“Todo está en el gran misterio
del agradecimiento por la
cultura. Y todo lo que la
cultura exige de nosotros es
autoridad”
George Steiner
Nacido hace sesenta y dos años en Prisăcani, cerca de Iaşi, en la Moldavia rumana, Constantin Chiriac ama, por encima de todo, las artes escénicas, porque su presencia en el mundo no se puede concebir sin teatro y sin poesía, dos ejes fundamentales en su vida. Considera que el teatro “la poesía que se levanta del libro y se hace humana”, como diría Lorca, es indispensable en la construcción de una sociedad. Su tesis doctoral, La poesía como espectáculo, y que en palabras de su autor es “emoción, milagro, la posibilidad de fundir las imágenes de otra manera”, representa también una confirmación de la estrecha unión entre el espectáculo poético y el teatro. Su carismática personalidad y su carácter extrovertido, audaz, afable esconde, de hecho, una gran sensibilidad que no se puede intuir a primera vista. Es unos de los grandes actores de Rumania, un maestro en las artes interpretativas y declamación poética, escritor y poeta. También es gestor cultural con estudios de cultural management en la Hull University de Gran Bretaña, la Information Agency of the United States y Virginia Commonwealth University de Richmond. Constantin Chiriac sabe que sólo con voluntad, esfuerzo y trabajo constante se pueden conseguir grandes cosas porque, como el mismo sostiene, “el éxito construye éxito”. Es profesor universitario y doctor honoris causa de la Leeds Metropolitan University y de la Universidad de Timișoara. Su vida transcurre entre la ciudad de Sibiu, donde reside y donde es director y actor del Teatro Nacional Radu Stanca, también profesor de teatro en la Universidad Lucian Blaga y, otras ciudades fuera de Rumanía, donde da clases, imparte conferencias o charlas, y colabora con dieciséis universidades del mundo.
El hombre que siempre subrayó la importancia del teatro en el desarrollo de una sociedad fundó, hace veintiséis años, el Festival Internacional de Teatro de Sibiu, uno de los más celebrados del mundo. A lo largo de su carrera logró crear estructuras de renombre internacional. Conocí a Chiriac en Madrid, en mi calidad de diplomática y directora adjunta del Instituto Cultural Rumano, cuando acompañó a su equipo de actores del Teatro Radu Stanca que conduce, con la obra Electra que, presentó en 2008 en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Tuve la oportunidad de conocer la historia del hombre que es un embajador de la cultura rumana y que logró crear confianza y transmitir esperanza en que la cultura nos puede salvar.
—¿Cómo decidió ser actor? ¿Sintió que esa era la llamada, que era su vocación?
—Cuando tenía tres años mi abuelo paterno, un hombre de constitución fuerte, que tuvo 17 hijos, el último con 78 años y mi abuela que tenía entonces 58 años (él vivió 104 años, ella 109) se vieron obligados, por el sistema comunista, a entregar todos los bienes que tenían, amenazados con las siguientes palabras: “O te ahorcas o te ahogas o te pasas a la colectivización forzosa”. Y de una vida holgada, con gobernanta, piano y otras facilidades nos echaron a la calle, de la noche a la mañana, andando descalzos o en opinci, sin la posibilidad de tener un hogar. Sentí a esa edad temprana qué significó la dureza de la vida real. A mí me enviaron a vivir con la abuela materna, que tenía 16 hijos, mientras que mi padre y mi madre construían una casa, con la ayuda de sus hermanos y hermanas. Aquel verano, gracias a mi abuelo, que solía leerme cuentos por las noches, aprendí a leer y a escribir. En el otoño, cuando regresé a casa, en Prisăcani, el lugar donde nací, a las orillas del río Prut, se celebraba la fiesta del pueblo, el día de los santos Miguel y Gabriel, cuando el mosto se convertía en vino, y se recogían las frutas. Esta gran fiesta religiosa duraba tres días seguidos y fue entonces cuando tuve la oportunidad de recitar el poema que aprendí, durante el verano, en la casa de mi abuela. Así gané mi primer dinero. Después recité el Credo en la iglesia del pueblo, la oración mediante la cual uno confirma su confianza en Dios. Y seguí en las misas de las fiestas religiosas, porque fui yo el encargado de recitar la oración, en vez del sacerdote. Me sentaba de rodillas frente al altar y recitaba con una voz clara, que confirma ante Dios la inocencia del sacrificio de Jesús, garantía de nuestra salvación. Así empecé a recitar poesía, y fue el primer paso para querer llegar a ser actor. No es sólo una vocación, una llamada, es un destino. Más tarde elegí recitar poesía en un escenario como modo de estar en el mundo, tanto en la escuela como en el Instituto de Arte Teatral y Cinematográfico de Bucarest.
