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Mientras tantoHola hija, te escribo desde el pueblo

Hola hija, te escribo desde el pueblo

El espacio de la diversidad en el contexto social y cultural de GE   el blog de Trifonia Melibea

Aquel pueblo

El aguacatero que cubre la terraza de la casa grande llovizna. Ayer transportó regalos incómodos así de grandes y derechitos a los estómagos ávidos de tus sobrinos en cuarentena.

Gracias al aguacatero, en las noches, el sepulcro de tu abuelo asesinado en la brujería, canta las desgracias. Y es que las memorias del pasado no engañan, hija, y menos mal. El mal de ojo echado a la familia no cesa. Te acuerdas, hija, de que el aguacatero de la cuarentena, este mismo árbol de la vergüenza, maldijo a los ancestros, sepultando la vivienda de dormir elaborada con chapas de zinc, cuya misión estaba predestinada a salvaguardar los huesos de familiares asesinados en la esclavitud, luego en la finca de cerdos de papá Masie, más tarde con el silencio instaurado en la mar y en los bosques.

Seguro que no te olvidas. Y se lo dije, hija, a tu padre, le advertí que, por favor, no se metiera en planes de poletique, y mira, se metió en política. Obsérvanos en estos momentos, yo, viuda; la familia, sin varones.

Hoy, con los tiempos bravos que corren, me corresponde hacer las cosas que los hombres saben hacer, como entrar a la Casa de la Palabra de los Hombres y disputarlo todo como los bárbaros. Escucha, te cuento, entre nosotras.

Resulta, hija, que la Casa de la Palabra de los hombres siempre prescindió de las mujeres en el pasado. Ahora, con la enfermedad de la brujería conviviendo en nuestras vidas, a juicio de vuestro gobierno de los blancos afincado en la ciudad de los blancos, Elon Mengazing, Malabo, se ha institucionalizado como lugar idóneo de entrada y salida para la adquisición de un papel que nos faculta a las mujeres a hacer vida normal. Soy tu madre.

Soy tu madre, soy una mujer y no necesito un papel para ser. Pues no, hija no. Prefiero morirme encerrada con los nietos. Dicen que soy una “pobre mujer sin varones de cabeza en la familia”. Pues no, soy una mujer.

La Casa de la Palabra de los Hombres, recuérdaselo a vuestro gobierno de los blancos residente en la ciudad de los blancos, mantiene la estructura de su fundación. A las mujeres nos alberga para legitimarse, testificar en los asuntos que no son de poletique, servir de comer y si acaso, a la llegada de la menopausia; labor que desempeñamos sentadas afuera de la edificación, en compañía de asientos caseros, arropadas por algún nieto, desechando algún mosquito. Escúchame hija porque estoy enfadada.

Puede que no nos volvamos a ver: me voy a morir. La enfermedad del hechizo en los pies que las personas brujas proyectaron hace dos años, alcanzó la portería y me llevará de inquilina al cementerio, ya no obedece a los medicamentos de los blancos que tu hermana envía cada mes desde Bata, una ciudad de los blancos y de la brujería, que no le permite estar con un hombre normal. Tu tía, la que encontró marido nada más aceptar a Cristo, cuenta que los hombres que se acercan a mi niña fuman banga, todos. Me voy a morir de un disgusto.

Tu hermana precipitará la caída de mi vida, entonces visitaría el pueblo, probablemente, cuando se entere de que he fallecido. Ojo, ya le dije a tus tías que no la bendijeran si no cambiaba de actitud mientras el aire de Dios llega a mis pulmones. La advertencia te afecta igualmente, sí, a ti. Has cambiado igualmente, hija. Malabo, la ciudad del gobierno de los blancos, te ha hecho diferente, ya no amas a tu madre, un delito para mi corazón enfermo de brujería.

El delegado de gobierno (alférez según los rumores) y akamanam (protección civil), visitaron la aldea con una historia de brujería: la enfermedad que se contagia con un vuelco de aire en los países de los blancos había llegado a Guinea Ecuatorial. Hija, sentí miedo como en la infancia, te acuerdas, sí, cuando tu padre se fue a dormir con su amante de la tribu y al día siguiente, encontró que estábamos velando el cuerpo de mi hijo primogénito, tu hermano, quien nació con cuatro dedos más uno diminuto.

