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Mientras tantoCorrida de beneficencia (9)

Corrida de beneficencia (9)


Corremos tanto en la desescalada asimétrica, como gusta de explicarme mi gobernante, que peligro quedarme rezagado y que las demás hormigas humanas se reían de mí y no me esperen. Algo así como cuando era niño y un compañero de preparatoria ínfima me quitaba el estuche con los lápices de colores que mi madre me había comprado el día anterior en Papelería Abadía, una tienda céntrica de Zaragoza, cuya dueña jamás vi alterarse por el impaciente remolino de peticiones de la clientela. Obviamente no había calculadoras, pero la buena señora sumaba los importes con exactitud hasta de decimales.

Quedarme enclaustrado cuando el resto del planeta lo está también no me agobia, pero sí cuando el conducator toca el silbato y anuncia urbi et orbe que «pronto seréis libres». Pues es entonces cuando confirmo que en la cueva no tengo más compañía que mis libros y circunstancialmente tres exóticas ratas investigadoras de la Columbia University, que han aceptado ser estrellas del firmamento taurino durante una hora o algo más en la plaza de Las Ventas. Todo apunta que el coso madrileño registrará un lleno hasta la bandera para una causa noble: financiar las filas del hambre que está generando la pandemia.

He decidido tirar a la basura el móvil que me compré hace apenas tres meses y destruir a martillazos los dos o tres relojes de pared que abundan en el piso de alquiler. No quiero saber nunca más la hora. Me asusta descubrir que el tiempo avanza mientras yo me paralizo. Como vivo en la ansiedad permanente, consecuencia del abuso de tranquilizantes y alcohol, prefiero desde hace días alejarme de la luz diurna para concentrarme en la oscuridad de los sueños. Da igual que sean las diez de la mañana o de la noche. Me siento más libre en las sombras. Y así podré comunicar mejor con Freddy, Teby y Abigail, las ratas inquilinas, con mi amigo periodista Horacio y con el resto de personajes principales, secundarios y figurantes que intervendrán en el show de ratomaquia.

¿Hay ya fecha para la corrida?, me pregunto. Creo que sí. Me ha parecido verla -dentro de un par de días-, en un flamante cartel que Horacio me enseñó la pasada madrugada. «¿Qué te parece?», me dice muy ufano. «Nuestros nombres figuran destacados. El mío va primero simplemente porque se ha querido respetar el orden alfabético. Yo soy Arias y tu Esteruelas. Espero que lo comprendas y que no te moleste. ¡Eres tan susceptible, amigo mío!».

Efectivamente en el letrero, sobrio y sin dibujos, además de nuestros apellidos, aparecen los apodos de los tres diestros: Monaguillo, Isa y Reconquisto, así como el de los tres roedores. Nada se menciona, a diferencia de la de los tres humanos, sobre la ocupación profesional de las ratas. Me disgusta aunque nada digo. Creo que de algún modo se intenta hacer ver que estamos ante un espectáculo medio circense con la participación de tres sucios animales. Todo un error, porque seguramente la pulcritud y la ética está más en ellos que en los toreros.

Me cuenta Horacio, que tras efectuarse previamente un sorteo ante notario el emparejamiento queda como sigue: el secretario de Estado toreará a Freddy, la presidenta madrileña a Teby y el líder de Vox se las tendrá que ver con Abigail. Aunque bien pensado, más exacto debería escribir que ésta tendrá que vérselas con el aguerrido dirigente de la ultraderecha. Los organizadores han bautizado el festival como Corrida del Coronavirus y se destaca que se celebra con fines exclusivamente benéficos para financiar los comedores sociales y las bolsas de alimentos para tantos damnificados por el virus.

Freddy, Teby y Abigail regresan, acompañados de uno de los funcionarios del Mando Único, de la visita al museo del Prado. Se muestran entusiasmados con lo que han visto en la pinacoteca y la amabilidad de la dirección que les puso un guía para explicarles las pinturas exhibidas. Se quitan la palabra unos a otros a la hora de elogiar la riqueza pictórica en las siete u ocho salas que han podido ver. No daba tiempo para más, puesto que había trabajo y más encuentros en el hotel con los representantes de los partidos políticos.