—Siguió los cursos del Instituto de Arte Teatral y Cinematográfico de Bucarest. ¿Cómo fueron los inicios durante el comunismo y tener que lidiar con la falta de libertad de movimiento y la censura?
—Terminé los cursos de la escuela secundaria Costache Negruzzi de Iaşi, escuela solo para niños, con un régimen de internado casi militar, y siempre fui el primero de la clase, con especialidad en matemáticas. Me presenté a las olimpíadas de matemáticas, y del rumano, y si eras un estudiante meritorio a nivel nacional, con premios, esos méritos se reconocían y recibías una convalidación. Me apunté a las oposiciones del Instituto de Arte Teatral y Cinematográfico de Bucarest donde había una competencia feroz, de 520 estudiantes por plaza. Eran jóvenes que se habían presentado antes por quinta, décima o duodécima vez, antes de poder ingresar en el instituto de teatro, por entonces el único en todo el país. Los comunistas odiaban a los artistas porque tenían gran visibilidad en la sociedad y por eso se redujeron drásticamente las plazas. Entonces era una escuela de élite, teníamos como maestros a los mejores actores de Rumania, leyendas del arte interpretativo, muy respetados. Una escuela muy seria que lamentablemente no tiene la misma calidad ahora. Fue una etapa maravillosa que concluyó con un periodo de prácticas de tres años. Comencé a hacer una película, La familia Moromete (Moromeţii), del director Stere Gulea, basada en el primer volumen de la novela homónima del gran novelista rumano Marin Preda. Luego fui invitado por el Teatro Nacional de Bucarest para actuar en distintos espectáculos. Tuve una bonita historia de amor con una compañera japonesa quien me ayudó a obtener una beca de Japón, para ir a estudiar allí el teatro NO-Kabuki. Pero el Comité de los Trabajadores del Teatro no me dio permiso para salir del país. Fue entonces cuando llamé a Sibiu diciéndoles que querría volver. Y me dijeron que sí.
—¿Qué pasó después de regresar a la ciudad de Sibiu?
—Como jefe de promoción tuve la oportunidad de elegir entre dos grandes ciudades, donde había plazas. Todos esperaban que regresara a casa, a Iaşi, que era la segunda ciudad más grande, y que contaba con el primer teatro rumano del país. Una noche, reflexionando con la mente clara, pensé que, como mi padre tenía diecisiete hermanos y mi madre dieciséis, llegaría a ser un actor brillante cada noche con la presencia de mi familia aplaudiéndome, aunque no lo hubiera hecho bien. Así que decidí ir a Sibiu, una ciudad en el centro del país, con herencia y cultura alemana, fundada por los sajones que vinieron de Luxemburgo hace mil años. Creo que fue una de las decisiones más acertadas que tomé porque tuve una aventura que marcó mi vida y mi existencia para siempre, y que luego marcó también la vida de la ciudad donde nací. En Sibiu vino un equipo de jóvenes que llegaron a ser grandes actores, como Şerban Ionescu y Virgil Flonda, desafortunadamente desaparecidos. Vino también Iulian Vişa, un gran director rumano, con el cual hemos logrado crear obras de teatro memorables. Era una época en que estuvimos mucho tiempo de gira por el país, porque Nicolae Ceauşescu exigió a los teatros que fueran rentables, que no recibieran apoyo serio del punto de vista financiero. Estábamos obligados a tener muchos ingresos. Pudimos así pagar los sueldos, los gastos de las producciones teatrales, y los de mantenimiento del teatro. Paradójicamente aquel período fue beneficioso porque actuábamos en muchos lugares y logramos crear una conexión especial entre lo que nosotros creábamos y lo que recibía el público. Así terminó una etapa de mi vida, un tiempo en que tuve muchas actuaciones, casi 400 al año, con más de una representación al día, y varias actuaciones en el cine.
