Las elecciones del 6 de mayo en el Reino Unido no fueron un punto final sino más bien el punto de partida, ya que desde los primeros meses del año las grandes decisiones fueron retrasadas, se vivía una tensa espera. La convocatoria de elecciones no podía retrasarse más allá de la primavera, y la inesperada llegada al poder de la coalición de Tories con los Liberal Demócratas ha traído grandes y, todo hay que decirlo, esperados recortes. El nuevo gobierno se encontró con las arcas vacías y el trabajo sucio por hacer. Atrás quedaban los trece años de gobierno laborista, el boom económico, los extensos presupuestos y la ampliación del estado del bienestar.
A ojos de los británicos, la gran crisis económica es consecuencia, sobre todo, de la debacle de la City, su capital financiera, y de la incapacidad de los políticos para regular su manejo. Margaret Thatcher inició en los 80 una transformación desde una economía industrial a una de servicios que los laboristas no les produjo el menor sonrojo y que ha situado al Reino Unido en una posición más vulnerable que países con economías similares en volumen como Alemania o Francia. Los políticos se rindieron a los bankers y sus inversiones arriesgadas y los derroches de la City dieron a la economía británica una superficial aura de omnipotencia. La ampliación del gasto público fue una de sus consecuencias. La crisis se ha encargado de poner los números en su sitio y el sector público es el que sale peor parado de la ecuación.
Así las cosas, los platos rotos empiezan a herir los pies del antiguo imperio. El ministro de Hacienda, George Osborne, ha anunciado un recorte de un 25% en la administración en los próximos cuatro años, una subida del IVA del 2,5%, así como incentivos para generar empleo en pequeñas y medianas empresas. Lejos quedan pues los tiempos en que el éxito era una obligación y la felicidad una tarea.
El gobierno de David Cameron ha enfatizado, además, su intención de devolver al mercado laboral a uno de cada cinco trabajadores que se encuentran de baja para así engrasar la maquinaria productiva que saque al país de los terrenos pantanosos de la crisis. La sombra del paro asusta a los británicos a pesar de que éste se sitúa en el 4%, una cifra lejana a la que atormenta a los políticos españoles, pero todo un reto para un mercado laboral flexible y en constante movimiento, donde conseguir un trabajo, sobre todo en su megacéntrica capital, era cuestión de días e incluso horas.
Londres se ha caracterizado por ser una metrópoli que atrae a decenas de miles de personas. Todos la quieren vivir, experimentar su multiculturalidad y respirar ese extraño halo de plasticidad y, al mismo tiempo, tradición que la envuelve. La crisis ha golpeado con dureza a sus habitantes. La aristocracia de los bankers fue la primera en sentir el golpe. En pocos meses, la City se redujo dramáticamente y los puestos de trabajo indirectos que creaba fueron cayendo como en una partida de dominó. Taxistas, restaurantes, cines y teatros, tiendas de diseño, agencias de viajes, veían sus cifras de ventas diezmadas al tiempo que sus mejores clientes perdían sus millonarios puestos de trabajo. Fueron los primeros en ser golpeados, pero no van a ser los únicos. Además de los recortes anunciados en el sector publico por Osborne, sectores como las artes, el comercio justo y el deporte se están viendo seriamente afectados, mientras que supermercados de ahorro, la industria de los congelados y marcas blancas han visto sus ventas aumentadas en los últimos dos años.
Los protagonistas
Prashant Sharma llegó a Londres en 2001, con 23 años y arrastrando con dificultad las múltiples maletas que componían sus 45 kilos de equipaje. Al por aquel entonces aprendiz de banker no le llegaba para pagar un taxi, pero su espalda estaba en perfecto estado. Diez años más tarde, su espalda se resiente de las interminables horas de trabajo y los taxis son un medio de transporte habitual.
Mucho ha cambiado en la vida del joven ingeniero que dejó la India para buscar éxito en Europa. No ha sido fácil. Sus padres hipotecaron su casa para pagarle un MBA (máster en administración de negocios, según sus siglas en inglés) en Francia y apoyaron con determinación el porvenir de un estudiante brillante. “Cuando aterricé en Londres estaba muy preocupado por mi futuro y por la deuda que mis padres habían contraído por mí. Si no triunfaba, al menos tenia que ser capaz de pagar lo que debía. Vengo de una familia muy tradicional y llegué a con una cifra en la cabeza. Quería ahorrar una cantidad para volverme a la India y dedicarme al campo. Ahora tengo tres veces esa cifra y aquí sigo”. Pero no todo son rosas.
