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Gibraltar: un viaje a la resaca del imperio británico bajo la sombra del Brexit

  1. Tres tipos raros en lugares extraños

Un campeón de básquet, un maestro jedi y un ex combatiente de Malvinas nos sirven para tomar la medida de Gibraltar y sus rarezas.

El campeón de básquet es Deandre Simpson. Un moreno de 1,96 con barba enrulada que es la figura de la selección de las Islas Caimán. Tiene entre sus pergaminos haber pasado por un draft de la NBA en 2014, cuando aún no había cumplido 23. Ahora no tiene equipo, pero es el capitán de la selección de su país. Es viernes 12 de julio de 2019 y acaban de ganarse la medalla dorada en los NatWest Island Games, después de vencer en la final a Saaremaa, el combinado de una pequeña isla del Mar Báltico. El básquet es una de las catorce disciplinas – que van del atletismo hasta el bowling– que congregaron a más de dos mil atletas de veinticuatro islas durante una semana en el extremo sur de la península ibérica.

Deandre lleva una camiseta azul cruzada por una franja horizontal roja, y está en el Tercentenary Sports Hall de Gibraltar, un microestadio de cuarenta y cinco metros por treinta, con una tribuna de diez filas donde entran setecientas personas. Aunque hoy, en el día de la gran final, hay muchas menos.

En la semifinal, Islas Caimán le había ganado a Guernsey, la selección de una isla británica en el Canal de la Mancha. Saarema, en su llave, le había ganado a Gibraltar, la selección anfitriona. Después de las semis, Deandre le había dicho a un periodista:

—Nos hubiera gustado que nos toque Gibraltar, porque ya les ganamos la final en Gotland la última vez, y aquí tienen una buena hinchada que nos hubiera gustado hacer callar.

Gotland es una isla sueca, que fue sede del torneo anterior, en 2017. Este año la antigua anfitriona quedó séptima. Participaron además otros siete equipos ignotos: las selecciones de la Isla de Man, Menorca, Jersey, la Isla de Wight, las Islas Feroe, y Aland. Gibraltar, que es local y se llevó la medalla de bronce, es el único equipo que no representa a una isla porque, claro, no lo es.

El segundo tipo raro es el maestro jedi. No es otro que el mismísimo Luke Skywalker. O, en todo caso, el hombre que le da vida en las películas de Star Wars: Mark Hamill. El 21 de marzo de 2018 el actor de 66 años, que está promocionando la octava entrega de la saga, está parado sobre una pequeña pasarela de vidrio a 350 metros de altura, en el punto más alto de Gibraltar. Está escoltado por tres soldados como los de la película, pertrechados con sus armaduras blancas. El maestro jedi lleva un sobretodo marrón que se parece a la túnica que usa en el filme. Posa frente a una maraña de fotógrafos con una réplica de su sable laser frente a la cinta que en un rato cortará con una tijera, para dejar inaugurado el Skywalk. Se trata de la nueva atracción turística de esta pequeña península de 5 kilómetros cuadrados que lame el Mediterráneo.

El Peñón brota imponente desde el Mediterráneo, como si fuera la aleta de un monstruo mitológico. Los edificios más altos no le llegan ni al primer cuarto del descomunal brote grisverdoso. Hasta el siglo VII antes de Cristo, era la marca del fin del mundo: hasta ahí llegaba el territorio conocido por los griegos. Hasta que lo cruzó Herodoto. Hoy es un atractivo turístico donde llegan diez millones de personas por año a ver la reserva de macacos y la imponente vista de tres países y dos continentes que se puede tener desde la cima.

La pasarela de vidrio del Skywalk, que acaba de construirse allí, tiene siete metros por dos y medio. El maestro jedi alarga la sesión de fotos en el nuevo atractivo que lleva la experiencia del turista a otro nivel. La estructura está diseñada para soportar a 350 personas y vientos de hasta 150 kilómetros por hora:

—Me gusta la vista y me gustan los macacos, dice Mark Hamill acodado en la baranda de la pasarela cuando un periodista le pregunta cómo se siente allí arriba.

Luego le preguntan a Fabián Picardo, jefe de Gobierno de Gibraltar, si el Brexit puede hacer más difícil atraer a turistas al Peñón. Picardo lleva saco y corbata negra que hacen juego con su pelo engominado y prolijo. Mira con el pequeño mentón en alto. Su cara, que parece la de un osito de peluche, lo hace ver inofensivo. Pero no lo es. Es el hombre más astuto del lugar:

—La Fuerza nos acompaña en Gibraltar, contesta la máxima autoridad local invocando el mítico poder sobrenatural de los jedi. Con o sin Brexit, vamos a ser más grandes, vamos a crear oportunidades y riqueza para desparramar a través de las costas de la bahía de Gibraltar.

El tercer tipo raro. El ex combatiente de Malvinas. Se llama James Dutton y en 2013, cuando fue designado por la Reina Isabel como gobernador de Gibraltar, Dutton tenía un currículum notable: en su juventud había peleado en la guerra del Atlántico Sur contra Argentina, luego había sido director de la oficina de la OTAN en el Ministerio de Defensa británico, y más tarde enlace del Gobierno inglés del Pentágono, cuando se planificaron las invasiones a Irak y Afganistán, inmediatamente después de los atentados de 2001. En Gibraltar Dutton dio la nota porque, en septiembre de 2015, cuando recién llevaba la mitad de su mandato, decidió renunciar al cargo. Declaró al periódico local Gibraltar Chronicle que su puesto era “más representativo y ceremonial” de lo que había esperado y que no tenía “mucho que hacer allí”. El soldado se había arrepentido y se retiraba.