—En Sibiu, el hijo del dictador Ceauşescu fue designado primer secretario. ¿Fue aquel período beneficioso para la ciudad?
—Nicu Ceauşescu fue una persona que hizo bien a la ciudad, mejor que todos los que vinieron después del régimen comunista. Gracias a él, que inicialmente fue enviado para demoler el sito histórico de Sibiu, se logró conservar la herencia arquitectónica. Se enamoró de la ciudad y la defendió y gracias a eso pudimos reconstruir la sala Thalia del antiguo teatro, el primero fundado en la Europa central y del este. Debido a ese hecho, después de la revolución del 89, la ciudad de Sibiu se mantuvo en una posición clave.
—Después de la caída del muro de Berlín salió por primera vez del país. ¿Cuál fue la razón de su visita a Berlín?
—En 1990, después del estallido de la revolución rumana, me fui para el Berlín demócrata, donde no necesitaba ningún visado, con mi propio dinero. Fui uno de los primeros ciudadanos en recibir un pasaporte porque antes del 89 no existían. Si tenías que viajar fuera del país te daban uno que tenías que devolver a la vuelta, no existían titulares de pasaportes. En Alemania fui para pedir ayuda a los teatros de allí, porque el teatro de Sibiu sufrió un incendio y se quemó todo, el atrezzo, los decorados, los trajes… Fue para mí un milagro ver la solidaridad de los teatros alemanes que colgaron en todos los halls de las salas en toda Alemania la carta que escribí, donde pedía ayuda, para que pudieran leerla. Todos los teatros contribuyeron entonces con decorados, trajes, incluso con dinero, y lo enviaron todo a Sibiu.
—Más tarde llegó a ser el director del Teatro Nacional Radu Stanca de Sibiu. ¿Qué significó la creación del nuevo teatro?
—Con la ayuda que recibimos pude crear y prácticamente fundar el primer teatro independiente que nunca antes había imaginado y que dio origen al actual teatro de Sibiu. Cabe mencionar que allí se construyó el primer teatro de la Europa Occidental y Central en 1788, un local con muebles de palo de rosa, sobre cuyo escenario se representaban obras en alemán. Fue fundado por el alemán Martin Hochmeister quien transformó la Torre Gros del muro de defensa de la ciudad en sala de espectáculos. Fue uno de los primeros visionarios europeos que también trajo la primera imprenta y fundó la primera librería en territorio rumano. Luego empecé a viajar, di muchos recitales, y participé en todos los festivales de poesía del país, también en la Gala del Joven Actor. Amo la poesía y puedo recitarla durante 21 horas seguidas. La poesía estará siempre cerca de mi corazón como una gran fuerza. Más tarde empecé a dar recitales en otros idiomas. En 1991 logré traer de vuelta al país a Iulian Vişa, el director con el que trabajé en los años 80, quien huyó de la dictadura comunista y le nombré director del Teatro de Sibiu. Fueron dos años extraordinarios, cuando estrenamos espectáculos memorables con obras pertenecientes tanto a la dramaturgia rumana como la internacional: Camino Real, de Tennessee Williams; El Decamerón, de Bocaccio, dirigido por Alexander Hausvater; o La Cartoteca, de Ruzewicz. Desafortunadamente el director Vişa falleció de forma prematura. En 1992 tuvimos la oportunidad de poner en escena un gran espectáculo, Chang-Eng, de Göran Tunström, gran personalidad del mundo literario, del teatro sueco y mundial. El autor visitó la ciudad de Sibiu. Él fue quien me facilitó llegar al teatro de Ingmar Bergman, en 1991, y donde participé con un recital de poemas en inglés. Fue la primera vez que recité, dentro de un espectáculo, poemas en un idioma extranjero. Seguí viajando por todo el mundo dando recitales de poesía. En 1993 fui nombrado director de la Casa de Cultura de los Estudiantes y fue allí donde organicé, por primera vez, un festival de teatro, donde trajimos grupos teatrales estudiantiles y también profesionales.
