Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoLlegan las féminas

Llegan las féminas


La cueva se ha convertido en una pasarela onírica de personajes públicos desde que aterrizó el bicho por estos lares. Ignoro por qué razón eligieron mi modesta morada para pasar un buen rato durante las madrugadas de la catástrofe. Ha habido intercambios educados de opiniones no exentos algunas veces de palabras gruesas, pero respetando al contrario y sin llegar a la agresión. Ése es el juego de la democracia, aunque no se escuche o se interrumpa al otro. Ésa es la libertad de expresión de la que más o menos seguimos disfrutando los ciudadanos de este país. Ignoro si imperfecta, pero mejor esto que volver al periodo del ordeno y mando.

La pasada noche fue por decirlo en una palabra estrambótica. No viene al caso identificar a la mujer que accidentalmente permitió la entrada de otras dos a mi domicilio. Sinceramente no entendí las explicaciones de mi buena amiga, que un poco aturullada me dijo haber encontrado a las otras dos merodeando por mi calle. Al verla le preguntaron si me conocía. «Ya lo creo que conozco al señor Esteruelas, y muy bien. Un poco raro, pero buena gente si se aceptan sus prontos», les contestó sin reservas. «¿De qué se trata?». «No piense mal de nosotras, pero nos gustaría conocerlo y tomar unas copas en su apartamento. Es un poco tarde para llamar por teléfono», afirmó una de ellas. «Sí que lo es, pero hoy es para ustedes, chicas, su día de suerte», respondió con desparpajo cercano mi amiga. «Tengo llave del piso y no me cuesta mucho acompañarlas. Sufre de insomnio y hasta a lo mejor se alegra con su presencia y le calman la soledad».

Total que mi buena camarada, sin mirar el reloj y por tanto ignorar que eran las 3.30 am, abrió el portal y las acompañó hasta la planta tercera donde está la cueva emparedada entre los ruidosos vecinos de la cuarta y la segunda. Tocó largo dos o tres veces al timbre. Tenía esa costumbre que no me desagradaba para anunciar que llegaba ella con su terremoto. En efecto, no estaba aún dormido pero comencé a entrar en pánico. Pensé que era Vicedós, muy enfadado por las críticas que había vertido la noche anterior a su jefe y que, vengativo, me traía a uno de esos miembros de la flamante brigada de rastreadores para someterme a pruebas médicas y quizá a torturas psicológicas. Hombre muerto, me dije con mi habitual y enfermizo fatalismo.

Pero no, no era él, sino mi querida amiga, que muy sonriente anunciaba con su peculiar acento: «Te traigo a estas dos señoras distinguidas que quieren conocerte. Espero que no te haya molestado. Veo que estás hecho una ruina con esos pelos de león enjaulado. En fin, os dejo que voy con prisa porque me esperan en el trabajo y como sabes está bien lejos. Ya hablaremos algún día». Y se marchó sin más. Todo un absurdo, pero he llegado a la conclusión, siguiendo los consejos de McFarlane, mi psicoanalista jamaicano, que mejor en estos tiempos de coronavirus dejar volar la imaginación sin ningún guión preestablecido y ver dónde me lleva el viento: si al hoyo o al cielo.

Las dos señoras en cuestión me resultaban bastante familiares. Por supuesto que sí. La más alta, muy delgada, con pelo rubio lacio, me dijo con un acento entre andaluz y argentino que se llamaba Tana. Lucía un vestido de chaqueta y pantalón blanco muy elegante. La otra parecía su hermana pequeña por su corta estatura. Llevaba un traje negro a juego con sus ojos y su cabellera que coquetamente caía sobre un hombro. «Hola, yo soy Isa. No sé si sabes quién soy». Mentí para provocar, pero supe naturalmente quién era. Pareció desconcertada y levemente irritada. «No debes de leer ni ver la tele estos días, ¿verdad? Mejor para ti», añadió. Volví a mentir como un bellaco, aunque sospecho que no se lo creyó ni ella ni su compañera por la media sonrisa que ambas expresaron. Me molestó que me tuteara.

Tana, según parece, era de alta alcurnia, aunque no recurrió a exhibir credenciales.  Muy culta e inteligente, tenía un discurso conservador vitriólico que había causado más de una vez problemas al «presi», como llamaba ella a su jefe, y cierto malestar entre algunos dirigentes de su formación. «Isa y yo somos víctimas del machismo que aún impera en nuestro partido y en la sociedad española en general, pero discrepamos con ese feminismo pseudoprogre ruidoso y alborotador. Me parece un disparate y más con lo que ocurrió con la manifestación de marzo. No acepto que hablen en mi nombre». «Ni yo», convino la pequeñita. «Nos dijeron que tú has sido periodista. Nosotras también, ¿verdad, Tana?». «Sí, claro, es una profesión que me encanta, mucho más que la de política. Pero ahora toca esto», remató la alta y rubicunda con su suave acento. Me pareció que no podía ni hacía esfuerzo por ocultar una arrogancia aristocrática a diferencia de su colega, una chica de un castizo barrio madrileño de clase media, que se había encontrado con un cargo muy importante en su región y que estaba ahora en boca de todos como el Vicedós. La elogiaban o la odiaban. Ella, muy ambiciosa, era consciente de su repentina fama y estaba resuelta a alcanzar metas mayores. ¿No lo había conseguido su jefe? ¿Por qué no ella, que encima era mujer?, pensaba.

