Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
AcordeónLas patas machacadas de la Nécora

Las patas machacadas de la Nécora

 

En 1978 un grupo de veinteañeros montó en Sanxenxo el pub Siete Colinas. Eran los Chenano, Chiruca, Tarano o Chis (José Antonio Acuña Rial) que empezaron a fumar costo a mediados de los 70 en Vilagarcía, donde implantaron una especie de movimiento hippie en el que se escuchaba música, se hablaba durante horas en la playa y se hacían orgías en las que participaban hasta quince personas. Ese verano el Siete Colinas fue un bombazo que atrajo a “las niñas más bonitas del verano gallego”, como relata el periodista Felipe Suárez en su libro Operación Nécora +. Los vilagarcianos se entregaron a la dolce far niente tan propia de Sanxenxo: recogían el dinero de la caja para acabar la noche, iban a la playa, comían y salían de copas.

       En Vilagarcía, a finales de los setenta, son recordadas las partidas de cartas en el bar Peñóns. Se juntaban los hippies melenudos del porro con los guardias civiles.

 

-A ver cuándo coño vas a cambiar de tabaco, mira que es fuerte.

-Tranquilo, sargento, ya se irá acostumbrando, es tabaco holandés.

 

       A unos kilómetros, en Vilanova de Arousa, se producía una explosión de vida. A las cuatro de la tarde la plaza de las Palmeras estaba a bote de jóvenes escuchando música y bailando, y a quien pasaba por allí, en pleno centro del pueblo, se le invitaba a sumarse.

 

El arrepentido

Una mañana de 1989 cuatro presos entraron en la celda de Ricardo Portabales en la cárcel de A Parda. Le taparon la cara con una toalla y lo apalizaron hasta cansarse. Portabales quedó tirado en el suelo encogido, con la nariz rota y un par de vértebras lesionadas. Antes de que el grupo se marchase, una voz lo amenazó de muerte.  Reconoció a Manolito Charlín, el hijo de Manuel Charlín Gama, llamado el Patriarca. Y a ras de suelo, Portabales abrió los ojos y vio, como en las películas, unos botines blancos con cordones negros que sólo podían ser de Laureano Oubiña.

       Portabales llevaba semanas hablando con Luciano Varela, a quien había enviado una carta en la que el ex traficante de Estribela prometía colaborar con la justicia. Después de escucharlo, Varela decidió traspasar el caso a la Audiencia Nacional. Lo hizo porque entendió que desde la Audiencia Provincial de Pontevedra no había recursos para abarcar una operación tan grande. Es entonces, antes de desplazarse a Madrid, cuando a Portabales le dan la paliza y escribe a Baltasar Garzón, que es el juez al que le ha tocado la instrucción en Madrid.

       “Me escribe asustado. Yo tengo todas las dudas del mundo. Me da pavor la fragilidad de una investigación basada en el testimonio de un coimputado, por muy arrepentido que se muestre. Así que, a medida que Portabales acarrea datos, la policía los va comprobando: una casa, un sótano, un zulo, una cabaña donde esconden documentos, armas, dinero y bolsas de cocaína; una mejillonera, una lancha que hace maniobras extrañas, un bar… Es creíble”, le contó Garzón a Pilar Urbano en la biografía del juez, El hombre que veía amanecer.

       Garzón interrogó durante ocho meses a Ricardo Portabales. Al dúo se había unido Manuel Fernández Padín, otro narco arrepentido. Padín, un hombre en tratamiento psiquiátrico, emigró de Galicia y al regresar llamó a todas las puertas para buscar trabajo. Acabó timbrando en la de Manuel Charlín, y uno de los hijos del Patriarca se presentó a los pocos días en un Porsche blanco para citarlo en un desembarco de tabaco, que resultó ser cocaína. Una mañana Fernández Padín entró en la Comandancia de la Guardia Civil de Pontevedra dispuesto a contarlo todo.