Conocí las historias del campeón de básquet, el maestro jedi y el ex combatiente unas semanas antes de entrar a Gibraltar. Me preparaba para tratar de entender qué había en ese pequeño territorio de ultramar británico donde viven 30 mil personas amontonadas en esos asfixiantes cinco kilómetros cuadrados. El único de los 17 dominios ultramarinos de la corona que había podido votar en el referéndum del Brexit: el 96% de los electores se manifestó a favor de permanecer en la Unión Europea. Con Deandre Simpson y Mark Hamill pude entrever que hay lugares y personas vinculadas a las periferias del mundo que están completamente fuera del radar de las noticias y los grandes titulares: no se trata de las periferias dónde están los pobres y los perdedores del sistema, si no de los márgenes ricos y silenciosos del planeta. Con James Dutton advertí que algo está crujiendo en las viejas estructuras coloniales del siglo XXI, cuando los propios agentes de la colonia se hartan de sus propias prácticas.

Con esas premisas viajé hasta la Línea de la Concepción, al sur de Cádiz, para cruzar a pie hasta el territorio británico donde termina España, y se abren un sinfín de preguntas.

  1. Un amontonamiento de rincones

El aeropuerto de Gibraltar está considerado como uno de los más peligrosos que existen. La mitad de la pista de 1.800 metros atraviesa de lado a lado el istmo que separa Gibraltar de España. La otra mitad está construida sobre el agua. Mar de un lado, mar del otro. Es la única pista en el mundo que se intersecta con una calle. Por la avenida Winston Churchill, que da ingreso a Gibraltar y corta perpendicularmente la pista del aeropuerto, circulan vehículos privados, servicios de transporte público y peatones. Los aviones pasan, literalmente, por el medio de la calle. En ese cruce, todos los días suben y bajan aeronaves que conectan Gibraltar con Londres, Bristol, y Mánchester en Inglaterra, y con Casablanca y Tánger en Marruecos. Cuando un avión va a despegar o a aterrizar, la avenida se corta por dos barreras que bajan a ambos lados de la pista, como si estuvieran cortando las vías de un tren. Y allí se apiñan los peatones a esperar entre diez y veinte minutos, lo que dure un aterrizaje o un despegue.

Cuando llegué las barreras estaban levantadas y me tomó poco menos de diez minutos cruzar a lo ancho la pista del aeropuerto bajo el sol rajante de una mañana del último agosto. La pista está inmediatamente después de La Verja de Gibraltar, el límite de facto entre el territorio británico que comienza y la España que termina. Atrás quedaba, del otro lado de La Verja, La Línea de la Concepción, el municipio andaluz desde el cual se ven hacia el sur el Peñón y el cielo como un lienzo. En esa última ciudad fronteriza española viven 62.000 personas en una superficie de 19 kilómetros cuadrados. La Línea tiene el doble de gente y el doble de espacio que Gibraltar.

La Verja estuvo cerrada durante 30 años en que Gibraltar pasó un duro período de aislamiento. La clausuró Franco en 1969 después de que los habitantes de La Roca –como la llaman ellos– decidieran montar un referéndum para reconfirmar su condición de súbditos de la corona británica. La frontera terrestre se reabrió en los ochenta y el paso es hoy es un hervidero de personas y mercaderías.

Todas las mañanas cruzan 15.000 trabajadores y trabajadoras desde La Línea hacia Gibraltar, que regresan cada tarde. Unos 9.000 son de España y el resto de otros países europeos o africanos. Van todos los días a servir en los hoteles, restaurantes, comercios, bancos y casas de apuestas, en los que la mano de obra local no alcanza.

También los gibraltareños pasan a España: en esa dirección cruzan 300 camiones al día, en busca de materiales de construcción, insumos y artículos comerciales que luego traen de vuelta a Gibraltar. Muchas personas van también a pasear y comprar en La Línea, y hay quienes suben más al norte. Según datos del gobierno local, entre las empresas y los particulares, cada año los gibraltareños gastan 1.500 millones de euros en España.

Para recorrer todo el camino desde la entrada a Gibraltar hasta el faro de Punta Europa, donde termina la Península Ibérica, bastan 14 minutos en coche, o poco más de una hora a pie. En ese trayecto de seis kilómetros, la pequeña ciudad-país se abre como los libros troquelados de los que emergen y se despliegan figuras montadas de cartulina. Con el gigantesco peñón de piedra caliza en el medio, las avenidas, callejuelas y túneles corren como pueden.

Durante diez siglos, el Estrecho de Gibraltar fue territorio en disputa entre grandes potencias por ser el pequeño pasadizo marítimo que conecta el Atlántico con el Mediterráneo. Los ocupantes de la península, que con el tiempo fueron pasando de musulmanes a españoles y de españoles a británicos, soportaron más de catorce asedios, en los que se construyeron distintas capas de fortificaciones, murallas, baterías y otros tipos de defensas.

Gibraltar conserva hoy 55 kilómetros de túneles y galerías excavados en su pequeña superficie. En el último siglo, se han hecho lugar como han podido docenas de modernos edificios de hierro, cemento y vidrio.

Ahora en Gibraltar casi todo son rincones. Sólo por las calles que rodean el perímetro de la península, al borde del mar, puede verse el horizonte. Adentro, imposible. En cada curva se presenta un paredón o una muralla. En cada calle un edificio nuevo o viejo, un bar o una vidriera que acortan el camino y lo obligan a uno a detenerse o a buscar otro pasadizo para escabullirse y seguir andando.

Para ir al Commonwealth Park, uno de los dos espacios verdes importantes de la ciudad-país, hay que bajar por un ascensor. Inaugurado en 2014, el parque presenta un moderno jardín por debajo del nivel de la carretera, con fuentes de agua y áreas de esparcimiento abiertas. Dentro del parque tampoco se ve el horizonte. Uno está como dentro de una olla. O de una ensaladera, llena de plantas: a los lados ven las paredes y arriba el cielo. El otro gran espacio verde de Gibraltar es La Alameda, un jardín botánico de seis hectáreas ubicado en el centro de la península, entre el puerto y el Peñón, que se construyó hace más de un siglo y es el espacio más abierto que hay en el lugar.

