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Mientras tantoQuítate la chaqueta

Quítate la chaqueta


Suena Yana, de Joel Ross

De las atrevidas incursiones realizadas por el cineasta francés Quentin Dupieux (también conocido con el seudónimo Mr. Oizo en el mundo DJ) ya estábamos avisados. Su tercer largometraje, Rubber (ídem, 2010), por ejemplo, era una disparatada e iconoclasta propuesta protagonizada por un neumático asesino, gracias a sus poderes telepáticos, y que se obsesionaba con una mujer. Algo así como una versión minimalista de El diablo sobre ruedas (Duel, 1971), de Steven Speilberg, puestos a tomárnoslo a broma. Algo, lo del cachondeo o la burla, a lo que deben hacer frente las películas de Dupieux quien, reconozcámoslo, no lo pone fácil para que los espectadores se tomen, tal y como se merecen, más en serio sus excéntricas y absurdas películas. Lo que no tiene cabida es la reacción iracunda, la desmedida irritabilidad, del espectador en escandaloso fuera de juego.

La chaqueta de piel de ciervo (Le daim, 2019) es una nueva demostración de que Dupieux es uno de los cineastas más atrevidos, y provocadores –como inevitable precio a pagar-, que hay actualmente. Un atrevimiento que es la consecuencia directa de ampliar de tal manera el espectro de espectadores, desde los que juzgarán la ridiculez de la propuesta a los que manifestarán admiración, hasta tal punto que los extremos sean capaces de alcanzarse. Así es en esta historia que empieza con el protagonista, Georges, pagando una exorbitante cantidad de dinero por una chaqueta con piel de ciervo, eso sí, con flecos –intactos y sin que falte ni uno- y en quien vemos cómo se va gestando una conducta de lo más sospechosa. La inicial obsesión de nuestro protagonista hacia su nueva prenda se convierte en puro fetichismo que desemboca en una especie de desdoblamiento, de manera que Georges, cual ventrílocuo, reproduce las palabras que supuestamente la chaqueta le dirige a él. Casi nada.

Pero, Dupieux parece plenamente consciente de que no se llega muy lejos, por mucho que el delirio resulte brillante, con esta versión peletera, sin la connotación sexual, de Tamaño natural (1974), de Luis García Berlanga, y con el recientemente desaparecido Michel Piccoli, y al que un inconmensurable Jean Dujardain podría mirar de tú a tú, en la encarnación de esos personajes cuyo evidente patetismo los llevan a alcanzar una entrañable dignidad. La complejidad del retrato de Georges, con los mínimos detalles que permite un conciso metraje de apenas 77 minutos, resulta admirable por como vacila entre la arrogancia con la que defiende su (inconsciente) impostura y la ridiculez con la que actúa a partir de esa propia mentira.

Es en el detalle, pero, de esa cámara digital que viene como regalo al adquirir la chaqueta que Dupieux se guarda un recurso que va a permitir que la película no se devore a sí misma por la vía del ingenio. Será cuando Georges descubra el cine como método a través del cual maximizar su egomanía que la película vaya más allá y alcance su definitiva genialidad. Georges, convertido en cineasta amateur con la ayuda de la camarera de un bar, aspirante a montadora, y que deviene en especie de Sancho Panza particular, empezará el rodaje de su película que no es otra cosa que la crónica, en versión psychokiller, de su propio trastorno.

El recurso del cine dentro del cine sirve a Dupieux para elaborar una bellísima y fascinante doble reflexión en torno a su propio medio. Por un lado, al ejercer un homenaje al cine, a través de las imágenes sin aparente sentido, pero vocacionales y honestas, que filma Georges y que son, en definitiva, la manifestación pura de una pasión. Por otro lado, al conseguir que esas mismas imágenes sirvan, a la vez, de reflejo de la película que las alberga, La chaqueta de piel de ciervo; de manera que la autenticidad de las toscas imágenes filmadas por un entusiasta y perturbado Georges, se corresponde a la autenticidad de la loca idea planteada por Dupieux. Es en esa creencia compartida por la pasión como vía para entregar algo auténtico donde coinciden creador y personaje, donde el primero, a través de la observación afectuosa y agradecida, se encuentra en el segundo y en su quijotesca actitud de creer en la verdad de su ficción.

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