       Garzón, que no los puso en contacto, comprobó que Padín refrendaba los datos que le iba dando Portabales. “Aquello iba tomando cuerpo”, dice. Una tarde de mayo de 1990 Garzón y el fiscal Javier Zaragoza comen con los mandos policiales y plantean una operación ambiciosa. Hay veintidós personas, como mínimo, con imputaciones claras. Sobre el papel, el dispositivo policial es escandaloso. Los narcos son todos familia, socios o vecinos, así que se exige detenerlos de manera simultánea: eso multiplica los medios. La fecha clave es el 13 de junio. La orden, asaltarlos de madrugada para pillarlos en pijama.

 

Una historia de amor

Aunque al principio se traían de Inglaterra chinas que daban para diez porros cada uno y tirar con ellos todo el verano, el consumo empezó a crecer porque la pandilla de Vilagarcía se extendía. Tati, uno del grupo, empezó a bajar con Ángel Facal a Ketama (Marruecos) para subir cinco kilos de hachís con los que abastecer y trapichear. Luego, José Antonio Acuña Rial, el joven de Sanxenxo al que llamaban Chis, empezó a hacer algo parecido. Bajaba normalmente a Sevilla y subía con hachís para consumir y pagarse el consumo vendiéndolo a amigos. “Lo hacíamos como pasatiempo, para nosotros”, le dijo uno de ellos al periodista Suárez.

       De Chis se enamoró en el Siete Colinas una chica, Adelaida. Fue un amor violento; la joven abandonó la casa familiar de Vilanova y se instaló en la casa del novio, en la parroquia de Cea, en Vilagarcía de Arousa. Allí se presentó una semana después el inspector de la Policía Local y el padre de la chica. Cuenta Suárez que llegaron a interrumpir “la animada tertulia musical que, envuelta en el humo de los canutos, mantenía el grupo”.

 

-Venimos a llevarnos a Adelaida y luego os vamos a denunciar por corrupción de menores -dijo el inspector.

 

Los jóvenes estaban ocultando los porros como podían cuando la enamorada Adelaida Charlín se levantó y dijo:

 

-No me voy. Acabo de cumplir 18 años y anteayer se aprobó la mayoría de edad.

 

 

       Chis y Adelaida continuaron su noviazgo. Años después se casarían  y ocuparían un espacio, poco relevante, en las páginas de sucesos. El inspector salió de la casa acompañado del padre de la chica, un hombre de baja estatura, calvo y de gafas. Ella no tardó en sumar a la pandilla a sus dos hermanos, Manolito y Melchor. Los dos olieron el negocio que había allí. Y se dirigieron a su padre para plantearle la sustitución del winston de batea, con el que traficaba desde tiempos inmemoriales, por el hachís de Marruecos. Años después, el clan Charlín ya ganaba entre 1991 y 1995 más de 400 millones de pesetas sólo en loterías y quinielas.

       Fueron años de descontrol. Inma Portas cuenta en uno de los trabajos más célebres de Documentos TV, el Marea Blanca, firmado por Joaquín Pedrido y Miguel Ángel González, cómo Manolito Charlín aprovechó la ausencia de sus padres en el nuevo chalé para montar una fiesta de inauguración gigantesca en la que hubo almejas para dar y tomar y garrafas gigantes de Chivas. Hubo un momento en que Melchor Charlín quiso despejarse subido a una moto de gran cilindrada. Arrancó y cayó en la piscina. Lo encontraron boca arriba aún sobre la moto. “Aquello fue apoteósico”, dice Inma. En la piscina no había agua.

 

Un despliegue inaudito

Baltasar Garzón y Javier Zaragoza saben que en la operación del 13-J no van a tener en las redes a Vicente Otero, Terito, ni a Manuel Charlín Gama, quizás el pez más gordo (Charlín aprendió el oficio de Terito, ya muerto. Terito fue el primer gran contrabandista gallego del tabaco. Cuando Pablo Vioque se hizo con la junta local de Alianza Popular en Vilagarcía, los capos desembarcaron en el partido pagando campañas electorales. A Terito lo condecoraron con la medalla de oro y brillantes de AP; José Manuel Barral, Nené, fue alcalde de Ribadumia quince años, hasta que en 2001 fue detenido por contrabando).