Por los pasadizos de la ciudad se mueven como hormigas hombres y mujeres de todas las edades. Se mezclan turistas de bermudas ridículas con oficinistas de traje slim fit. Policías con largos cascos londinenses ven pasar señoras ricas arrebatadas de bolsas de shopping center. Obreros de casco y overol se chocan con camareros enfundados en delantales o camisas que parecen uniformes de los bares que ya han copado casi completamente las angostas veredas del centro.

En la entrada de un edificio que está refaccionando su entrada, escuché a un obrero hablarle a alguien por su celular, con los guantes amarillos todavía puestos:

—Si quieres el job tienes que venir quickly. Si vienes quickly puedes tener suerte.

El idioma oficial de Gibraltar es el inglés. En inglés están las señales de las calles, los documentos oficiales y los periódicos. Pero el español se habla tanto o más. Y también existe el llanito, una mezcla de los dos idiomas. Que no es sólo el uso alternativo de palabras de uno y otro, sino que tiene además palabras propias. Me lo explicó un señor que me vendió un agua mineral en un quisco, que pagué con libras que había traído de Londres:

—Hay palabras que son llanito. Que no son ni inglés ni castellano. Por ejemplo, yo ahora en mi casa estoy reparando las piperías. Y tú seguro no sabes que son las piperías, porque en español esa palabra no existe. Son las cañerías, que como en inglés se les dice pipe nosotros la mezclamos y decimos pipería.

Y hay más. El “chinga” es la goma de mascar, por chewing gum. Una “quequi”, puede ser indistintamente una torta, tarta o pastel, por cake. Y si alguien atiende el teléfono pero no tiene tiempo de hablar, le dirá a la persona del otro lado “te llamo patrás”, del inglés I´ll call you back, como promesa de devolver la llamada. Todo, una locura. Porque el llanito no está escrito en ningún lado, ni las reglas están muy claras.

Gibraltar no se parece en nada a España y menos a Londres, pero al poco de andar por la avenida Winston Churchill pude comprobar que hay cosas que han sido trasplantadas directamente desde la capital británica: las cabinas telefónicas rojas, los autobuses de dos pisos del mismo color, las sendas peatonales que tienen pintados los mismos letreros de Look Right o Look Left que hay en Bloomsbury o Picadilly Circus, y los semáforos con pulsador, que son idénticos a los que se encuentran en Reino Unido.

Algunos bares ofrecen letreros que invitan a realizar apuestas de partidos de fútbol o carreras de caballos. Y aunque en la cocina gibraltareña se cruzan las recetas españoles, marroquíes y genovesas, tienen un plato típico nacional que se ofrece en casi todos los locales: la calentita, un pan de harina de garbanzos o trigo, cocinado con aceite de oliva y sal. Una masa salada y blanda muy parecida a la farinatta genovesa o el fainá argentino. Luego, fish and chips bien british, las tortas de acelga, o las pastas italianas están entre los platos más comunes del Peñón.

Un poco antes de entrar al pequeño centro de Gibraltar, hay un monumento que es imposible perder de vista: la Cruz del Sacrificio. Una pieza gris de granito de nueve metros de alto colocada sobre una base octogonal que dice “1914-1918: en gloriosa memoria de aquellos que murieron por el Imperio”.

Si en Latinoamérica y algunos otros lugares de sur del mundo la palabra imperio evoca ideas sombrías de dominación y colonialismo pasado y presente, en Gran Bretaña y sus territorios de ultramar no es mala palabra. Por el contrario, entre los británicos persiste cierta nostalgia por el imperialismo y las épocas en que eran más poderosos: en la segunda mitad del siglo XIX, al menos una cuarta parte del mundo estaba colonizada por Inglaterra y rendía pleitesía a la corona británica.

Los Territorios Británicos de Ultramar son la resaca de la dominación mundial que en los últimos dos siglos y medio Gran Bretaña fue perdiendo mientras se independizaban sus colonias: Canadá, Estados Unidos, Egipto, Sudán, Nigeria, el sudoeste africano, la India, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, y decenas de otros pequeños territorios. Todo era de ellos, y ahora ya no.

Les quedaron catorce puntos del antiguo imperio en su poder, la mayoría de los cuales están en litigio en el C24, el organismo creado por la ONU en 1961 para promover y supervisar los procesos de descolonización en el mundo. En el Atlántico Sur, en las aguas argentinas, están las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. Al oeste de África se encuentran las islas de Santa Helena, Ascención y Tristán da Cunha. En el Atlántico Norte están las Bermudas, las Islas Vírgenes, Anguilla, Monserrat, las Islas Caimán y las Islas de Turcas y Caicos. En el Pacífico están las Islas Pictarin, y en el Índico, un archipiélago de más de setenta islas entre las que Diego García y Chagos son las más importantes.

En el Mar Mediterráneo están las bases militares de Acrotiri y Dhekelia, sobre territorio reclamado por Chipre. Y en la península ibérica, Gibraltar, que está en posesión británica desde 1713, cuando se firmó el tratado de Utrech que puso fin a la Guerra de Sucesión española y se repartió el territorio.

La Cruz del Sacrificio es una marca de britanidad que la corona mandó a poner en una veintena de ciudades de sus dominios cuando finalizó la Primera Guerra Mundial. Si bien entonces no hubo mayor influencia en la Península Ibérica, sí se mantuvo el Estrecho como posición defensiva entre los aliados ingleses y los franceses que dominaban el norte de África. Sería la Segunda Guerra la que marcaría un hito clave del nacionalismo gibraltareño. Y de una agitada vida política marcada por una histérica relación con el Reino Unido.