En el pueblo, hija, te lo juro por mi madre que en paz descanse, quien me dijo que el matrimonio con tu padre sería lo correcto, hoy soy feliz enamorada de Dios y no le guardo rencor a esta mujer que me parió con quince años, las familias no entendimos nada. Por eso nos marchamos corriendo hasta el interior de las viviendas. Cerramos todas las puertas.

Ya sabes que para mí no resulta fácil la huida. La descendencia que me ha hecho una abuela feliz se compone de ocho integrantes, especialmente los tres niños de tu hermano, el sinvergüenza y vendedor de banga a los militares de akamanam, y que ganó un puesto de trabajo como peón en una empresa constructora situada en la ciudad de Oyala, después de una relación esporádica con la hija del gobernador.

Y se lo dije, hijo, no te metas en planes de poletique. Y se metió en política, intimando con la hija de un político. Ahora que te estoy hablando, ya no tiene genitales, rumores.

Una noche, los militares que le compraban banga, sitiaron nuestra casa, y los ancestros sin enviarles el fuego del infierno. Se lo llevaron, a mi hijo. Me han contado, así, entre nosotras, que lo colgaron de un poste de luz allá en la ciudad de los blancos, Bata. Ataron su pene a una cuerda y luego hija, para qué nos vamos a engañar, cierro la boca, los bajos de tu hermano no son de mi incumbencia, no tengo toda la información. Ahora que te escribo esta carta, no sabría explicar si además de los tres nietos que tuvo antes de su locura sexual con la hija de un hombre del poder, seguirá poblando la tribu de tu padre.

Hija, el presidente del Consejo de Poblado ya no camina. Y se mea encima. La enfermedad de la brujería reside en sus piernas y esfínteres. Si te soy sincera, no esperamos mucho de su labor. En el pasado le teníamos por buena persona hasta que empezó a hablar mucho y de planes de poletique. Y la miopía llegó a la vez. Ya sabes que el ascenso político se llevó por delante a su primera esposa tragada por una serpiente, a dos nietas cocinadas y comidas por él, más tres cabras sacrificadas en una curandería: se bebió toda la sangre. Hija, qué te voy a contar que no sepas.

El pueblo espera la muerte de este hombre de poletique para ser destituido del cargo que desde hace quince años ostenta con ayuda del AK-47 Kalashnikov. Te escribo esta carta en silencio. En el pueblo todo está en silencio. No se puede hablar porque akamanam acecha y el vecindario se vigila entre sí. Por eso quiero que guardes esta carta: nuestro secreto. Ni la he firmado. No vaya a ser que me señalen como enemiga de la paz reinante en el suelo patrio. Entonces sí que me darías por palmada y a ver cómo os organizáis con tanta descendencia, por el momento, todo está en orden. Mis hijas se reproducen, yo me encargo del cuidado. Mis hijos se reproducen, yo me encargo del cuidado. Y cuando se acaba el mes, los salarios se reparten por sí solos. Cada quien envía lo que puede.

En el pueblo son las diez de la mañana. Mis nietas barren la casa. Los nietos juegan al fútbol en la parte trasera del patio. La escuela está cerrada: la enfermedad de la brujería de los blancos.

La hija de tu hermana de la tribu, la palúdica de cabeza rapada, la que nunca disfrutó de cabellos crecidos a pesar de nacer mujer, hija por Dios. Me refiero a la que lleva el nombre de mi madre fallecida por brujería, esta que te echó por accidente la sartén de aceite caliente sobre la pierna cuando empezaba a gatear, sí, ella. Está en cama, lleva dos semanas abrazada a los escalofríos y la fiebre alta. Con una toalla arratonada y mojada, apago el enfado de su organismo poblado de una segunda enfermedad que los blancos llaman fiebre tifoidea. ¡Los blancos!

¡Los blancos! Les odio hija, a todos, le encuentran denominaciones bonitas a todo lo abominable pero no te voy a mentir. Extraño los años posteriores al hundimiento de la triste memoria, cuando una ambulancia recorría el distrito y los blancos hacían cosas para curarnos. El papa y el rey acababan de visitar el país y todo parecía cambiable. ¡Qué época!

En la aldea todo el mundo llora el regreso de los médicos blancos y sus medicinas milagrosas en el puesto de salud aldeano. Tú no, naciste ayer.

En la época de la memoria alegre llegó el silencio. Hasta la salud está en silencio.