       Lo que ocurría el 13 de junio es que Terito salía de viaje y no se podía demorar la operación por él. Charlín, por su parte, preparaba con los Baúlo la descarga de 2.000 kilos de cocaína, y se decidió esperar para atraparlo (Baúlo terminó colaborando con la justicia y traicionando a Charlín; el 12 de septiembre de 1994 se presentaron tres colombianos en su casa y lo mataron a tiros dejando paralítica a su mujer. En 2008 su hijo Daniel Baúlo fue condenado a 17 años de cárcel por querer meter cinco toneladas de cocaína en España).

       El despliegue policial de la Nécora fue el mayor que hubo hasta entonces en España. “No sé cómo acabará, pero me voy con ellos a Galicia”, le dijo la noche anterior Garzón a su mujer. Se desplazó con él parte del juzgado número 5 de la Audiencia Nacional: el secretario José Antonio Pérez Fernández-Viñas y numerosos funcionarios. Por supuesto, estaba el fiscal antidroga Javier Zaragoza. También el comisario general del Poder Judicial, Pedro Rodríguez Nicolás, y el jefe de la Brigada Central de Estupefacientes, Alberto García Parras. Aterrizaron en Santiago en un vuelo regular de Iberia. No comunicaron nada al juzgado de Vilagarcía, al delegado del Gobierno ni a la Guardia Civil de la zona.

       En Madrid, en el patio de Canillas, sede de la Brigada, hay un movimiento inusitado de agentes. Se da una orden: que todos estén preparados porque se va a realizar en Andalucía una operación de envergadura. Antes de arrancar, cada vehículo recibe un sobre, que abren los conductores: el destino es Galicia.

       “Yo no quería ir y me enfrenté al cabronazo que me había metido en todo este lío”, dice Ricardo Portabales a este periódico. Portabales no quería volver a Galicia “por qué yo no sabía qué me encontraría allí, y si iba a tener que enfrentarme cara a cara con aquellos que yo estaba acusando”. Más de 70 coches enfilaron la carretera de La Coruña de manera escalonada. Un restaurante en la provincia de León les fue dando de cenar a todos. Llegaron a Santiago e hicieron tiempo.

       Baltasar Garzón, Javier Zaragoza y los comisarios cenaron ligero en el piso superior de un restaurante de la zona del Franco. La sed la mitigaron con coca-colas, aguas y cafés. “No sabemos qué resistencia pueden oponer ni si están armados. Nos podemos encontrar sorpresas. Necesitamos instinto, reflejos y estar espabilados”, dice el juez en la mesa. “Yo hasta ese momento”, le dijo diez años después a la periodista Pilar Urbano, “jamás me había visto en un fregao de tal magnitud”. Se dio una ducha en el hotel Compostela y a las seis de la mañana se subió al coche. Era noche cerrada. Iba a empezar la Operación Nécora.

 

Una fiesta continua

Las fiestas en la plaza de Las Palmeras eran famosas en Vilanova de Arousa. Aquel recinto era el particular paraíso de los jóvenes del pueblo. “Allí bailábamos con toda la alegría del mundo y todo el desenfado”, dice en el documental Marea Blanca Benito Portas, que falleció hace un año a causa de un cáncer. En aquella felicidad instantánea y bajo la mirada de Ramón María del Valle-Inclán, que tiene busto en la plaza, se desataba la euforia y la fiesta bajo los ojos de los vilanoveses. Lo recuerda en el documental Sito Vázquez, el alcalde de Vilanova en aquellos años. “Cada uno tenía su palmera, y en la tierra de la palmera tenía su paquete de droga. Todo el mundo lo sabía, y ellos se respetaban: allí nadie iba a la palmera del otro”. Sito Vázquez fue el primer alcalde en crear un centro de desintoxicación en Galicia. Ayudó a los jóvenes muchas veces en contra de la opinión del pueblo.

 

 

       En Vilagarcía, Ángel Facal, que formaba parte de la pandilla de Chenano y Chis, introdujo el LSD en el pueblo. Había llegado de San Sebastián a trabajar en un remolcador y se integró rápido en el grupo. Casi diez años después de aquello, el 26 de febrero de 1985, Facal estaba comiendo un bocadillo sentado en la puerta del bar Náutico en Pasajes de San Pedro (Guipúzcoa). Una vespa con dos encapuchados frenó bruscamente delante de él. Uno de los ocupantes se bajó de la moto y le descerrajó un tiro en la sien.  Era Idoia López Riaño, la Tigresa. ETA limpiaba a su manera la patria vasca de drogadictos.

