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Mientras tantoEl hombre disperso en la playa verde, 8

El hombre disperso en la playa verde, 8

MIS LIBROS ILUSTRADOS

En mis libros hay dibujos.

 

RELATOS SIN MIEDO

Un rayo certero

Odón escapaba entre la penumbra de lo desordenado pisando el azar de la naturaleza por lugares donde no existe el cielo. Su cuerpo caía una y otra vez como un saco repleto por senderos de culebras y ratas. Él era la noche sin estrellas. ¿Qué es lo que he hecho?, gritaba angustiado.

Había nacido con el furor igual que se heredan los nombres de los padres y esa tormenta no le abandonó nunca. La cólera de su cuerpo y de su boca siempre fue como el viento que desplaza los árboles, ese que arroja los adoquines al mar o cierra las puertas de golpe.

Hace dos días, había amontonado los cuerpos en el interior de su camioneta de olor a gasoil y ya en el bosque, los enterró bajo las hojas que pisan las becadas. Y el perro, ¡qué difícil había sido matarlo!. Fue una guerra cruel, con solo un cuchillo de cortar carne había liquidado a toda esa gente, mientras el animal del demonio le clavaba multitud de navajas rojas por todo el cuerpo. Al final cayó desplomado, con su pelambrera embadurnada de sangre y barro.

Llovía intensamente sobre el techo de hojas barnizadas de invierno. Harto, se quitó la ropa y gritó como vino al mundo. De su carne bajaba sinuosa una lluvia rosada. Corpulento, destacaba en el blanco y negro del paisaje trágico. Un graznido lo perseguía desde hacía rato sobrevolando las vegetación encharcada. “Sígueme, sígueme, sígueme”. Hipnotizado por el animal, agarró su ropa, se la colocó sobre el hombro como si llevase una pieza de caza y lo siguió.

La lluvia caía en el paisaje como líneas de buril. Entre saltitos perdidos y vuelos rasantes el cuervo lo guiaba por lugares donde los hombres se pierden seguro. Sin imaginar otra cosa que la locura llegó a un alto y desde allí contempló una ladera, más abajo una niebla blanca velaba una vegetación incierta. Una ráfaga de viento arrancó las hojas de los árboles que volaron como una lengua bífida en dirección al pájaro. El cuervo agitó las alas y se precipitó al abismo flotando como un vampiro hacia la nada. Odón, con su mirada de sangre, lo imaginó aterrizando sobre un charco asqueroso. Encorvado fue descendiendo la ladera, algunas veces resbalaba y caía como una gran piedra que brillaba sobre la vegetación enredada. Qué más le daba el dolor físico si le dañaba uno más profundo en la conciencia. Volvió el pájaro como una aparición desde la lluvia y se quedó flotando encima de él. Arrebatado llegó a una zona de maleza y árboles que se movían hacia todos los lados como un cabello gigante de mujer. A lo lejos, vio un grupo de casas en la ruina que mostraban su peor cara.

Caminó a través de callejuelas donde el agua se arrastraba como una serpiente. A los lados se erguían árboles desnudos con las ramas apuntaladas burdamente por el hombre. Llegó a una plaza, en el centro había un palco de música destartalado y una farola maltrecha de estilo isabelino. Una de las construcciones destacaba en altura sobre las demás, era la iglesia y el color del pájaro se posó en la osamenta de su tejado. Odón entró en el lugar. El agua discurría por entre los musgos luminosos de las paredes, había una pintada en uno de los muros que decía: Confesad, confesad malditos. No había imágenes de santos, pero sin querer los dibujaba su mente. El ominoso cuervo aterrizó en una de las terminaciones en punta de un confesionario cuyo interior estaba oculto por una cortina pesada que rozaba de violeta el suelo. En un lateral sobre el reclinatorio había una celosía de metal con pequeños agujeros, el tiempo y las palabras habían formado una nube que tamizaba un crepúsculo lejano.

Odón lo observaba fijamente mientras pensaba si se acercaba o no. Quería largarse, seguir sin rumbo hasta encontrar un refugio seguro donde dejar de pensar. Su estómago lanzó un alarido sonoro y, por un segundo, el hambre ocultó su pesar y le dibujó un caldo con una cuchara honda y pesada, un cocido humeante, con su tocino blanco, el chorizo, el repollo y un buen vaso de vino tinto.
¡Sé valiente, cabrón!, se dijo. Y el cuervo graznó.

Apartó la cortina de la parte central, se arrodilló haciendo crujir las maderas y esperó en silencio. Creyó sentir pequeños ruidos, escuchó el desenroscar de tornillos, notó el movimiento de las maderas, murmullos y frases que no alcanzaba a descifrar, con intermitencia surgían resplandores de tormentas lejanas entre las piedras centenarias y las vigas deformadas del tejado. El lugar era una herida infectada a punto de reventar, latía y olía a huevos podridos. Un contenedor que acumulaba lo imperdonable del ser humano, pensó.

¡Comience sin más! algo tendrá que contarme, ¿No ve que hay mucha gente esperando? Le hablaron sus propios labios.

Miró asustado y no vio a nadie, solamente la lluvia que caía inclinada como una punta seca de una guerra antigua. He caído en una trampa, este lugar no es para mí. ¿qué estoy haciendo? Me traicionó un impulso heredado, no hay necesidad de seguir esperando algo que pinta muy mal. Notó que le ardían las rodillas e intentó levantarse, pero un dolor intensó lo impidió, su piel y sus huesos se estaban cauterizando con la madera del reclinatorio, se había pegado como un insignificante ratón. Luchó con todas sus fuerzas para despegarse pero fue en vano.

¿A dónde quieres ir?, todavía no me has contado nada. Volvió a oír sus propias palabras y se asustó aún más, pues él siempre pudo luchar contra el mundo pero ahora era contra si mismo. ¡No voy a confesarme, solo quiero largarme!, gritó por encima del estruendo cada vez mayor de la tormenta y de los graznidos del cuervo. Intentó levantarse con todas sus fuerzas cuando desde el océano oscuro del cielo un relámpago llegó sin remedio y atravesó su cuerpo iluminándolo de verde y fuego.

El tiempo hizo su trabajo y el lugar se inundó, el cuerpo calcinado de Odón pasó a formar parte de la tierra y del agua. El confesionario ileso del trance navegó por entre las ruinas, a veces chocaba con sus esquinas en los muros surcando las calles que ahora eran ríos rizados y a veinte metros de algún lugar transitable atracó en el tronco de un árbol.

La noche llegó con el viento como una manta que cubre un cadáver.

 

IMÁGENES MENTALES

 

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