Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoUna valquiria que teníamos pendiente

Una valquiria que teníamos pendiente


 

Llego tarde y mal a comentar La valquiria. Última función, semana de ARCO y caos pandémico después aquí estamos. Creo que todos los análisis musicales pertinentes sobre las funciones que ha estado dirigiendo Pablo Heras-Casado en el Teatro Real ya han sido hechos. La opinión general es que a Heras-Casado se le nota que es su primera tetralogía. También lo pienso. Como ya estamos todos a otras cosas (se viene una prometedora versión de Aquiles en Esciros, que acaba de anunciarse que se retransmitirá por streaming), voy a permitirme un comentario distinto a los habituales.

No soy lo que se dice un wagneriano: me cuesta mucho olvidarme de que es el ego del compositor lo que me tiene encerrado tanto rato escuchando esos parlamentos tan pretendidamente brillantes. En La valquiria, la segunda entrega de la tetralogía, se nos cuenta cómo Wotan, dios principal de este mundo, se deja chantajear por su esposa (que usa los agravios pasados para forzar al dios a causar nuevas víctimas) y permite la muerte de uno de sus hijos bastardos. En todo esto, su hija favorita, la valquiria Brünnhilde, interfiere en la voluntad de su padre para cumplir los deseos de su padre: ayuda inútilmente al bastardo Siegmund (Wotan impedirá que sobreviva) porque sabe que su padre está siendo forzado por las circunstancias. Al final muere Siegmund, también su oponente (Hunding) y ella es castigada con un letargo ignominioso que, solo después de muchas súplicas, su padre accede a aliviar: de dejarla a merced del primer hombre que desee violarla a rodearla en fuego para que solo un valiente la tome.

Los personajes que dibuja Wagner son realmente repugnantes: seres movidos por las motivaciones más bajas, pagados de sí mismo, que van dejando un rastro de desolación y calamidad allá por donde pasan. Son necios, egoístas y arbitrarios, y aun así allí estamos, en la butaca, escuchando sus lamentos. No me gustó, como ustedes recordarán, la propuesta de Robert Carsen y Patrick Kinmonth: estoy un poco hasta el flequillo de que todo sean referencias a la contaminación, el Antropoceno y el calentamiento global. En esta historia hay dioses y magia y si le quitas eso la dejas en las rapas. En esta ocasión la acción se desarrolla en un ambiente marcial, lujoso pero sin histrionismo: aristocracia y burguesía de principios de siglo que se encuentra, en algún momento, con carne de cañón. Se trata de un entorno mucho más apropiado para estos patanes satisfechos. Ellos no lo saben, pero no falta mucho para su caída.

Más del autor

-publicidad-spot_img