—¿Pudo hacer frente a la censura tan presente en el acto teatral?
—El teatro era silenciado por la censura comunista. Cada espectáculo, antes de su estreno, estaba sujeto a una visión de la Comisión Ideológica del Partido Comunista, que exigía cambios, dependiendo de lo que ellos consideraban que estaba en contra de la ideología del partido. Libramos muchas batallas durante ese período. Intentábamos no cortar nada de los textos que íbamos a presentar al público. Afortunadamente no tuve que responder nunca a las intrucciones ideológicas, y rechacé recitar poesía patriótica en la que se alababa, al líder amado y a su esposa. Luché siempre por la pureza del acto artístico.
—Es usted actor de teatro y cine, interpretó papeles memorables, de los que recordamos La lección, de Eugene Ionesco (el profesor); Esperando a Godot, de Samuel Beckett (Estragón); Moi, Rodin, de Patrick Roegiers (Rodin); Tres hermanas, de Chéjov (Verşinin Alexandru Ignatevici); Turandot, de Carlo Gozzi (El Rey); Othello, de Shakespeare, (Othello); El idiota, de F. M. Dostoievski (Rogozhin); Pygmalion, de G. B. Shaw; Camino Real, de Tennessee Williams; El arte de la comedia, de Eduardo de Filippo; El fantasma está aquí, de Kobo Abe, bajo la dirección de Kushida Kazuyoshi; Lulú, de Frank Wedekind, y Edipo, de Sófocles, dirigido por Silviu Purcărete. También interpretó papeles en cine, como Moromeţii, según la novela homónima de Marin Preda; D´ale Carnavalului, de I. L. Caragiale, o Somewhere in Palilula, de Silviu Purcărete. ¿Hay algún papel en teatro o en cine con el cual tiene una relación especial, que le marcó de alguna manera o dejó una huella imborrable en su memoria?
—A lo largo del tiempo tuve la oportunidad de trabajar con grandes directores rumanos y extranjeros. Actué en un gran número de espectáculos y cada uno de los papeles interpretados me marcó mucho. Fui de gira participando en grandes festivales internacionales como el Festival Internacional de Teatro de Edimburgo, el de Aviñón, el de Otoño de París, o los de Tokio, Colombia, China o Israel. Cada uno de los papeles que interpreté me dejó una huella imborrable, recuerdos extraordinarios de cada una de las aventuras que viví en el teatro.
—¿Tiene el actor Constantin Chiriac algún ritual o alguna superstición antes de entrar en el escenario?
—He creado, a lo largo del tiempo, una serie de rituales que consisten en ejercicios corporales y mentales que hago diariamente y que suponen relajación, liberación, que además de mantener la mobilidad de los músculos, los ligamentos del cuerpo, también van dirigidos a mi interior, al alma. Todo ello lo combino con la oración, la meditación para poder liberar los canales energéticos. Por consiguiente, antes de entrar en el escenario, me concentro en estos ejercicios que son enormemente satisfactorios para mí.
—¿Cuál fue a lo largo del tiempo su colaboración cultural con España?
—Tuve la ocasion de realizar numerosos proyectos europeos con distintos colaboradores y uno de mis teatros preferidos fue La Abadía, de Madrid. También estuvimos presentes en festivales importantes en España, como el Festival de Teatro de Barcelona, el de Teatro y Artes de Calle de Valladolid, y el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Participé también en varios proyectos con el Instituto de Teatro del Mediterráneo, con Pepe Monleón, quien fundó ese festival, y gocé de su amistad creando varios proyectos europeos y coproducciones como por ejemplo Los Argonautas y Mediterráneo, donde estuvieron presentes decenas de países.
—El espectáculo Electra, de Sófocles y Eurípides, producción del Teatro Nacional Radu Stanca de Sibiu, en la versión del director rumano Mihai Maniutiu, participó en varios festivales internacionales en Bruselas, Italia, Francia, Bosnia… En 2007 propuse, en mi calidad de directora adjunta del Instituto Cultural Rumano de Madrid, para que fuera seleccionada y formase parte de las obras que se representarían en la 54ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. ¿Qué significó para usted la participación del Teatro Radu Stanca de Sibiu en el Festival de Mérida sobre un escenario inusual?
