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AcordeónLa estrella vespertina. Memoria contra el coronavirusMiguel Sánchez Fernández, en Montehermoso encontró toda la paz

Miguel Sánchez Fernández, en Montehermoso encontró toda la paz

(Santa Eufemia en el Valle de los Pedroches, Pozoblanco, Córdoba. Operario de la Seat, murió en Madrid a los 77 años el 15 de marzo). Miguel Sánchez Fernández se fue con 15 años del pueblo, Santa Eufemia del Valle de los Pedroches, en Córdoba, a Barcelona. A vivir con su tía y buscar un futuro que conoció pronto por su capacidad de trabajo en la fábrica de Seat. Pudo comprarse pronto su primer piso. Su tía de Barcelona y sus padres agricultores desde Córdoba insistieron en que no viviese solo. “No hizo caso”, cuenta su hermana pequeña y tutora judicial, Maricruz Sánchez. Miguel era esquizofrénico, una enfermedad de la que solo se trató cuando no había más remedio. “Como no le dolía nada, no aceptaba estar enfermo. E hizo barbaridades”, reconoce. Era ahorrador, reservado y educado; se arreglaba, se peinaba, se vestía bien. Y hecho todo, se aislaba. “Era un hombre muy bueno, yo lo quería muchísimo”, dice Maricruz Sánchez al teléfono. Recibió la incapacidad permanente e iba a ser alojado en una residencia en Barcelona, pero su hermana actuó: para que esté en Barcelona solo, está en casa conmigo. Solo pudo aguantar cuatro años. “No se quería tratar y hubo dos episodios… No era él, no era mi hermano, se podía volver muy agresivo contra sus seres queridos”. Miguel terminó encontrando la paz en la residencia Monte Hermoso de Madrid. La paz y la tumba. “Se sentaba a ver la televisión, paseaba por el jardín. La gente lo quería y le hablaba, y si le hablaban él respondía. Si no, ya difícil. Aunque a veces, de repente, se ponía a cantar”. El 6 de marzo su hermana lo fue a buscar y se fueron juntos a pasear por la Gran Vía y a comer un chocolate. “Fue una negligencia. Estaba perfecto de corazón y pulmones. El 8 cerraron la residencia. El 11 me dice que tosió sangre. El 12 le duele la garganta, y le dieron paracetamol. El 13 me dice que le falta aire y le dolía todo el cuerpo. El 14 el doctor me dice que le van a poner oxígeno y a llevarlo al hospital. El 15 amaneció muerto. No pude verlo nunca más desde nuestro paseo, hicimos los papeles con la funeraria en la puerta del Clínico. El 17 lo incineraron; solas mi hija y yo”. Manuel Jabois. Gracias al diario El País.

 

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