  1. Un mecánico italiano y un abogado sefaradí

Entre mayo y junio de 1940, el 70% de la población de Gibraltar fue evacuada a la fuerza. Un total de 16.700 almas, entre mujeres, niños y adultos mayores fueron obligadas a abandonar su hogar en la península. Primero fueron trasladadas a Marruecos, y luego separadas en grupos más pequeños a Londres, Irlanda del Norte, Madeira y Jamaica. Durante cuatro años, en Gibraltar solo quedaron hombres, los pocos varones jóvenes y sanos que eran el 30% restante de la población. Junto a ellos, los soldados que habían llegado para guarnecer aquel punto estratégico en medio de la Segunda Guerra Mundial, con una flota de más de veinte barcos y seis piezas pesadas de artillería antiaérea.

En estos años cayeron sobre Gibraltar dos bombardeos de fuerzas francesas e italianas. Murieron seis personas y hubo algunos daños en las casas y el puerto. El resto del tiempo, en el que los soldados se la pasaron cavando túneles, armando barricadas y haciendo ejercicios, el lugar fue el caldo de cultivo para el nacimiento de la primera organización política local, liderada por un mecánico.

Albert Risso había nacido con el siglo y durante la guerra orillaba los cuarenta años. Tenía un taller mecánico en su garaje y era hijo de italianos. El Gibraltar de principios de siglo era una verdadera mixtura cultural: ingleses, españoles, genoveses, y malteses eran la mayoría de pobladores.

Después de la evacuación de 1940 comenzaron a llegar cartas al Peñón donde las esposas, las madres y otros familiares de los que habían quedado les contaban las pésimas condiciones de higiene, hambre e inseguridad en que se encontraban en los refugios a los que habían sido llevados en el exilio. En septiembre de 1942 Albert Risso decidió convocar a una reunión de trabajadores que compartían la preocupación por la situación de sus familias, para presionar al gobierno y pedir por su regreso.

El mecánico ya tenía algo de experiencia política. En 1919, siendo poco más que un adolescente, había integrado una comitiva de gibraltareños que viajaron a Londres a pedir al gobierno mayor participación en las decisiones políticas locales. Lograron que se creara, en 1922, un Consejo de la Ciudad, integrado por cinco miembros designados por el Gobernador, y cuatro elegidos por los locales. Aunque el voto estaba restringido exclusivamente a los hombres que pagaran impuestos.

Durante las décadas del 20 y el 30, Risso formó parte de las reuniones y movilizaciones que se siguieron celebrando para intentar ganar mayor representatividad política y derechos ciudadanos entre los nativos de Gibraltar frente al Gobierno británico.

Con la evacuación durante la Segunda Guerra, el grupo que lideraba el mecánico decidió institucionalizarse como organización. Para ello necesitaban asesoramiento y los pocos hombres letrados que quedaban en Gibraltar eran personas cercanas al gobernador, en quien no confiaban. Recurrieron entonces a un joven fusilero de la Fuerza de Gibraltar: Joshua Hassan. Nacido en Gibraltar en el seno de una familia proveniente de Marruecos, Joshua era un judío sefaradí de 27 años que en 1942 acababa de regresar de Gales, a donde había ido a estudiar derecho. Llevaba allí tres años de ejercicio profesional, hasta que, cuando se declaró la guerra, decidió alistarse en el cuerpo de soldados que defenderían su tierra natal.

El joven abogado se acercó a Risso, participó de las reuniones de su grupo y los asesoró para formar la Asociación para el Desarrollo de los Derechos Civiles, que comenzó un trabajo de activismo ante las autoridades de Gibraltar y del exterior, para velar por la condición de los evacuados.

El grupo liderado por Risso y Hassan denunció ante la prensa internacional el mal estado en que se encontraban muchos de sus familiares y la condición forzosa de su exilio. Decían que eran ciudadanos de segunda y pedían su regreso a la península.

La presión internacional dio resultado: el 6 de abril de 1944, un grupo de 1.367 mujeres y niños fue el primero en retornar a Gibraltar después de navegar desde Londres. La guerra continuaba, pero la entrada de los aliados en Francia había cambiado la correlación de fuerzas y era inminente la derrota de los alemanes. Padres, esposos, hermanos, hijos y amigos esperaron al grupo de evacuados que regresaron al puerto, en un reencuentro multitudinario. El retorno fue un triunfo de la asociación que comandaban Risso y Hassan, quienes terminaron el día con un recorrido que se extendió con cientos de familias celebrando el reencuentro en las calles de Gibraltar.

Los repatriados llegaban a un lugar distinto al que habían dejado. La ciudad-país había cambiado: había algunos edificios destruidos por los bombardeos, en las calles se amontonaban los restos de tierra y roca que se habían volado para cavar los túneles y había zonas perimetradas con alambres de púas; muchas casas habían permanecido años abandonadas y estaban en total deterioro, otras estaban ocupadas por los soldados que se habían apropiado de ellas.

La repatriación fue un proceso largo. Los que volvieron debieron readaptarse a un hogar que se había transformado, y el resto de los más de 15.000 evacuados continuó llegando a cuentagotas durante los siguientes siete años.

El proceso fortaleció a la Asociación para el Desarrollo de los Derechos Civiles, y  envalentonó a Risso y Hassan para aprovechar el poder que habían ganado. Después de la guerra, presentaron un proyecto para ampliar el Consejo de la Ciudad, que se reorganizó en su composición con siete miembros electos por voto directo. Además, se amplió el perfil de las personas que podían votar: ahora bastaba con ser varón, mayor de 21 años y haber vivido en Gibraltar por al menos doce meses.

El 24 de julio de 1945, 5.300 votantes eligieron a los miembros del Consejo, entre once candidatos individuales que se habían presentado. Los siete que fueron electos pertenecían a la Asociación. Joshua Hassan fue el más votado, con 2.131 votos. Risso no se presentó como candidato, porque prefirió mantenerse en la militancia sindical.