       Uno de los primeros en bajar heroína de Holanda a Galicia fue Benito Iglesias, Nito Sopita. Murió a los 39 años. Llevaba diez enganchado al caballo y tenía sida. Se cortó la yugular encerrado en la habitación de la casa de sus padres después de prenderle fuego al colchón. Su madre se levantaba de la cama por las noches para irlo a buscar por el pueblo. Tras su muerte, dice que lo sintió junto a él seis meses. “Veía su sombra, escuchaba que me llamaba, y oía cómo se movían papeles en su habitación”. Luego ese espíritu desapareció sin dejar rastro.

       Nito era uno de los rostros del equipo Dejadnos Vivir, que en 1982 ganó el torneo de fútbol de las fiestas patronales de Vilanova de Arousa. De los diez chicos que aparecen en la fotografía del torneo murieron cinco. Uno de los que vive es Manuel Fernández Padín, el arrepentido que se encuentra esperando un trasplante de hígado a causa de una cirrosis. Otro, Pacheco, aparece en el documental rodado hace once años vagabundeando ensimismado, sin hablar con nadie, “en un mundo paralelo”, según su hermana. Antes de que los narcos cambiasen el tabaco por la droga, varios de ellos ya bajaban al moro  a por hachís y subían a Alemania y Holanda para proveerse de cocaína y heroína. Antes de que se estableciesen los clanes de la droga, ya había gente de toda Galicia que se acercaba a Vilanova a comprar sus dosis.

       Sobre ese equipo se construyó Marea Blanca. Allí Sito Vázquez habla de una generación perdida, “muchos de ellos artistas”, unos “chicos estupendos, buenísimos”. Vázquez los vio crecer. Colaboraron con él organizando conferencias, conciertos y exposiciones. Habían creado asociaciones, sacaron a la calle un fanzine y montaron un grupo de rock. “Eran inteligentes y muy activos. Empezaron a descargar tabaco, y aunque al principio se les pagaba con dinero, luego empezaron a pagarles directamente con hachís”. A uno de 22 años lo mató una sobredosis sin que nadie supiese que ya se estaba pinchando; otro murió de un ataque epiléptico en el mar mientras su perro lo intentaba arrastrar a la orilla.

 

La Operación Nécora (I)

Cuando ya estaba todo casi listo para empezar, Ricardo Portabales se dirigió a los mandos policiales y a Baltasar Garzón para decirles que él prefería quedarse en Santiago. “Me contestaron que tenía que acompañarlos por si necesitaban algo más de mí y que era bueno que estuviese en el centro de operaciones”, recuerda el arrepentido.

       Un centenar de vehículos partió a las seis de la madrugada del día 13 de junio de 1990 desde Santiago de Compostela hasta la comarca del Salnés. Al entrar en su vehículo, el juez Baltasar Garzón se enteró del nombre del dispositivo policial: Operación Mago. “Por ti, por el rey Baltasar”. Lo rechazó. Sobre la marcha consensuaron un nuevo nombre: Operación Nécora. “Es noche cerrada. Me impresiona aquella marcha motorizada, en orden, en silencio, con luces de situación y a velocidad rápida. Asomo la cabeza por una ventanilla de mi coche y veo la ristra de vehículos como una larguísima luciérnaga, todos alineados”, relata el juez en el libro escrito por Urbano. Esa caravana se cruzó con un coche conducido por Vicente Otero, Terito, otro que escapaba por los pelos de la primera fase de la Nécora.

       Al llegar al Salnés cada coche empezó a desencadenarse para dirigirse a su punto de destino: Vilanova, Vilaxoán, Cambados, Carril… Garzón eligió la comisaría de Vilagarcía de Arousa como su centro de operaciones. En los últimos días se había hecho una vigilancia estrecha a las personas implicadas mediante escuchas telefónicas y espionajes prácticamente en las puertas de sus domicilios. Estaba todo bajo control. A las siete y media de la mañana el comisario Alberto García Parras se dirigió a Garzón en la distancia y levantó los dos pulgares. La señal quería decir que todos los objetivos estaban “centrados”. Garzón gritó: “¡Adelante!”. Y cada patrulla, situada en cada domicilio, se abalanzó sobre los sospechosos. Inspectores vestidos de paisano protegidos por hombres uniformados. Había doce agentes para cada capo.