—En Mérida logramos participar con Electra, en 2008, en el espacio del anfiteatro romano, con tres representaciones, ante un público de casi 5.000 espectadores por noche. El aflujo excepcional del público y su reacción fueron sorprendentes y no casualmente la obra del teatro de Sibiu fue galardonada con tres premios, concedidos por unanimidad por los miembros del jurado. Fue un momento de gran alegría para el teatro rumano y por el impacto extraordinario que cosechó.
—¿Le gustaría regresar al escenario del anfiteatro de Mérida y con qué obra de teatro?
—Sí, por supuesto que deseamos regresar a Mérida. Tenemos en nuestro repertorio teatral obras extraordinarias que se podrían representar allí. De hecho, tuvimos un proyecto que querríamos representar en el escenario del teatro romano, Las metamorfosis, de Ovidio, un montaje Silviu Purcărete, que abrió las festividades dedicadas a Luxemburgo como capital cultural europea, junto con Sibiu, en 2007. Hemos intentado durante dos años representar el espectáculo en Mérida, pero desafortunadamente no lo logramos. Soy optimista porque seguimos con el espectáculo en el repertorio y con nuestro espacio dedicado a La fábrica de cultura, donde se representan también otras grandes producciones, como Fausto, de Goethe; Lulú, de Wedekind, o el espectáculo kabuki La historia de la princesa que tenía mal de ojo. Son obras excepcionales que estoy seguro que interesarían al público español porque representan, de hecho, un momento de gran creación artística europea.
—Ha logrado situar a la ciudad de Sibiu en el mapa cultural mundial. ¿Cómo y cuándo sucedió el sueño de convertir Sibiu en capital cultural europea?
—La primera aventura fue cuando me encontraba en la ciudad de Amberes, que fue capital cultural europea en 1993, participando con un recital de poesía, y donde disfruté de una experiencia extraordinaria. Un año antes se había iniciado el cerco de Sarajevo, donde se celebraba el Festival de Invierno. Ibrahim Spahic, el director del festival, llamó a Eric Antonis, director de Antwerp 93, pidiendo ayuda y pronunciando estas palabras: “Hermano, aquí empezó la guerra”. Antonis tuvo la iniciativa de congregar a todos los artistas que estaban allí presentes, entre los cuales estaban Peter Brook, Marina Vlady, a quienes tuve la suerte de conocer, y todos estuvieron de acuerdo en ejercer presión sobre las autoridades de Europa para que Sarajevo pudiera obtener un estatus europeo. Gracias a esa iniciativa y a la solidaridad de todos los artistas, incluido yo mismo, logramos crear una estructura sólida, y presionar al Parlamento Europeo para que la ciudad pudiera ser elegida, mediante una resolución, capital cultural europea alternativa. Fue un hecho que me marcó y el momento en que decidí luchar para que la ciudad de Sibiu llegara un día a ser capital cultural europea también. Y como testimonio está mi entrevista publicada en la revista Tribuna, en 1994, donde hablé por vez primera sobre este tema. Desde aquel momento luché para que aquel sueño se hiciera realidad. En 1994 organicé la primera edición del Festival Internacional de Teatro de la Sibiu, que hasta entonces se llamaba Festival del Teatro Joven Profesional. Le llamé profesional para dividir mentalmente la idea de los festivales comunistas como Cântarea României y que significaba una participación masiva, gregaria, de la población, en una fórmula cultural, que no tenía nada que ver con el ámbito profesional. En la primera edición del festival participaron tres países y tuvimos 8 espectáculos, y creció en progresión geométrica. Luego participaron 14 países, más tarde 21 con un número impensable de obras teatrales. El Festival Internacional de Teatro de Sibiu se inauguró el 27 de marzo, Día Mundial del Teatro, en 1994. Tres años después logramos redescubrir el mayor sitio histórico de la Europa central y del este. Así hemos rehabilitado la comunidad mediante un gran acto cultural. Desde 2000 se creó un comité de iniciativa para apoyar el proyecto Sibiu-Capital Cultural Europea. El mismo año Klaus Werner Iohannis, ciudadano de origen alemán y actual presidente de Rumania, llegó a ser elegido alcalde de la ciudad. Se había presentado en nombre del Forum Demócrata Alemán que, a pesar de tener una representación de solo 2% de la población, ganó con un gran porcentaje las elecciones. Durante 14 años fue el alcalde de Sibiu y el mayor apoyo de nuestro festival, y de la idea de convertir Sibiu en capital cultural y al Radu Stanca de teatro de estado en teatro nacional. En el año 2000 me presenté a las oposiciones y obtuve el puesto de director del Radu Stanca y, al mismo tiempo, seguí luchando para obtener el título para nuestra ciudad. Eso se estableció en 2004 por decisión del Gobierno. En 2007 presenté el proyecto ante una comisión del Parlamento Europeo. Así logramos situar la ciudad de Sibiu en el mapa cultural del mundo, como capital cultural europea en 2007.
