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Mientras tantoCorrida de beneficencia (14)

Corrida de beneficencia (14)


¿La renta mínima vital que acaba de aprobar el Gobierno será una cataplasma, una tirita, una paguita de nescafé, como critican algunos de sus detractores o por el contrario es una medida histórica que beneficiará a 850.000 familias, lo que equivale a cerca de dos millones y medio de personas en riesgo de exclusión social? ¿Quién se puede oponer en principio a esa medida? La ciudadanía la respalda ampliamente según las encuestas y hasta las fuerzas políticas conservadoras han moderado ahora su discurso.

Seguro que será un tema a discutir en el almuerzo oficial de este mediodía con las autoridades municipales y eclesiásticas y con la casi segura presencia de Felipe VI. Aparto por un momento la retórica de Vicedós al presentar la ley y me centro en el objetivo que anuncia su colega el ministro de la Seguridad Social: reducir un 80% de la pobreza extrema y un 60% de la pobreza elevada. Si así fuera merece la pena que el Parlamento la apruebe por la vía de urgencia.

«¿Qué les parece?», pregunto a Freddy, Teby y Abigail mientras nos dirigimos al salón Marco Polo, en el madrileño y céntrico hotel Wellington, para reunirnos con los caudillos de la ultraderecha, Reconquisto y su lugarteniente Boina Verde. «Pienso, Melancholicus, que es necesaria, aunque suponga endeudarse más al Estado con 3.000 millones de euros anuales», responde Freddy, la líder de las ratas ilustradas de la Columbia University. «Yo también lo creo», añado al tiempo que con mi amigo Horacio y el trío roedor, elegantemente vestidos con su blazier azul y pantalón gris, entramos en la sala.

Es él, Boina Verde, quien clava su mirada en mí con un gesto de enorme sorpresa: «¡Vaya, vaya! ¡Pero qué pequeño es el mundo! ¡Quién me iba a decir que nos íbamos a encontrar después de tanto tiempo y con ocasión de un evento tan particular como éste, granujilla!». Hay un momento de silencio incómodo en el líder de Vox y en el resto de los participantes: «Perdona, Reconquisto, pero este señor y yo fuimos vecinos hace ya un montón de años cuando él vivía en Madrid». «Ah, estupendo. Bueno, vayamos al grano, que hay prisa», le corta su colega bastante seco justo cuando el número dos intenta pormenorizar al detalle cómo, cuándo y su opinión sobre mí. Aún le da tiempo de afirmar: «¡Ya apuntabas maneras de izquierdoso con tanto libro y trabajando para esa empresa deleznable que hoy sobrevive gracias a Ana Patricia!». «¡Calla de una puñetera vez, Boina Verde, te he dicho. La enfermedad te ha trastornado!», le grita el jefe.

Presagio que el encuentro no va a ser fácil. Y las ratas lo perciben inmediatamente también, pues una vez hechas las debidas presentaciones se apartan para sentarse en una esquina de la larga mesa rectangular. Reconquisto las ha mirado con un gesto de asco y desprecio: «Mire, señor, seré muy franco. He decidido participar en el espectáculo porque aplaudo el fin benéfico que encierra, pero me resulta asqueroso tener que torear a estos repugnantes bichos. ¿Tienen los papeles sanitarios pertinentes? ¿Cómo han entrado en España? Sospecho que de manera ilegal. Deberían ser expulsadas. ¡Qué digo! Matadas sin más».

«Calma, por favor, señor Reconquisto», interviene Horacio, muy consciente de lo delicado del momento. Nunca como hasta ahora ha estado más en peligro la celebración de la corrida en Las Ventas. «Ni calma ni nada. Para empezar es un falta de respeto, un insulto a los aficionados a la fiesta nacional de los toros convertir lo de Las Ventas en una charlotada. Es injustificable impedir la suerte final, la de la muleta y la espada para acabar con estos seres repugnantes, estas ratas de alcantarillla, que incluso canibalizan entre sí».

Abigail, desde el extremo, retrae sus extremidades delanteras con una mirada de ira, con unos ojillos enrojecidos. Por un instante temo que no va a haber que esperar al espectáculo de mañana en Las Ventas. Que la corrida se va a celebrar aquí, en la moderna sala del hotel en medio de su mobiliario lujoso y sus alfombras mullidas. La sangre en pleno barrio de Salamanca, cuartel de la burguesía madrileña y centro de las caceroladas de protesta contra el Gobierno. Temo que a una orden de sus colegas machos se vaya a lanzar contra el cuello del líder de Vox y acabar con el aguerrido líder de la ultraderecha hispana y provocar una crisis político-taurina de alto nivel.