Durante 2009, en la City de Londres rodaban cabezas a diario. Las más altas, y por ende las más caras, cayeron las primeras. Sharma resistió. “Ahora mismo trabajamos el 10% de los que éramos antes del 2009 y tenemos el 20% del trabajo que teníamos en aquel entonces. Es normal que estemos hasta el cuello”. La austeridad del banco donde trabaja no le proporcionó grandes bonos, pero sí un puesto de director la pasada primavera. Para él la culpa de la crisis e incluso de las obscenas cifras de dinero que se reparten anualmente en bonos la tiene el gobierno: “Los políticos fueron seducidos por el dinero de los bancos y fallaron en regular los movimientos de la City, nosotros como sociedad hicimos algo malo, le dimos poder a los gobernantes y éstos dejaron a la gente de la calle en una posición muy vulnerable”.
Ben Randall salió de Londres poco tiempo después de perder su trabajo. Su empleador, el diseñador Damian Hirsch, despidió al 40% de la plantilla de su estudio en Londres. Una decisión controvertida del autor de una de las piezas más caras de arte contemporáneo, la calavera cubierta de diamantes valorada en 50 millones de libras, icono de una época pasada.
“La gente que invierte en arte en alto nivel no está afectada por la crisis y protege sus inversiones en ciertos artistas asegurándose de que las piezas no pierden valor”, comenta Randall, para quien el cambio está en que en los últimos dos años los grandes artistas han ralentizado su producción de obras de arte para no sobresaturar el mercado. Los bankers y el gobierno que los dejó actuar son, a su parecer, los grandes culpables de la crisis y, como la mayoría de los británicos, lamenta que sean los ciudadanos, con sus impuestos, los que tengan que pagar las consecuencias de las inversiones arriesgadas.
Sin embargo, Randall ha sabido sacar partido de su experiencia. “Estar en la lista de los despedidos fue una buena noticia para mí porque quería viajar por el mundo”, así que cuando no vio claro el conseguir trabajo en el Reino Unido hizo un curso para aprender a enseñar inglés y salió hacia Sudamérica sin billete de vuelta. “Echo de menos Londres, es una de las grandes ciudades del mundo. Pero ahora mismo no quiero volver, quisiera abrir un bar en Colombia y si no funciona volveré y quizá me dedique a la educación con niños autistas o trabajaré con mi padre que ha vuelto al Reino Unido después de cerrar la agencia inmobiliaria que tenía en la costa española”.
El que sí se queda en Londres es el cartagenero José Miguel Martínez, que aterrizó en la capital británica en 2008 tres días antes de la quiebra de Lehman Brothers. Su decisión se debía a las limitaciones que encontraba en el mercado laboral español: falta de movilidad, inflexibilidad, estrictas jerarquías…, y pensó que fuera encontraría un campo más amplio donde desarrollar su carrera como ingeniero de telecomunicaciones y, al mismo tiempo, aprender otro estilo de trabajar. “Acabé frustrado de la educación formal en España. Me prometieron formación sólida y trabajo bien remunerado cuando terminara, pero la realidad laboral no encaja con lo que te enseñan en la universidad”.
Seguro de sus capacidades, se dedicó a tiempo completo a buscar trabajo, y su historia suena similar a la de Vicky Harrison, la joven británica que se suicidó el pasado abril tras recibir la negativa número 200 a un puesto de trabajo. “Mandaba unos 10 curriculos al día y hacía una entrevista a la semana y nada”, comenta. Así y todo, tras unos dos o tres mil cv’s enviados y unas 30 entrevistas consiguió trabajo, mucho tiempo para un teleco. Pero es lo que tiene caer en momentos de crisis. “Las agencias me decían que el mercado estaba muerto y que había cinco mil personas como yo buscando trabajo”. Finalmente consiguió un puesto en una empresa de videojuegos. Actualmente trabaja en un proyecto sobre buscadores en internet utilizando, en lugar del texto, el color. “Me planteé un año como mínimo y ya han pasado casi dos y, por el momento, no pienso volver a España”.
Londres. 30 de julio, 2010
Marisa García es una periodista que vive en Londres. Su última contribución a FronteraD fue Margaritas al asfalto