Entraron y educadamente les conduje hasta el cuarto de estar. «Qué bonita biblioteca», afirmó Tana, quien se acercó a uno de los cuerpos para echar un vistazo a unos libros de historia de España. «Yo soy historiadora, ¿sabes? y doctora por Oxford con una tesis sobre Juan de Palafox, un obispo de Puebla y virrey de México. Me la dirigió John Elliot», manifestó ufana. Isa, la pequeña, no se pudo controlar: «Anda Tana, deja ya lo de Elliot, que lo saben hasta los conserjes de Génova. Mira, yo soy presidenta y no voy anunciándolo por todas las esquinas», la interrumpió con ironía para inmediatamente exclamar: «¡Y esta noche tengo un mitin nada menos que con Aznar!».

Isa me resultaba físicamente atractiva por algún extraño gusto mío, pero, confieso, que la soportaba bastante mal cada vez que la había visto en la tele o hablar en la radio. Me daba la sensación de que no preparaba concienzudamente lo que iba a decir y de ahí que empezaban a ser famosas sus meteduras de pata sobre todo durante la última campaña electoral que la llevo inesperadamente a la presidencia de su comunidad, un cargo de gran relevancia por el que habían pasado antes sus madrinas políticas, Aguirre y Cifuentes. Pero los errores también los cometía ahora en su nueva responsabilidad. No sé si lo hacía aposta para que hablaran de ella, poco importaba si bien o mal, y obedecía a una estrategia de su principal asesor, el que había sido el gurú mediático de Aznar. Notaba que cuando hablaba se ponía a la defensiva, como si fuera un combate de mujeres contra hombres. No levantaba el tono de voz, pero al poco descargaba críticas contra sus opositores. Su blanco favorito era el mundo podemita y el Vicedós.

«Ya estoy oyendo los insultos y las mofas que habrá proferido por mi entrevista del domingo», me dijo mientras tomábamos tranquilamente un gin tonic en el salón. No puse música para no disturbar al vecindario, aunque me preguntó si tenía algo de Sabina. Le contesté que no estaba entre mis favoritos. «¿Y eso? Si es todo un poetazo. Le falla que es comunista, pero se lo perdono. Yo soy liberal y tirando a rojeras, mucho más que esos predicadores del régimen bolivariano que pretenden acabar con el país. Pero no lo van a conseguir. ¿Has visto la última encuesta? ¡Estamos sólo a cinco diputados de los sociatas!», declaró de corrido. Hablaba lento y mirándome a los ojos, lo cual, admito, me turbaba un poquito. «El estado de alarma es un estado de excepción. Va a ser la tumba de Sánchez», remató Tana. «Van a por ti, Isa», añadió mirando a su compañera. «Pues están apañaos, esos socialcomunistas. Tengo más cuerda que el reloj de la Puerta del Sol», dijo la otra con un gesto cheli.

Yo trataba de hacer esfuerzos para no preguntarle sobre el posado que ilustraba la entrevista dominical, con la que más o menos podía coincidir. Pero las tres o cuatro fotos, una de ellas en la primera página del diario de tirada nacional, eran chocantes. «Sé que algunos carcas del partido están irritados, pero me importa un pito. ¿Qué pasa, no puedo posar como una mujer de luto, emocionada y dolorida por la muerte de casi 30.000 españoles o qué?», me respondió un tanto alterada cuando finalmente saqué el tema.

Las fotos, confieso, me resultaron un tanto exageradas, impostadas en su deseo de mostrar pena y una hasta ridícula apareciendo con los ojos cerrados casi como si fuera una santa en éxtasis. Qué sé yo, María Goretti, Rosa de Lima…No es mi fuente el santoral. No han faltado quienes ya la han bautizado como la nueva Pasionaria de la derecha. De repente, en mi locura, se me ocurrió pensar que Isa y Vicedós podrían hacer una excelente pareja sino sentimental sí teatral. «Se lo debo comentar a él si es que regresa una de estas noches, aunque a lo mejor me corre a gorrazos», me dije callado mientras observaba a la líder conservadora madrileña. Yo los veo interpretando alguna comedia de Mihura, Tres sombreros de copa, por ejemplo, o algún drama de Albee, como ¿Quién teme a Virginia Woolf?. Él de Richard Burton y ella, de Liz Taylor, en versión juvenil moderna. Pienso que lo bordarían, porque ambos son muy pasionales.

Habrá que ver si ese capricho suyo fotográfico le pasa factura y la obliga a cuidar más la imagen y el momento. Por lo que capté esta madrugada intuyo que no. Claro que poco vale mi intuición, mi presagio, mi especulación o mi análisis. No debo olvidar que yo no existo, o que si existo, vivo en un mundo completamente de sueños y de pesadillas.

Más del autor

-publicidad-spot_img