El crecimiento de la figura política de Hassan durante la segunda mitad del siglo XX fue de la mano de la conquista de nuevos derechos políticos de la ciudadanía de Gibraltar, que a su vez estuvo marcada por la tensión entre Londres y Madrid.

En 1954, la recién coronada Reina Isabel, junto a su marido Felipe, duque de Edimburgo, visitaron Gibraltar en una de sus escalas en la gira por los países del Commonwealth. La visita de la joven y farandulera pareja real estrechó los lazos con la corona y esto no le gustó nada al Gobierno español, que decidió tomar represalias contra Gibraltar: Franco cerró el consulado, canceló los permisos de trabajo para los españoles que querían ir a trabajar al Peñón, y autorizó sólo un solo paso diario de gibraltareños y británicos por la frontera.

España fue a Naciones Unidas a reclamar sus derechos sobre el extremo peninsular que dominaban los británicos. Cuando en 1961 se creó allí el Comité Especial de Descolonización –el C24– la reclamación española se intensificó. En 1963 el C24 consideró que era hora de descolonizar Gibraltar, como estaba ocurriendo con otros territorios en el mundo. En sus demandas ante la ONU, España no pedía la independencia de los gibraltareños, sino la recuperación del territorio para sí. Mientras que los habitantes del Peñón, en realidad, no querían ni una cosa ni la otra.

En 1964 Joshua Hassan encabezó la primera comitiva de representantes de Gibraltar que viajaron a la sesión del C24 en Nueva York. Ante delegados de 24 países pronunció un discurso de cuarenta minutos donde contó los pasos que el pueblo de Gibraltar había dado desde principios de siglo en la conquista de derechos políticos y civiles. En 1964 Hassan era casi un cincuentón de cara rellena, anteojos de marco grueso y mirada segura. Había liderado los principales cambios políticos de los últimos quince años y su presencia imponía autoridad. El Consejo de la Ciudad se había convertido en una Asamblea Legislativa, que él mismo presidía. La Asociación para el Desarrollo de los Derechos Civiles se había convertido de hecho en un partido político y pronto se pasaría a llamar Partido Laborista de Gibraltar. Y en aquellos agitados años de transformación institucional habían aparecido otras fuerzas políticas, como el Partido del Commonwealth y en Partido Integración con Gran Bretaña. Los líderes de ambos habían acompañado a Hassan al C24, que finalizó su discurso con una sentencia que dejó a los asistentes un poco más confundidos:

—No queremos que se permita que Gibraltar sea tragado por España. Ni por Gran Bretaña, ni por nadie más. Permítanme dejar en claro que no queremos estar bajo el dominio de Gran Bretaña. Pero sí queremos estar al lado de Gran Bretaña.

Los gibraltareños no querían perder su vínculo con la corona británica. Creían que eran demasiado pequeños para poder independizarse, pero querían tener mayor autonomía.

En 1964 la corona aprobó la redacción de una Constitución local, donde se materializaron nuevos derechos políticos y mayor participación en el gobierno. El Gobierno español siguió insistiendo por su soberanía sobre el territorio ante las Naciones Unidas y ante el Gobierno inglés. Hasta que en 1967 la Corona británica decidió convocar a un referéndum para poner en escena la voluntad del pueblo de Gibraltar.

El 10 de septiembre de 1967, 12.237 gibraltareños fueron a votar otra vez. La papeleta les daba a elegir entre dos opciones: a) Pasar a depender de la soberanía española de acuerdo a los términos propuestos por el Gobierno de España a la Reina el 18 de mayo de 1966; b) Sostener voluntariamente el vínculo con Gran Bretaña, con instituciones locales democráticas y Gran Bretaña reteniendo sus actuales responsabilidades.

Más del 99% votó por la segunda opción. Entre el 1% restante hubo 44 que votaron por pasar a depender de España y 55 votos que fueron declarados nulos.

Las zigzagueantes calles de Gibraltar se llenaron de banderas británicas, pancartas y pasacalles festejando el día histórico. En las fotos que se conservan de la época pueden leerse algunos. Un cartel negro de letras rojas: “Nunca un lugar tan pequeño habitado por tan pocos ha sido deseado por tantos”. Una pancarta blanca de ocho metros de largo la tensaba un grupo de doce personas apiñadas: “La soberanía británica en Gibraltar debe preservarse para siempre”. Un pequeño cartelito negro sostenido por dos hombres de traje: “España es hambre y opresión”. Un poster con letras azules, blancas y rojas pegado en el escenario de los festejos: “Gibraltar será entregado a España cuando los monos del peñón nazcan con cola”. Un letrero pintado en lo alto de una pared: “No le tememos a la claustrofobia”.

Y entonces, como si hubiera decidido responderle a ese último cartel, Franco cerró las fronteras. A partir de entonces, Gibraltar quedó aislado del continente durante treinta años.

Mientras ganaban en derechos y organización, los gibraltareños debieron hacer frente al desafío de sobrevivir aislados del mundo. Y lograron hacerlo por sus propios medios. Mucho cambió desde que Albert Risso viajó a Londres en 1919 para mendigar participación política de los pobladores locales, hasta que Jim Dutton renunció en 2015 sintiéndose de adorno en el cargo de gobernador. Y esos cambios, los más importantes, tuvieron que ver con el dinero.

  1. Un pequeño lugar para grandes negocios

A sus 52 años, Denise Coates –pelo corto, cuerpo huesudo, ojos súper azules– maneja un Aston Martin que tiene una matrícula personalizada con sus iniciales. En 2019 la revista Forbes la situó en el puesto 244 de la lista de las personas más ricas del mundo: su fortuna asciende a los más de nueve mil millones de dólares. Y es, hoy, la mujer mejor pagada del planeta. Vive en la pequeña localidad de Cheshire, 280 kilómetros al norte de Londres. Pero el negocio que la hizo millonaria está en Gibraltar. O mejor dicho, estuvo. Porque el Brexit acaba de espantar de allí a su casa de apuestas Bet365, y a varias compañías que se dedican al que, durante la última década, fue el negocio más lucrativo del Peñón.

