Premio Un Certain Regard en Cannes 2008, el primer largometraje del documentalista Sergei Dvortsevoy es una desconcertante comedia de amor construida en torno a un romance que nunca tendrá lugar. Asa, un joven pastor de la estepa Kazaja, vuelve del servicio militar para cumplir su sueño de casarse y conseguir así un rebaño de ovejas con la que continuar la tradición familiar. Pero el rechazo de Tulpan, la última mujer soltera de los alrededores, hace imposible su sueño, así como la convivencia en la Yurta de su hermana. Su cuñado le hace la vida imposible con constantes burlas a sus pocas habilidades como pastor, mientras que por otro lado, su amigo Beni le presiona para que abandonen la vida nómada y emigren a la ciudad en busca de un futuro imaginado a partir de unas cuantas revistas y canciones de Bonnie M.
A pesar de catalogarse como una ficción, en donde se han empleado actores profesionales y un numeroso equipo de rodaje, el esquema de trabajo que ha empleado Dvortsevoy no difiere de la manera en que se aproxima a sus sujetos en los documentales que le han labrado una sólida reputación internacional. El director Kazajo planteó una convivencia previa de tres meses con los pastores en la que los actores aprendieron a desarrollar las tareas que más adelante les veremos acometer en la película. El propio equipo de rodaje tuvo que adaptarse a las condiciones de vida de la estepa, ya que la ciudad más cercana estaba a 500 kilómetros de distancia. Las situaciones que vemos en pantalla se han planteado desde un guión, pero en su desarrollo frente a la cámara tiene mucho que ver el azar. En esta tesitura es verdaderamente loable la paciencia del director, quien apuesta por esperar los acontecimientos en lugar de simplemente provocarlos. Solo de esta manera se consiguen escenas tan bellas en su pureza como aquella en donde el pastor intenta revivir una oveja recién nacida.
Sin embargo, de lo que habla Tulpan no es de la necesidad de emigrar a la ciudad en busca de un futuro mejor, sino precisamente de la absurdidad de este dilema planteado en una dirección única, como si fuese lo único que cabría esperar de un joven Kazajo que vive en mitad de la estepa. En una de las escenas claves de la película, Asa muestra a la invisible Tulpan su sueño, que lleva dibujado en el cuello de su camisa marinera, y que consiste en nada más que lograr una Yurta en la estepa, rodeado de la “infinita llanura y el cielo estrellado”. Para él, esto representa el paraíso, aunque le haga sufrir a lo largo de toda la película, creando en el espectador la certeza de que en algún momento desistirá y optará por marchar a la ciudad.
Lo que Dvortsevoy evidencia en Tulpan es el exotismo con el cual nos acercamos a este tipo de realidades, donde lo que sucede en la pantalla nos parece más propio de una tradición extinta. La vida de estas pequeñas comunidades en mitad de la inmensa llanura bien podría suceder en Marte, ya que representa un espacio sin ninguna referencia, ausente absolutamente de puntos de anclaje con nuestra realidad. Pero poco a poco, la película nos va conformando una idea de cómo es la vida en el lugar que filma, y ese simple ejercicio de conocimiento sólo es posible desde un profundo amor y respeto por el objeto retratado.
Este tipo de películas han encontrado bajo la acepción de cine etnográfico, unas resonancias colonialistas que poco tiene que ver con su concepción original. La preeminencia que se adopta de la mirada del director sobre el objeto filmado no se corresponde con la intención de muchos de ellos, ya que parten realmente de una postura de igual a igual, intención que en el camino de la mesa de montaje a las teoría cinematográfica queda erróneamen te encorsetado. Más bien estamos ante un cine que no se plantea objetivos didácticos, sino que sigue un impulso de retratar un mundo que más que desaparecer, permanece invisible hasta que es revelado por directores como Sergei Dvortsevoy.