Ayer falleció tu prima. La conociste, sí, claro que sí, la de los diecinueve años, la tullida. Estaba embarazada por quinta vez. El parto se complicó. Dos días llevamos esperando un vehículo. El entierro fue ayer, ella y su niño, sepultados. El único coche que circula por las carreteras le pertenece al comandante y comerciante más famoso de la comarca, este hombre del poblado vecino, muy guapo en la juventud y que mantuvo relaciones sexuales con la mayoría de las niñas del pueblo menores de quince años para que no le cesaran del cargo de ministro. Él, sí, vende comida, y los precios, hija, muy altos. Hace mucho que no comemos carne y pescado congelado en casa. Hace mucho que no se permite cazar animales: se han extinguido a la par que la madera preciosa.

La desobediencia es cosa de jóvenes, sí. No te creas, hija. Sí que aparece algún vehículo de manera fugaz, pero te cobran al menos quince mil francos cefas los conductores.En el pasado, la norma establecía tres mil francos cefas.

Explican los conductores de los vehículos que el coste incluye el incentivo a los militares que vigilan la cuarentena en las barreras.

Los militares explican que, por una jornada laboral de doce horas, reciben de comer un pan suelto más una sardina de la administración pública.

Yo no entiendo nada, hija. Es verdad que llegan otros vehículos al pueblo, sí, mentí, pero son de akamanam. Lo de ellos no son vehículos, son órdenes de meternos en casa a punta del AK-47 Kalashnikov.

Hija, mis nietas se alimentan del aguacatero de la brujería. Mis nietos se alimentan del aguacatero de la brujería. Yo no puedo expresar el hambre porque soy la abuela. Los pueblos están vacíos de jóvenes. El grito del petróleo y el boom de la construcción se los llevó a la ciudad. La crisis del petróleo y del ladrillo los echó al pueblo. Acá se vinieron todos para consumir el vino de bajo coste, la banga de libre acceso, y a envejecer. Luego regresaron a la ciudad para vender la banga.

Camerún alimenta los negocios, las cocinas, los estómagos, los cuerpos sanos: no nos podemos mover de casa. No entiendo nada, hija. Si el coronavirus se contrajera a través de un golpe de aire, estaríamos en los cementerios, creo yo, porque en la aldea, aunque cerramos las puertas de las viviendas, seguimos respirando el aire de Dios. ¿Por qué seguimos con vida entonces? ¿Y por qué se mueren solamente los blancos?

Cuentan en la aldea que los países de los blancos se están vaciando de personas. Y si es verdad, ¡Jesús, María, José!, qué será del mundo si una parte de la tierra desapareciese. Qué será de la medicina blanca del pueblo si no regresaran los blancos para normalizar nuestras vidas hoy enfermas.

Recuerdo, hija, la última vez que tuvimos una ambulancia funcionando y medicina accesible. Fue cuando estuvieron aquí los blancos. Se marcharon. Todo se marchó. No me puedo creer que estén muertos. Están muertos, ¿verdad? ¿todos? Kieee. ¿Existe un aire especial y que contamina solo a los blancos? No lo entiendo.

Ayúdame a entender, hija, que, para reprimir la expansión de la enfermedad de la brujería, el coronavirus, vuestro gobierno banco de la ciudad de los blancos, nos haya mandado a los militares y policías. En la vida se han amigado con la gente del pueblo. Los recuerdos de sus sacudidas se mantienen en la memoria colectiva como el aguacatero del mal de ojo. Estaríamos mejor sin ellos porque en el pasado, no venían sino era para detener a alguien, mientras lo trataban como a un animal. Ah, miento, también robaban en las plantaciones: caña de azúcar, tubérculos, maíz, cacahuete, uvas, aguacates, bananas, plátanos, etc.

En el pasado, antes del coronavirus, robaban de vez en cuando. Ahora, con el permiso de vuestro gobierno de los blancos asentado en la ciudad de los blancos, despojan nuestros alimentos todos los días, incluso con el pan y la sardina en las manos. Y no se puede quejar la gente. Quién puede abrir la boca con el AK-47 Kalashnikov asomado en los brazos de un agente fumado y que se sostiene en pie con la banga acariciando sus ojos.

Hija, necesitamos una explicación. La enfermedad del pueblo, te acuerdas de que sigue siendo tu pueblo, te ayudó a crecer, no es el coronavirus. Acá duele el alma, duele el anhelo, duele la rapiña de las militares, duele la desdicha que bostezaba como el aguacatero de la brujería antes de que llegara el coronavirus.

 

Aquel pueblo

Trifonia Melibea Obono

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