Denise fundó Bet365 en 2001, y en 2015 la mudó a Gibraltar, porque allí la regulación era más flexible que en Reino Unido, y las empresas de apuestas online no pagaban impuestos. Ya había varias empresas de juegos online instaladas en el Peñón, como Landbrokes, Eurobet o Victor Chandler. Máquinas de ganar millones que en 2019, junto con los servicios financieros, representan el 40% de la actividad económica. Además, sólo el sector de las apuestas online emplea a 3.200 personas. Sólo 300 son locales y el resto cruza la frontera cada día. Viven en La Línea, pero vienen de Portugal, Alemania, e  Italia: la empresa necesita trabajadores que hablen distintos idiomas para tomar apuestas y atender a clientes en todo el mundo. La compañía líder mueve 59 mil millones de euros anuales en apuestas y tiene un valor neto de 4.800 millones de dólares.

El negocio de las apuestas empezó en Gibraltar en la década del 90, cuando la economía del Peñón dio un giro rotundo, por dos razones. En 1984 cerró el astillero naval, que dependía de las fuerzas armadas británicas y era el principal empleador de la fuerza de trabajo local. Al año siguiente, España reabrió la frontera y cambió completamente la dinámica poblacional. En 1990 se instalaron las primeras casas de apuestas telefónicas y las compañías de servicios financieros. Con la llegada de internet, más negocios se podían hacer a la distancia y ocupando poco espacio. Veinticinco años después, el gobierno de Gibraltar promociona al Peñón como una “fortaleza digital”, sede de los negocios del futuro en internet.

La transformación de la actividad económica en el Peñón puede verse también en los números del empleo, contrastando datos de 1987, inmediatamente después del cierre del astillero y la apertura de la frontera, con los de 2018, cuando ya el modelo económico ha cambiado completamente. En 1987 había en el Peñón 12.819 trabajadores registrados. En 2018 eran 29.995. La fuerza de trabajo había crecido mucho más allá del doble. Pero también los cambios han sido cualitativos, pues los lugares de empleo se han diversificado. En 1987 el 21% de los trabajadores estaba empleado en la construcción, el 19% en el puerto, y seguían en el escalafón la administración pública con el 9% y los servicios financieros con el 6%. En 2018 la construcción sigue siendo el sector que más trabajadores absorbe, con el 13%, pero los sectores que ofrecen empleo y su composición han cambiado drásticamente a partir de allí. Basta ver los lugares que siguen en el ranking: al mismo nivel que la construcción, con el 13%, aparece el sector inmobiliario y comercial, le siguen las casas de apuestas online con el 10%, el comercio minorista con el 11%, los hoteles y restaurantes con el 7% y los servicios financieros con el 7%.

La apertura al turismo y los negocios en internet han cambiado completamente la escena. Y hoy los gibraltareños han alcanzado un alto nivel de vida. Los ingresos anuales brutos medios van en aumento cada año y para 2019 el número es de un 3,1% mayor que el año anterior. El ingreso promedio de los gibraltareños es de 29.575 libras al año. Muy cerca de las 30.000 que ganan los trabajadores de Inglaterra y muy por arriba del ingreso anual medio en España, que es de 23.000 euros. Contado en la moneda británica, la mucho menor cifra de 19.600 libras.

En Gibraltar además toda la educación es gratuita. La guardería, la primaria y el secundario. Luego el gobierno local cubre completamente los gastos de los estudios de grado en Reino Unido. Y para los que lo soliciten, también los de maestría y doctorado. Hoy hay 1.000 estudiantes gibraltareños cursando en el Reino Unido, donde los locales deben pedir préstamos y endeudarse por mucho tiempo para poder hacer sus carreras.

También los servicios de salud son gratuitos. En Gibraltar hay un hospital bien equipado, pero en caso de necesitar atención especial, el gobierno local paga la cobertura en España o Inglaterra para el paciente y un acompañante.

Las políticas de vivienda tienen también perspectiva social: hay casas para jóvenes con alquileres muy bajos, y han instalado el régimen de copropiedad, donde el propietario compra la mitad de la casa y la otra mitad la pone el gobierno, para pagar una hipoteca más pequeña y comprar la otra mitad más adelante en el tiempo.

La prosperidad que ha ganado el Peñón en las últimas décadas está amenazada ahora por el Brexit. La fuga de Bet365 en 2019 se dio con el ofrecimiento de mantener el puesto y el salario a los empleados que se muden a Malta con la empresa.

Pero no sólo preocupa en el Peñón la migración de las empresas o la posibilidad de perder el acceso a los mercados europeos, sino la incertidumbre de cómo afectará a los miles de ciudadanos de la Comunidad que cruzan La Verja de Gibraltar todos los días para trabajar. Los pesimistas temen cosas peores. En España ya hay algunas declaraciones al extremo. Como las del líder de Vox, Santiago Abascal, que ha propuesto cerrar otra vez la frontera, igual que en tiempos de Franco.

  1. La palabra sucia

A mitad de mi día en Gibraltar hice una parada en Convent Place 6, la dirección más conocida del lugar. En el centro geográfico de la ciudad está la pequeña casa de gobierno. Es un edificio blanco y moderno de tres pisos muy compactos, que tiene en la entrada apenas una puerta y dos ventanas pequeñas a los lados, bajo un techo a dos aguas sostenido por cuatro columnas griegas, y dos cañones que apuntan a la vereda. Enfrente, separado por una angostísima calle que lleva el exagerado nombre de Main Street y puede cruzarse en cuatro pasos largos o cinco menos esforzados, está la Residencia del Gobernador. El antiguo edificio de estilo renacentista donde se instalan los delegados de la Corona desde 1728. Funcionaba antes como convento de frailes franciscanos y por eso el edificio es simplemente conocido como El Convento.

