpretadas como justificaciones. Ésta es una de las múltiples consecuencias de las sociedades crecientemente polarizadas en las que nos encontramos. Pero el periodismo no sólo tiene la misión de contar los hechos, sino que tiene que dotarles de un sentido: ¿quiénes son los que protestan?, ¿por qué se ha dado este salto cuantitativo y cualitativo en los modos de protesta?, ¿qué consecuencias puede tener a futuro?, ¿qué engarce tiene el movimiento con el pasado? Sólo unos pocos artículos han esbozado respuestas a estas preguntas.