       “Laureano Oubiña ha sido detenido junto a otras diecisiete personas en el marco…” arrancó el telediario de TVE a las tres de a tarde del día 13 de junio. A media mañana las redacciones de los medios de comunicación de todo el país eran un hervidero. Todas las miradas estaban puestas en las Rías Baixas, donde desfilaban los principales capos de la droga por la comisaría de Vilagarcía. ‘Espectacular redada policial contra el narcotráfico en Arousa’, tituló Diario de Pontevedra. Salvo Sito Miñanco, que estaba huido de la justicia, y Charlín, cuya detención había sido aplazada, cayeron todos los jefes de los clanes: Oubiña, Marcial Dorado, Daniel Carballo, José Paz… El que más problemas puso fue Oubiña: se negó a abrir la puerta de su casa en Laxe, tuvo que derribarla la policía y lo detuvieron vestido con un pijama de rayas. En Madrid caían Celso Barreiros y Carlos Goyanes, entonces marido de Cary Lapique. La Nécora salpicaba a la jet.

 

 

       Fue un día caluroso de cielo despejado. La comarca del Salnés estaba literalmente tomada por decenas de coches y furgones policiales y varios helicópteros que sobrevolaban la mansiones de los narcos. Portabales permanecía aterrorizado en la comisaria de Vilagarcía. No por él, sino por su familia. Garzón lo quería cerca. “Había mencionado escondrijos de armas, de dinero y de droga en covachas de monte, en el sótano del Pazo Baión de Oubiña y en otros lugares. Nos interesa que él lo señale sobre el terreno; no es ya por encontrar esas armas y esa droga, sino por confirmar que nuestra fuente principal no nos miente”, explicó el juez en su biografía.

       Baltasar Garzón tenía 35 años. Saltó a la fama esa mañana bajándose del helicóptero que aterrizó en Pazo Baión, el gran símbolo del poder de los capos gallegos. Una fortaleza de 22 hectáreas de uva blanca que fue durante años la mayor plantación de uva albariña de Galicia. Para reunir fondos y comprar ese Pazo, Laureano Oubiña consiguió un préstamo de Luisa Castela Fernández, una pensionista de 68 años viuda de un jubilado de Renfe y vecina de la plaza Mayor de Cáceres, que le dio un cheque al gallego de 138 millones de pesetas. En el juicio también se supo que Luisa, que desconocía haber prestado tal cantidad de dinero y que pagaba un alquiler entonces de 200 pesetas por su vivienda, era tía de Pablo Vioque.

       En el corazón de aquel lugar simbólico, atizado por el viento que levantaban las aspas del helicóptero, Baltasar Garzón abrió por primera vez los telediarios. Había nacido la figura del juez estrella.

 

Destrucción

En el libro que publicó el periodista de Radio Arousa Felipe Suárez sobre la Nécora hay varias fotografías de las pandillas de Vilagarcía precursoras del porro y el movimiento hippie. En una aparece Chenano Rodiño, el hermano de Chiruca. En otra Tarano, un joven del que dice Suárez que tenía que sacar a empujones a las chicas de su casa. También Willy Meyer, que entonces ya estaba en el Partido Comunista y hoy es eurodiputado por IU. Y en una más está el equipo femenino de baloncesto del Liceo Marítimo de Vilagarcía, donde aparece Chiruca Rodiño, apenas una adolescente, con falda plisada blanca y polo a juego. En esa foto está el entrenador, José Manuel Pérez Vallejo. Vallejo se casó con Esther Lago y tuvo con ella un hijo, David Pérez Lago (implicado en varias operaciones de tráfico de cocaína). Ya divorciada, Lago se casó con Laureano Oubiña. Acabó estrellando su todoterreno en un accidente de madrugada en Cambados en 2001. Oubiña, preso y escoltado por la Guardia Civil, acudió al entierro y allí el narco escuchó los gritos de las madres de la droga: “Chora ti agora como choramos nós”.