La política gibraltareña se juega, de cualquier modo, en el edificio blanco custodiado por los cañones. Allí está la oficina de Fabián Picardo, el jefe de Gobierno con cara de osito de peluche que acompañó al maestro jedi en la inauguración del Skywalk. También trabajan allí otros nueve funcionarios: el vicejefe de gobierno y ministro para el Brexit, Joseph García, y los representantes de ocho ministerios: Medio Ambiente y Cambio Climático, Comercio, Vivienda e Igualdad, Turismo y Empleo, Desarrollo Económico, Salud y Justicia, Infraestructura y Planeamiento, Cultura, Medios y Deportes.

Cuatrocientos metros hacia el norte se encuentra la sede del Parlamento de Gibraltar, que tiene diecisiete miembros que responden a cuatro partidos políticos y se reúnen una vez al mes. La discusión política en la roca es intensa: hay además dos periódicos diarios, varios de sitios web de noticias y blogs de opinión.

Entré a Convent Place 6 media hora antes de la cita que tenía prevista. Una  recepcionista me hizo pasar a una sala de espera amplia, blanca y luminosa, al pie de dos escaleras en los extremos del salón que llevaban al primer piso. Me senté en uno de los tres sillones también blancos y relucientes, frente a una mesa ratona de vidrio donde había apiladas revistas sobre negocios. Parecían estar impresas en una gran editorial de alguna capital europea, pero eran de Gibraltar. Pude hojear reportajes que hablaban de una empresa que elabora productos a base de cannabis, una sobre un servicio de cadetería vip, otra sobre las actividades de la mesa de negocios gibraltareña-israelí en la Cámara de Comercio local, y una edición especial con historias de mujeres emprendedoras. Mientras esperas, en el gobierno quieren mostrarte un Gibraltar bullente de negocios y oportunidades.

Contra la pared, un televisor de 50 pulgadas sintonizado en un noticiero de la BBC, puesto en silencio. Las imágenes y videograph dejaban entender que la noticia que presentaba el periodista de turno era sobre las reparaciones que se estaban  realizando al Big Ben en Londres.

Un asistente vino a buscarme y me llevó al tercer piso, hasta la oficina del viceprimer ministro Joseph García, con quien había pautado un encuentro tres semanas atrás. Su oficina me pareció inesperadamente grande para el edificio tan pequeño. Un salón con dos grandes ventanales por paredes, una mesa de reuniones para ocho personas en el centro, donde tomamos asiento. El escritorio de madera en una esquina, junto a tres banderas: la de Gibraltar, la de Gran Bretaña, y la de la Unión Europea. En la pared, frente al escritorio, un antiguo mapa del Peñón y un televisor sintonizado en Sky News, en un programa con información en tiempo real de la Bolsa de Valores de Londres. Debajo, en una pequeña biblioteca sobresalían cuatro tomos con los informes oficiales de gobierno, un par de libros sobre managment, una gruesa biografía de Tony Blair, y un libro con reproducciones de la artista brasilera Dalva Duarte. Había también varias copias del libro The making of a people –en español: la creación de un pueblo– un volumen de tapa dura escrito por el propio Joseph García, que cuenta la historia de Gibraltar durante el siglo XX.

El vicejefe de gobierno es un erudito de su tierra. Su familia, de ascendencia española y maltesa, vive en el Peñón desde 1810. En 1992, mucho antes de cumplir treinta años, García se doctoró en Historia en la Universidad de Hull en Inglaterra, después de pasarse unos cuantos años revolviendo viejos archivos de Gibraltar y entrevistando a miembros de su comunidad para investigar y escribir la historia de su pueblo que aún nadie había escrito. Al mismo tiempo empezó a militar en el Partido Liberal de Gibraltar y se convirtió en su principal líder. Fue miembro del Parlamento durante doce años. En 2011 hizo una alianza con Fabián Picardo, líder del Partido Social Laborista, ganaron las elecciones y desde entonces son la dupla que conduce la política desde el Peñón. Mientras, en el edificio de enfrente pasaron tres gobernadores apuntados por la Corona que prácticamente no tuvieron incidencia en sus decisiones políticas.

García parece más joven de lo que es. El cuerpo menudo, la cabeza grande con la boca los ojos y la nariz pequeñitas y el pelo prolijo casi sin canas. Tiene movimientos cortos y habla bajo y pausado. El día que nos conocimos llevaba camisa blanca arremangada y corbata oscura con la parte de atrás más larga que la de adelante. Me dio la impresión de ser un tipo prolijo y trabajador, que no se preocupa en disimular algunas torpezas mundanas como hacerse bien el nudo de la corbata:

The word colony is a dirty word, me dijo al empezar la charla. La palabra colonia es una palabra sucia.

Joseph García eligió el idioma oficial para nuestra entrevista: “Colony it´s a misnomar”, insistió: un nombre equivocado. Luego de la renuncia del gobernador británico, James Dutton, en 2015, la Reina nombró a Ed Davis, un teniente general de la Marina Real que había sido comandante adjunto de la OTAN. Y hoy vive en el ex Convento de los franciscanos sin culpa de ocupar un rol decorativo, como lo había calificado su predecesor.