En realidad, los tres llegan con algo de retraso. En el salón Marco Polo están ya sentados Isa, la presidenta de la Comunidad de Madrid, y un barbudo y alto individuo que muestra permanentemente una sonrisa irónica y que ella presenta como su mano derecha y principal asesor desde hace poco tiempo. Viene maquillada y con los labios pintados rojo pasión, con un traje de lunares muy de verano. Se siente observada como mujer y apenas disimula la satisfacción. Ya lo he dicho más de una vez. Me atrae físicamente, pero estoy en las antípodas ideológicas de ella. El calor aprieta. Su acompañante viene descamisado. Isa se levanta afablemente para saludarnos. Por un momento temo que vaya a violar el protocolo de distancia social, dándome la mano o incluso un beso, pero se da cuenta y se refrena.

Levanta el brazo derecho como si fuera un pretor romano y sonríe: «¿Cómo estás, Bosco? A ti ya te conozco de cuando Tana y yo estuvimos en tu casa aquella madrugada y las dos nos desahogamos por el trato que estamos recibiendo de estos impresentables». Toma un respiro y agrega con condescendencia: «Así que éstas son las simpáticas ratillas que van a participar en la corrida. ¡Qué monas! ¿Y yo a quién tendré el gusto de torear?». Hay un momento de embarazo. Es Teby quien habla al poco para afirmar con tono distante: «A mí, señora presidenta. En realidad, como la imagino informada, somos investigadoras de la Columbia University de Nueva York y hemos venido a España a realizar un estudio sobre el comportamiento humano de los españoles durante la pandemia. Nos propuso la idea el señor Esteruelas y nos pareció loable. Pero quede claro que nosotras no somos payasos ni aceptamos participar en una payasada».

La dirigente popular se da inmediatamente cuenta de que ha metido un poco la pata al tratar con paternalismo a las visitantes neoyorquinas: «No, no. Claro. Perdonen. Este es un festival en el que participaremos humanos y animales al cincuenta por ciento. No me malinterpreten. No he querido ofenderlas. Lo siento».

Después de formular tres o cuatro preguntas sobre el trabajo investigador de los roedores y que en un cierto momento el asesor de ella exclame, «¡pues se van a divertir con la conducta nuestra, sobre todo con la del jefe de Gobierno!», la presidenta nos cuenta que viene de estar en otra reunión por videoconferencia entre los líderes regionales y el conducator. No se controla y comienza a proferir una sarta de insultos contra el primer ministro: «Es de una arrogancia supina. Trata de humillarme. Es que no lo soporto. Si pudiera le arañaría». «Calma, Isa, calma, que estos dos señores son de la prensa y pueden sacar una imagen equivocada de ti», interrumpe el barbudo asesor con una media sonrisa.»¿Verdad, señores?»

Pero ella hace oídos sordos y continúa con las quejas: «No tiene dignidad. Es un mentiroso compulsivo y el otro, ese que tú llamas Vicedós, es un peligro para el país. ¡Quiere acabar con la monarquía! Pero van buenos. No lo van a conseguir. Todos los éxitos del Gobierno regional pretenden capitalizarlos ellos y los fallos, pues claro, son de nosotros. ¡¡Es que no aguanto al guaperas y aún menos al de la coleta!!». «¡Calma, por favor, presidenta, te lo ruego!», la interrumpe de nuevo el barbudo cogiéndole la muñeca.

La reunión termina sin más deseándonos suerte. «El éxito está garantizado. El pueblo de Madrid sabe responder dignamente ante emergencias como esta y es solidario con iniciativas como la que has puesto en marcha», me asegura con una gran sonrisa. Agradezco sin decirlo, naturalmente, que por una vez se haya subrayado que yo soy el principal promotor del festival y que el ambicioso Horacio se vea relegado un poco.

«Escuchad, amigos y amigas. Me gustan los toros, pero jamás he toreado en mi vida y menos a una rata», se despide moviendo la melena oscura. «Descuide, señora presidenta. Yo tampoco», contesta Teby.

 

 

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