       Una web recupera fotografías antiguas de la vieja Vilagarcía. Varias de ellas son de equipos de fútbol y en casi todas aparece Chenano. En otras sale un jovencísimo Luis Jueguen. Jueguen llegó a ser vicepresidente de la Cámara de Comercio de Vilagarcía, de la que Vioque era secretario general. Jueguen acompañó un día a su primo Juan Manuel Vilas, tesorero de la Cámara, a Benavente para negociar con un par de colombianos. Estaban los cuatro hablando en un parque sobre fútbol antes de entrar en materia y Vilas se sentó mientras decía que la culpa del dinero que se movía era de los aficionados, que consumían fútbol a todas horas. Aparecieron otras dos personas con las manos en los bolsillos, y una de ellas sacó una pistola y le metió una bala por el ojo a Vilas mientras Jueguen empezó la carrera más rápida de su vida entre el silbido de las balas: una le pasó por encima de la cabeza y otra le atravesó la chaqueta.

       Una fotografía que aparece en ese blog está dedicada a Chiruca Rodiño. Chiruca cantaba y jugaba al baloncesto. Felipe Suárez recuerda su “tez morena, su dulzura y su encanto”. “Sólo conocía un camino: el que iba de su casa de San Roque al colegio y al Pabellón de Liceo”. Chiruca es uno de los símbolos de la destrucción que la droga hizo en Arousa. Era hija de Juan y Coca, un popular matrimonio arousano que tenía otros cuatro hijos: Juan José, Carlos, Fernando (Chenano) y María Jesús. De esos cinco, perdieron a tres: Carlos, Chenano y Chiruca.

 

La Operación Nécora (II)

La mañana del 13 de junio de 1990 la pasó Vilagarcía en estado de sitio. Una multitud empezó a congregarse en la Comisaría para preguntar qué pasaba y luego ver a los narcos. No llegan a coincidir dos detenidos en las dependencias policiales, y para lograr esto muchos coches permanecen aparcados en las corredoiras con los detenidos dentro. El tráfico del centro permaneció cortado. Tras tomar declaración,  se trasladaba al detenido a Madrid. Con cada coche, otro de escolta.

       A Vilagarcía empezaron a llegar miembros de las asociaciones antidroga de toda la provincia, que junto a Érguete, el colectivo presidido por Carmen Avendaño, se apostaron a las puertas de la Comisaría a increpar a los detenidos. Eran las madres de la droga, las mujeres huérfanas de sus hijos que años después retrataría Gerardo Herrero a partir de la propia Avendaño, en una película protagonizada por Adriana Ozores. Eran, según Oubiña, las “locas borrachas”. Hicieron una colecta y a media mañana tiraron bombas de palenque como en las fiestas patronales. “Por primera vez podemos sentirnos orgullosos de las fuerzas de seguridad”, dijo Avendaño. Muchas manos tomaban a policías y funcionarios judiciales para abrazarlos y estamparles besos.

 

 

       “Yo desde un ventanal de la Comisaría veo cómo las madres y los padres de chicos enganchados en la droga pierden de pronto el miedo agarrotante que tenían a las mafias y a los capos (…) Se enardecen. Gritan: ‘¡Asesinos, sabíamos quiénes eráis!”, recuerda Garzón. El juez volvió a Madrid a las cuatro de la tarde. Llevaba sin dormir desde la noche del día 11. Hay un tramo de vuelo en helicóptero en el que se marea por la tensión acumulada y el piloto aterriza en un pastizal. Garzón empezó a tomar declaración al día siguiente. “Nos tiramos una semana (mañanas, tardes y noches) sin más pausa que para un sandwich de pie. Yo llegaba a casa a las seis y media, amaneciendo. Me duchaba para relajar los músculos. Dormía una hora. Un café fuerte. Y a las nueve de la mañana estaba tomando declaración otra vez”.

       Ricardo Portabales pudo reunirse con su familia a las once de la noche del día 13 en el hotel Samil de Vigo. “Los días siguientes me llevaban a la Comisaría de Canillas o sino a una habitación del hotel Conde Duque en Madrid. Y así hasta que llegó el juicio, cambiando de hoteles, pisos y bases de la policía”.