Lo cierto es que Reino Unido tiene cada vez menos peso en las decisiones políticas y económicas de Gibraltar, pero sigue siendo su principal cliente. El 90% de los servicios financieros que brinda Gibraltar es a clientes del Reino Unido. Hay en el Peñón 15 compañías de seguros, que tienen el 20% del mercado de los automóviles británicos:

—Nos eligen porque somos flexibles y tenemos una tasa de impuestos que es más competitiva que las que tienen las compañías inglesas. El otro 10% de los clientes de nuestras aseguradoras y servicios financieros están en Malta, Chipre y Luxemburgo. Y luego están las casas de apuestas. El 60% de las apuestas que se toman en el Reino Unido son con compañías de Gibraltar. Y también tenemos el puerto: somos un punto clave. Los barcos vienen aquí a abastecerse, somos como una estación de combustible en el Mediterráneo, con mucho movimiento porque estamos en un lugar estratégico. Esas son las principales áreas de nuestra economía, junto con el turismo. Y las controlamos a todas internamente.

Luego Joseph García me dijo que van dos veces por año al Comité de Descolonización de la ONU a plantear su caso. Que su objetivo es salir de la lista de los 17 territorios del mundo que permanecen bajo el sistema colonial según la ONU. Y que para ello hay oficialmente tres caminos: la declaración de la independencia, la asociación libre, o la integración. Y que ellos están tratando de ingeniárselas con alguna cuarta opción para negociar. Mientras tanto, España no reconoce el derecho de autodeterminación de los gibraltareños, y reclama el territorio para sí.

—En Gibraltar tenemos una conexión con el Reino Unido como territorio británico de ultramar, me dijo finamente el vicejefe de gobierno. No es una conexión que no nos guste. Pero lo cierto es que somos autónomos. Económicamente independientes. La última vez que el Reino Unido nos dio una ayuda económica fue en 1987, y en 1997 se retiró la Fuerza Aérea Real. En temas de defensa, ya tenemos nuestro Regimiento propio. Pero en los hechos seguimos siendo británicos y nos regimos por el sistema legal británico.

  1. Amenazas

19 de noviembre de 2019. Escribo estas líneas tres meses después de mi raudo paso por Gibraltar. Antes de cerrar, busco en internet qué novedades hay del Peñón y qué es lo último que se sabe de las personas que conocí o seguí durante mi recorrido.

El primer ministro Fabián Picardo ha sido noticia por pelear públicamente con el líder de VOX, Santiago Abascal, que lo atacó directamente en las redes sociales diciendo:

“No somos tus amigos, Picardo. Vamos a denunciar tus abusos y vamos a luchar por recuperar lo que es nuestro. Tienes motivos para estar preocupado. Se ha acabado el tiempo de los políticos corruptos, cobardes y traidores a los que lo único que preocupa es mantener el statu quo. A nosotros no nos podrás comprar jamás. No pararemos hasta recuperar lo que es nuestro y se cumplan las resoluciones de Naciones Unidas que dicen claramente que Gibraltar tiene que ser descolonizada y devuelta a España. ¡Gibraltar español!”.

Picardo le contestó rechazando sus declaraciones y afirmando que el gobierno de Gibraltar combatirá a VOX “en todos los foros y tribunales pertinentes”. Mientras, la máxima autoridad local del Peñón visitó Londres a principios de noviembre y dijo allí que la economía de Gibraltar seguirá creciendo a pesar del Brexit. Y no tuvo empacho en sacar a relucir que el PBI del Peñón se duplicó durante sus ocho años al frente del gobierno.

Y mientras Picardo hace el juego en las altas esferas, Joseph García mueve las piezas por debajo: el 28 de octubre confirmó que logró convencer en su despacho a los representantes del Consejo de la Empresa e Inversión del Commonwealth para abrir una oficina en Gibraltar y reorientar sus negocios hacia la Mancomunidad de países que son ex colonias británicas. Se trata de un mercado de 53 países y 2.400 millones de personas.

El principal temor, sin embargo, persiste en lo que pueda pasar en la frontera con España. El 9 de octubre, la Policía Nacional realizó un control intensificado de pasaportes del lado español: básicamente, controlar el pasaporte persona por persona, algo que no se hace normalmente, en un paso fronterizo minúsculo que atraviesan cada día más de 15.000 individuos. El efecto embudo del ensayo provoco largas colas y preocupación entre los trabajadores.

Finalmente, vuelvo a los tres tipos raros del principio. Sin equipo oficial, el baloncestista estrella de Islas caimán, Deandre Simpson, no aparece en las noticias. En su cuenta de Facebook conserva aún como foto de portada una imagen suya mirando hacia el horizonte donde aparece imponente la gran roca de Gibraltar. Mark Hamill, muy activo en las redes sociales, ha posteado en Instagram una galería de fotos con distintos muñecos viejos de su Luke Skywalker. No hay registros en su feed de que recuerde en lo más mínimo su paso por La Roca. Tampoco hay noticias del ex gobernador James Dutton. La renuncia de 2013 fue su última aparición pública. Ed Davis, su sucesor, tampoco ha llamado mucho la atención. Una de las pocas apariciones públicas es de la semana pasada, cuando encabezó un acto de homenaje a soldados de la Primera Guerra Mundial. El rol ceremonial de los agentes de la Corona del que tanto renegaba Dutton.

Desde La Verja de Gibraltar, donde termina España, la enorme aleta gris, quizás el lomo del monstruo, parece inmóvil. Una bestia dormida en el paisaje que se ve como una foto con un fino filtro de sal. Pero esa quietud es un engaño. Asediado por el Brexit y las amenazas de las voces más extremas de España, el monstruo se estremece en silencio. Cruje áspero. Su movimiento es casi imperceptible. Se reacomoda allí donde ya lleva siglos. Se afirma. Se ve al cabo muy compacto. Extrañamente poderoso. Todo indica que vendrán tempestades, pero ninguna tan fuerte como para desacomodarlo.

 

Este reportaje se realizó durante la estancia que el autor realizó en España gracias a las fundaciones Maelse e Inquietarte, y la Michael Jacobs Foundation for Travel Writing.

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