—Fue también miembro del jurado de la Comisión Europea que estaba encargada a monitorizar y designar las ciudades que presentaban sus candidaturas para ser elegidas capitales culturales europeas. ¿Cómo fue esta experiencia?
—Como miembro del jurado de la Comisión Europea, durante cuatro años, he podido ver qué significa realmente ese proceso para elegir una capital cultural entre las ciudades de los países de la Unión Europea. He tenido la gran oportunidad de ser miembro del jurado cuando estaban inscritas dieciséis ciudades en competición sólo de España. Fue algo excepcional poder estar allí y fascinante ver cómo cada comunidad se había preparado para conseguir ese título, siendo tan distintas entre ellas, cómo se presentaron con elementos definitorios de su patrimonio, movimientos teatrales y artísticos, una amalgama de nacionalidades y religiones, que representaban cada comunidad. La primera pregunta que hicimos, y que de costumbre estaba dirigida al alcalde presente junto con una delegación con otros diez miembros fue qué presupuesto dedicaba su comunidad al ámbito cultural. La respuesta más corriente era que dedicaban un 0,1%, o un 0,2% como máximo. ¿Sabéis cuánto dedica la ciudad de Sibiu al ámbito cultural? Un 14%. Pero lo que es extraordinario es que, gracias a nuestra agenda cultural, que logramos desarrollar después de 2007 mediante una gran competición, capaz de presentar cada semana un evento de excepción, es que logramos devolver a la comunidad un porcentaje de 18% del presupuesto. Es la mayor demostración de cómo la cultura puede modificar, de modo considerable, la vida de una comunidad.
—Como presidente del Festival Internacional del Teatro de Sibiu, ¿qué significa crear un festival de teatro cuando se cumplen ya 26 años desde su creación?
—Considero que lo más importante que hice en mi vida fue fundar este festival, hoy uno de los más importantes del mundo. En la última edición fueron 575 los eventos culturales representados en 75 espacios, con 72 países participantes, con un total 72.000 espectadores al día. Estas cifras demuestran que nuestro festival es único y sitúa la ciudad de Sibiu en el primer puesto en el mundo. Tenemos la experiencia de festivales como los de Edimburgo y de Aviñón, donde la sección oficial es mucho más restringida en participación que la del festival de Sibiu. Y también están el Fringe, el festival alternativo de las artes escénicas, y el Aviñón Off, más grandes, pero sin una selección cualitativa. En nuestro festival hemos creado Performing Arts Market, para que podamos seleccionar antes y no presentar al público espectáculos mediocres. Queremos, de esa manera, dar una oportunidad a todos los artistas a que presenten su candidatura, considerando que al público hay que mostrarle siempre unas producciones de gran calidad artística. Además de crear el proyecto Sibiu Walk of Fame, donde muchas personalidades del mundo del teatro y del cine tienen ya su estrella en el paseo de la fama, he logrado también fundar una escuela de teatro, otra de gestión cultural, una plataforma doctoral en la Universidad Lucian Blaga de Sibiu, y pensamos en la creación de un nuevo teatro, un centro de congresos y de un Instituto de Investigación de las Artes Escénicas y la Gestión Cultural.
—¿Qué dificultades ha tenido en la creación de este festival? ¿Se ha sentido alguna vez como un don Quijote luchando contra los molinos de viento?