No me atrevo a abrir la boca y mi cuerpo está paralizado en la poltrona de cuero color vino. Tampoco Horacio, que me mira asustado. Menos mal que es Freddy, quien susurra algo a su compañera y la calma. Y empieza a hablar en un perfecto español salmantino ante el estupor de Reconquisto y Boina Verde. Les explica que forman parte del claustro de la Columbia University neoyorquina, que son investigadoras seniors encargadas de realizar un trabajo profundo sobre el comportamiento humano durante la crisis del Covid-19. «Miren, señores míos. Nosotras no necesitamos participar en ninguna charlotada como usted ha calificado el espectáculo de mañana. Lo hacemos gustosas porque el señor Esteruelas, que tiene más educación que ustedes, nos lo ha solicitado y porque pensamos que es una causa noble ayudar a financiar los comedores de hambre que la pandemia ha generado en su país. Además, nos consta que la Familia Real en persona ha dado su respaldo a esta iniciativa. Si sigue con estos insultos y esta actitud prepotente, nosotras tres nos levantamos de la reunión y regresamos hoy mismo a Nueva York. Y allá ustedes con el espectáculo», afirma. «Y si tanto aprecia la fiesta, lidie usted mismo un victorino de 500 kilos, que seguro que disfrutará más que con cualquiera de nosotras», subraya con ironía Teby, que habitualmente es la que menos abre la boca.

Reconquisto y Boina Verde se quedan boquiabiertos con lo que acaban de presenciar y escuchar. El segundo exclama: «¡Pero qué maravilla, lo que son capaces de hacer hoy en día los sabios en el laboratorio! Son robots, ¿verdad, granujilla? ¿Está enterado de esto Trump?». «¡Calla de una vez, coño, puñetero, o les digo a estas distinguidas ratazas que te mordisqueen la pierna enferma y acaben con tu labia de abogado del tres al cuarto!».

Parece como si el dirigente de Vox se hubiera dado cuenta de la categoría social y científica de los ilustres interlocutores y rebaja su tono altanero hasta el extremo de disculparse: «Mire, señor Esteruelas, no sé ni me importa si esto tiene truco. Si les ha puesto una casete o un pendrive o lo que sea en el cuerpo y hablan de forma mecánica. El mundo está loco. Pero ahora de lo que se trata es de ayudar a esos pobres desgraciados que se agolpan a la entrada de los comedores benéficos por culpa de la incompetencia de este Gobierno criminal, que quiere acaban con nuestros valores más arraigados, derrocar la monarquía y establecer una república tiránica marxista, un paraíso comunista que todos sabemos lo que significa» «Así pues», añade levantándose de la butaca y ajustándose la americana gris perla, «Vox participará mañana en la fiesta de Las Ventas y yo torearé a uno de estos extraños animales». «Por cierto, ¿a quién corresponde de entre ustedes?», pregunta sin el más mínimo tono de sorna. «A mí», responde seca Abigail. «Pues muy bien, señora mía, suerte y al toro. Le garantizo por mi parte que la torearé con elegancia y dignidad. Por el Rey. Por el país. ¡Viva España!», grita respaldado por su colaborador. Se levanta muy erguido dirigiéndose a la puerta. Boina Verde se aproxima a mí y me susurra: «¡Un placer haberte visto de nuevo, granujilla! Tenemos que tomarnos una copa y ponernos al día». «¡Venga, tío, que ellos tienen prisa y nosotros también», grita desde el umbral de la puerta Reconquisto.

Tenemos poco tiempo Horacio, las ratas y yo para comentar el tenso encuentro, porque un empleado del hotel nos avisa que los invitados han llegado y se encuentran ya en el comedor privado que se halla en la primera planta. Le pregunto si está el Rey: «Sí, Su Alteza ha llegado pero sin la compañía de la Reina».

Qué emoción, pienso. Cuántos nervios. Todo se acerca hacia el final, pero nada indica que vaya a ser precisamente sencillo. La calle está que arde. La gente crispada y los políticos tirándose los platos a la cabeza como en aquel restaurante de Tokio. En fin, el Ruedo Ibérico valleinclanesco.

 

 

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