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Mientras tantoEl zar-Deutsche

El zar-Deutsche


 

Siempre me admiró el destino de Alejandro II, el zar que abolió la servidumbre en 1861. Después de varios magnicidios frustrados, murió asesinado en un atentado en San Petersburgo en 1881, a pesar de ser el gobernante más progresista del XIX ruso. O precisamente por eso: su padre Nicolás I o su hijo Alejandro III te deportaban a Siberia a la mínima, como probaron en sus carnes tantos patriotas polacos o los rebeldes decembristas rusos.

En cambio, del último zar Nicolás II, que acabó sus días tras la Revolución de Octubre en medio del frío silencio de Ekaterimburgo, sabemos que era un veleta. Tan pronto absolutista como liberal, se enzarzó en contiendas muy costosas para su pueblo como la ruso-japonesa (1904-1905), preludio de la Primera Guerra Mundial.

En la práctica, la servidumbre no desapareció con su prohibición –tal y como denunciaba Lev Nikoláievich Tolstói en sus ensayos– pues los campesinos se pasaron toda su vida y la de sus hijos pagando las tierras que labraban, nominalmente “suyas”. No obstante, gracias a Alejandro II en el vastísimo Imperio Ruso se dejó de comerciar con las vidas humanas. O, en palabras de Nikolái Vasílievich Gógol, con las “almas muertas”.

Hoy, casi 160 años después, podría argumentarse si el neocapitalismo feroz no ha generado una nueva esclavitud. Una formada a golpe y decreto de reforma laboral, créditos para el dentista y la universidad, ERES y ERTES,  contratos por horas, precariado, privatización de la sanidad, trabajo no remunerado, funestas hipotecas con cláusulas suelo…

Contaré un caso que conozco muy bien: las tarjetas revolving. En este neoliberalismo que devasta el planeta, genera crisis económicas sistémicas y ha provocado la globalización del coronavirus, existe un nuevo instrumento sumamente sofisticado de asfixia a la clase media. Una tarjeta con un crédito que, en caso de pago con demora, los intereses se disparan hasta el 27%. Sí, han leído bien. A medida que saldas la deuda, se generan intereses. Mes a mes aumenta aunque religiosamente acoquines.

En nuestro caso, al fallecer nuestro abuelo, sus exequias generaron 4900 € de deuda en su cuenta. Cinco años después, hemos pagado algo más de 6000 y aún le debemos al Deustche Bank 4590 €.

Nuestra esperanza viene por una sentencia del Tribunal Supremo, que recientemente declaró las tarjetas revolving como “usura”, devolviendo a uno de los afectados el importe de más cobrado por su entidad. No se trataba del Deustche Bank, ni tampoco su sentencia anula el producto. Ello implica que los afectados debemos gastarnos un mínimo de 4500 € en un proceso judicial de resultado incierto, puesto que los bancos cuentan con los mejores bufetes de abogados. Dejemos que hablen los números: de una deuda inicial de 4900 euros, se han saldado 6000 en cuotas mensuales y sin embargo, el banco considera pendiente de pago un importe que es casi el inicial. Querellarse supondría invertir 10500 para, oficialmente, continuar siendo deudores.

Indignada, hablando con el “asesor personal” del banco para intentar pagar la deuda de un plumazo, me dice que no es posible. Hay topes mensuales a la hora de amortizarla, con lo que matemáticamente llevará 102 años saldarla. Y lo dice sonriendo, este nuevo esclavista de nuestros días.

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