Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿junio? ¿septiembre?…) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…
¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?
Es muy antigua, del día que Jérôme Savary estrenó su montaje de Historia de un soldado en el Teatro Español. El caso es que hubo un problema técnico por el que se tuvo que ver la obra con luz de sala y sin usar los efectos de luces que habían diseñado para la obra. Unas luces que, según contaron, en algunos momentos se apagaban para que se vieran los colores fosforescentes de trajes, maquillajes y decorado. Primero informaron y pidieron permiso al público para continuar la función en esta situación. Nadie se marchó. Fue toda una experiencia ver los mimbres de la obra. Ver en vivo y en directo cómo estaba construida y pensada. Ver cómo los artistas se exponían. Era como si se hubieran desnudado y se mostrasen en toda su vulnerabilidad.
Creo que nadie de los asistentes lo habrá podido olvidar. De hecho, los aplausos fueron apoteósicos y prolongados. Caímos rendidos ante la inteligencia y sensibilidad no solo de Igor Stravinsky, el compositor de la obra, sino de Jérôme. Aquel fue un tiempo de muchos descubrimientos porque por fin los referentes artísticos del momento, como Kantor, Bob Wilson o Lepage, se podían ver en España. No había que hablar de ellos de oídas o por referencias. O viajar para verlos. Desde entonces me hice fan de este director y actor y traté de no perderme nada de lo que pudiera ver de él.
¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?
Si preguntas de la temporada 2019-20 creo que mis dos obras favoritas son Las canciones de Pablo Messiez en el Pavón Teatro Kamikaze y Delicuescente Eva de Javier Lara en el Teatro de la Abadía. De la primera pude escribir. La segunda la pude ver, pero no hacer la crítica; no tenía sentido cuando se había cancelado por la pandemia.
De ambas me gustó todo. Desde la idea, a los textos, la dirección, los actores y actrices. (He de decir que, aunque a veces el resultado no me agrade o no me convenza, los profesionales involucrados siempre me interesan, estén delante o detrás de la escena.)
Será una pena que Las canciones no tenga una larga gira cuando se puedan abrir los teatros y que el público que no la vio no pueda comprobar el poder de la música. Como será una pena que no se pueda ver más cómo los tres protagonistas de Delicuescente Eva se ajustan la vida y los machos en esa maravillosa escenografía tan inspirada en Maurice Sendak.
¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?
Lo último que vi fue Delicuescente Eva, un ajuste de cuentas de un ficticio Javier Lara a su familia, que se vuelve en un ajuste de cuentas a sí mismo. A cómo ha vivido la relación familiar.
Lo primero que me atrajo fue su escenografía. Una escenografía inmensa y preciosa. Con una luz y un color que la hacía parecer una acuarela. Un bosque muy similar al de Donde viven los monstruos, el famosísimo libro infantil de Sendak. Una escenografía que sirve para dejar paso a que la obra suceda, que permite los cambios de tiempos y lugares. Mezclar la ensoñación y la realidad. Un espacio para ser ocupado por un texto y por unos intérpretes y para que todo suceda. Teatro contemporáneo, sí, pero creado para ser un clásico, o al menos un hito en la historia reciente del teatro, independientemente de la vida comercial que hubiera tenido. Aunque se merecía triunfar.
Por tanto, rescataría a todo el equipo artístico involucrado en la obra. A Javier Lara, por escribirlo e interpretarlo; a Carlota Gaviño, por dirigirlo; a Natalia Huarte, que está de muerte, y a María Morales, que también lo está. No me puedo dejar fuera a la escenógrafa y vestuarista Paola de Diego. Ni a José Pablo Polo el responsable de la música. Ni a Lucas Condro como asesor de movimiento. Ni a Íñigo Rodríguez-Claro responsable de la iluminación junto con Álvaro Guisado Garabito.
También rescataría a las productoras o compañías que lo han hecho posible: Grumelot, Compañía de Babel y Teatro de la Abadía. Hay en ellas mucho conocimiento del teatro para hacer disfrutar al público de teatro, contándole lo que les pasa y no lo que pasa.
Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…
Te mando una taza de café, porque, cuando llegaba con suficiente tiempo (y, a veces, sin tiempo) a ver una obra de teatro, me gustaba tomarme un café, aunque fuera rápido. Era como un momento en el que me relajaba. Dejaba fuera el resto del día y todo lo que hubiera podido pasar antes de entrar a la sala. Paladeaba el café, sobre todo si estaba bien hecho y era bueno, y me predisponía a paladear y a apreciar la obra que iba a ver. De hecho, ahora, en casa, cuando voy a ver una obra de teatro confinado, si es a media tarde, también me tomo antes una taza de café.
(Antonio Hernández Nieto, crítico de teatro)