       La Nécora tuvo más tandas. Garzón acabó procesando a 70 personas. El fallo fue una enorme decepción. “La Nécora estaba vacía”, tituló el Diario. Como ejemplo, el fiscal pidió para Oubiña 31 años y a su mujer Esther Lago 16, y ambos sólo pudieron ser condenados a una pena menor por delito fiscal. Fueron absueltos Manuel Charlín Gama y Alfredo Cordero. Paz Carballo y Padín Gestoso no pasaron ni cinco años en prisión. Pero todo el mundo coincidió en que la operación había sido un aldabonazo, y como recuerda Carmen Avendaño, “ya nada fue lo mismo”.

       En 1991 cayó el más legendario de los capos, José Ramón Prado Bugallo, Sito Miñanco. Miñanco era desprendido y en Cambados mucha gente lo recuerda por su “buen corazón”. Abría la cartera para pagar operaciones quirúrgicas, entierros o saldar deudas de sus vecinos, y se llegó a decir que quiso subvencionar los estudios para patentar una vacuna contra el cáncer. Las muchachas se rifaban a aquel supuesto empresario de trato agradable y un bigote que hacía furor. Se movía lo mismo con un Ferrari Testarrosa que con un BMW o un Mercedes. Llegó a ser recibido en el Ayuntamiento con música de la Banda Municipal para recoger una placa en un homenaje público, y tomó con treinta años la presidencia del Cambados, en Regional, y lo llevó a Segunda B entre grandes fichajes, ampliación del estadio y giras por Venezuela y Panamá, donde llegó a tener un hijo de una familiar del general Noriega.

       Un periodista santiagués aún recuerda la comida a la que invitó Miñanco en su chalé a la prensa deportiva. Hubo grandes vinos, champán y el mejor marisco de la Ría, y en un momento de la sobremesa empezó a desfilar escaleras abajo una caravana de prostitutas de “alto nivel”. El capo era capaz de recorrer tres continentes para llegar a tiempo a Cambados a una cita con una chica de 19 años. En 1986 sentó en la mesa de un restaurante a Isabel Pantoja. Un grupo coruñés le dedicó una canción famosa: Sito Miñanco, preso político. Felipe Suárez le contabilizó 107 visitas al Casino de A Toxa en veinte meses. Burló durante años a la Policía y convenció a un coronel con lágrimas en los ojos de que él sólo se dedicaba al tabaco. Al periodista Suárez, en los estudios de la Ser, le dijo una de sus frases más persuasivas: “Te juro por mis hijas, que es lo que más quiero en este mundo, que nunca he puesto una mano en la droga”.

       Cayó varias veces, y otras tantas recobró la libertad. La más legendaria de sus detenciones lo sitúa en un chalé de Villaviciosa de Odón en 2001 delante de varias cartas marítimas, entre teléfonos vía satélite y un equipo electrónico de transmisión satélite mientras dirigía dos barcos en la Guayana francesa que traían 4.000 y 5.000 kilos de cocaína. Cuando irrumpió la policía, Miñanco levantó la cabeza de sus cartas náuticas y dijo: “Ahora sí que me pillasteis”.

 

El final

Adolfo Reigosa también fue parte del equipo Dejadnos Vivir que levantó el trofeo en las fiestas patronales de Vilanova. Trapicheaba con heroína y la consumía. Pasó ocho años enganchado. Podía recaudar en un día medio millón de pesetas. Mientras sus amigos eran enterrados en el cementerio del pueblo, él logró algo inaudito: desengancharse. Murió a los 33 años por una infección relacionada con el sida. Pasaba los monos en casa, como recordó a Documentos TV su madre, Maruja Ferro. “Nunca me pidió un duro y nunca me dio un disgusto”, dijo. “Si le faltaba la dosis se metía en cama; tenía frío, temblaba”. Uno de esos días Maruja fue a taparlo un poco y encontró una aguja vacía colgada del brazo. Lo hacía para engañar el mono con la sensación que le procuraba el pinchazo en la vena.

 

*  Publicado en Diario de Pontevedra

 


Más del autor