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Mientras tantoPerucho y los vampiros

Perucho y los vampiros

De libros raros, perdidos y olvidados   el blog de Carlos G. Santa Cecilia

 

El jueves 27 de marzo estaba prevista la inauguración en el Museo de la Biblioteca Nacional de una pequeña muestra para conmemorar el centenario del nacimiento de un autor singular de la segunda mitad del siglo XX, Juan Perucho. A estas alturas es difícil saber si la exposición, con sus libros y algunos grabados alusivos a una de sus novelas principales, Las historias naturales (publicada en catalán en 1960 y traducida al castellano en 1968), verá la luz, pero a la novela no le vienen mal las tinieblas ya que desarrolla una historia de vampirismo a comienzos del siglo XIX entre ideales caballerescos. Tras la devastación de la Guerra Civil española, que Perucho sufrió dando tumbos de un bando a otro, la acción se traslada a escenarios como Gandesa y Morella, pero en otra época, durante la primera guerra carlista: Antonio de Montpalau, positivista y escéptico, ha de enfrentarse con un señor feudal vampirizado a punto de tomar el poder. Cuando los males son tan desoladores como las guerras –o las pandemias– resulta consolador pensar que todo proviene de una figura sobrenatural. Así lo conjuró Perucho.

La obra de Juan Perucho resurgió a comienzos de los ochenta con la obtención del Premio Ramón Llull por Las aventuras del caballero Kosmas y un reconocimiento de crítica y público que hasta entonces le había sido esquivo. La novela realista dominó el panorama literario español desde el final de la guerra civil y muy lentamente fueron abriéndose paso otras propuestas que rompían con la estructura narrativa preponderante –la “generación de la berza”– e incorporaban a autores hasta entonces desconocidos, como Joyce: Luis Martín Santos, Juan Benet, Juan Goytisolo a partir de Señas de identidad y Mariano Antolín Rato, entre otros. Algunos críticos señalaron a finales de los sesenta, cuando se publicaron en castellano las primeras obras de Perucho, la originalidad y el vigor de su escritura fantástica, pero quedó desalentado por la fría acogida y se refugió en la poesía. Y en una obra periodística –sobre todo en Destino y La Vanguardia– con la que obtuvo algunos de sus más populares y mejores frutos.

Lo recuerdo bien porque acababa de llegar a la sección de Cultura de El País, de pronto Perucho se convirtió en un fenómeno imparable y sus libros de botánica oculta, de zoología fantástica, sus reivindicaciones del arte pop, sus artículos de personajes estrafalarios, su erudición y su ironía, su atención a la gastronomía y a la alquimia, su constante intertextualidad con personajes y obras literarias de todo tipo, nos descubrieron incluso una nueva forma de leer. “Lo más característico de él”, escribió Gimferrer, “consiste en su capacidad de intercambiar y hacer deliberadamente irreconocibles las fronteras de los géneros y también la frontera entre lo real y lo ficticio”. Amigo y compañero de fatigas de Álvaro Cunqueiro –el otro escritor fantástico, en la otra esquina del país, con quien tanta relación literaria y personal cultivó–, admiraba a Borges y a Lovecraft, si bien del primero dijo que prefería su poesía porque la prosa era “algo marmórea”. Tuve ocasión de verle en una ocasión en la redacción del periódico, creo que junto a su también gran amigo Néstor Luján, y si no recuerdo mal hablaron con cierta sorna de Manuel Vázquez Montalbán.

Perucho habitaba otros mundos. Las aventuras del caballero Kosmas es una novela bizantina que transcurre durante el siglo VI. El protagonista, recaudador del imperio, viaja a Cartagena para cobrar los tributos ayudado por los autómatas que había construido; de allí va a Toledo, para asistir al concilio en el que Recaredo abjuró del arrianismo, y se enamora en Gerona de la bella Egeria, raptada por el diablo Arnulfo, a la que el caballero busca desesperadamente. El éxito de esta novela hizo que el autor regresara al género y nos regalara tres más: Pamela (1983), La guerra de la Cochinchina (1986) y Els emperadors d’Abissínia (1989). Le llovieron las traducciones y los premios: Premio Nacional de Literatura (1995) y Premio Nacional de las Letras (2003). Pero desde su fallecimiento en octubre de 2003, y aunque sus publicaciones abundan en las ferias del libro antiguo y de ocasión, cierta literatura sin exigencias o con un objetivo ideológico ramplón o que se sustenta en el rostro de un famoso, parece haber devuelto a Perucho a una especie de precursor de Juego de tronos.

Sobre todo Perucho fue un heterodoxo y un hedonista, un ejemplo de independencia en lo literario y en lo cívico. Nacido en Barcelona e hijo de un comerciante de tejidos de la ciudad que se casó con una viuda de Medina del Campo, escribió tanto en catalán como en castellano. Luchó con el ejército republicano y luego con el franquista, fue juez y sobre todo alimentó una extraordinaria biblioteca. Incómodo siempre para el catalanismo ortodoxo, no le dolieron prendas para reivindicar a Rafael Sánchez Mazas; en su estudio tenía enmarcado el recorte de La Vanguardia que le mostró su madre con el poema “Oración por los caídos”, en su opinión la más bella composición sobre la guerra.

Esta reivindicación en la Biblioteca Nacional –modesta, pero organizada por su biógrafo y más profundo estudioso, Julià Guillamon–, con todo listo, vampiros y carteles, libros y estampas de La Historia Natural, General y Particular del conde de Buffon, es probable que se la lleve el coronavirus, pero a Perucho el incidente le habría parecido en consonancia con su obra.

 

 

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