Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿mayo? ¿septiembre?…) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…
¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?
Sucedió en octubre de 2019. Me avisaron de que no debería perderme Le vide -essai du Cirque y allá me fui, al Price. Cuando aquello comenzó me di cuenta de que iba a sufrir mucho, muchísimo. Cada vez que Fragan Gehlker caía de alguna de sus cuerdas o prometía volver a caer, el nudo en el estómago era más que insoportable. No sé cómo pude escuchar que, en una de esas, algunos niños que había entre el público se tronchaban de risa. Me pregunté «¿de dónde demonios les nace la gana de reír?» Y me contesté tímidamente «de la confianza en el otro». Esas risas me demostraban que creían en su capacidad, en su osadía, en su terquedad. Me até a ellas y disfruté feliz de la obra. Esos compañeros de viaje, ese público en las antípodas espaciales y anímicas, esas risas, me permitieron estar a la altura del vértigo y las caídas y escuchar lo que proponía la obra.
¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?
The Chorus of Women de Marta Górnicka, por la presencia de la palabra, por la fuerza de su estar ahí, la sencillez, el aplomo y la valentía. Contundente.
¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?
Estrictamente lo último fue El tiempo todo entero de Romina Paula, Compañía El Silencio. La entrada me la pasaron porque su dueña no podía ir. Rescato dos cosas: primera, la generosidad de quien sabe que la ausencia es contraria al teatro y que es importante estar y por eso busca que la butaca sea habitada, y segunda, la valentía para versionar, cualquier parecido de la obra con El zoo de cristal de Tennessee Williams casi era pura coincidencia y sin embargo, habían extraído sus tensiones fundamentales.
Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…
Hace algunos años, en abril de 2015, fui acompañada y enamorada a ver a David Larible. Estaba en primera fila atendiendo al espectáculo virtuoso que nos regalaba ese Augusto con alma de Carablanca y Vagabundo, en pleno deleite. Comenzó a jugar con platos, a lanzarlos por el aire y pidió un voluntario. De repente, mi acompañante, de suyo más que reservado, se puso de pie y se ofreció a ser… ¡su Segundo Augusto! ¡Allá se subió a una mesa o silla o lo que fuera dispuesto a recoger los platos que el otro le lanzaba! Pero con una maestría inesperada -de algo tenía que servir ser un amante del teatro de profesión camarero…-, los cazaba todos al vuelo. Ambos conquistaron al público, pude percibirlo -yo ya estaba conquistada, lo mío no cuenta-, hizo sudar tinta a Larible, pero éste remontó y por fin, en ese duelo, en esa tensión que habían creado ambos comenzaron a caer, a romperse los platos. Ese es el verdadero acicate en el teatro, lo que se pone a prueba en la improvisación en lo inesperado, que los resquicios de realidad que quieren vencer a la realidad que está siendo creada sean derrotados. Me llevé conmigo un pedazo de plato de la infinitud que había por el suelo, como el pellizco que te demuestra que no estabas soñando, que la realidad era ese sueño; o el recuerdo de cómo se suspende el corazón cuando lo que te da el teatro te conmueve. Lo pegué para colgarlo de la pared. Hace unas semanas se cayó y se hizo pedacitos aún más pequeños, los recogí en un vaso, no sabía qué lugar darles. Hoy los he esparcido sobre los baldosines de barro del balcón para sacar la foto:
Es un recuerdo que intenta pensar un futuro, se mezcla con el presente y lanza una pregunta: ¿quién pagará los platos rotos?
(Eva Asterisco, espectadora)