—Sí, hemos tenido muchas dificultades. Cuando asumes el estatus de líder, que tiene que tomar decisiones, firmar contratos, de encontrar soluciones sí que estás en la posición de don Quijote. Lo que sí traté de hacer siempre fue guiarme según el siguiente principio, que siempre exijo a cada uno de mis colaboradores, y es que no digan que no a ninguna propuesta cultural. En el momento cuando lo haces has cerrado también una oportunidad, una puerta por donde puede entrar un posible colaborador. Por consiguiente, mi lema es: no digas nunca no. Pero también no digas que sí sin estar convencido de que tu respuesta tiene argumentos. Cuando dices que sí hay que hacer honor a esa promesa y llevar a cabo el proyecto, aunque te puedas equivocar en el camino, mas el buen renombre se mantiene cuando cumples con tu palabra. Cada vez que no queremos tomar parte en una aventura que consideramos que no nos beneficia sabemos no cerrar la puerta a una posible colaboración futura. Hacemos un análisis serio de lo que representa cada propuesta, rigurosamente argumentada. De ese modo hemos trabajado todo este tiempo, construyendo y transmitiendo, desde el amor y la pasión, confianza. Para seguir creando belleza, confianza, para que podamos traer esperanza y encontrar nuestro sitio, siempre con los pies en la tierra y, al mismo tiempo, acariciando con la mano el cielo.
—El Festival de Teatro de Sibiu ha propuesto cada año distintos lemas y se han iniciado una serie de diálogos esenciales con distintos temas como por ejemplo la manipulación, el miedo, el terror. Me gustaría que nos contara más detalles sobre cómo surgió y por qué.
—Cada año hemos propuesto un lema porque es importante para nosotros que el festival represente la expresión de la comunidad a la cual se dirige. Desde 1995 hemos tenido varios temas, como por ejemplo: tolerancia, violencia, identidad cultural, conexiones, creatividad, desafíos, puentes, mañana, señales, juntos, energías, innovaciones, comunidades, crisis culturales, diálogo, singularidad, growing smart-smart growing, unidad en la diversidad, sembrar confianza, amor, pasión, el arte de regalar, el poder de creer. Hay temas que nacieron de la necesidad de la comunidad, de la necesidad de las crisis por las que pasamos, sin olvidar que en 2012 estábamos en la cima de la crisis mundial. No por casualidad elegimos el tema La crisis-La cultura marca la diferencia, mostrando de esa manera que, en una comunidad que tiene una visión en ese campo, la cultura realmente marca la diferencia y la ciudad de Sibiu es hoy día uno de los mejores ejemplos del mundo que demuestra cómo la cultura puede transformar, desde todos los puntos de vista, una ciudad, una comunidad. También hemos abierto un diálogo sobre temas de gran interés como la manipulación, el miedo, el terror dirigido especialmente a los jóvenes que nacieron después del 89 y no conocen la etapa del comunismo y sus horrores.
—En el marco del Festival de Teatro se inauguró también el Paseo de la Fama de Sibiu donde han participado, a lo largo de los años, grandes personalidades del mundo artístico.
—En Sibiu hemos desarrollado el proyecto llamado Aleea Celebrităţilor, según el modelo de Hollywood, dedicado a los grandes artistas de cine y teatro. Hemos exigido que todos los que llegaran a tener una estrella regresaran para presentar una obra, en el marco del festival. Me gustaría nombrar algunas de las personalidades que, a lo largo del tiempo, recibieron ese honor, en forma de estrella: Eugenio Barba, Alvis Hermanis, Declan Donnellan, Ariane Mnouchikine, Nakamura Kanzaburo XVIII, George Banu, Lev Dodin, Silviu Purcarete, Klaus Maria Brandauer, Peter Brook, Peter Stein, Isabelle Huppert, Krystian Lupa, Eimuntas Nekrosius, Evgeny Mironov, Neil LaBute, Kazuyoshi Kushida, Thomas Ostermeier, Luk Perceval, Victor Rebengiuc, Christoph Marthaler, Tim Robbins, Emmanuel Demarcy-Mota, Vasile Şirli, Ohad Naharin, Hideki Noda, Robert Wilson, Marcel Iureş, Rimas Tuminas, Ioan Holander, Peter Sellars, Mikhail Baryshnikov, Peter Stein, Michael Thalheimer, Pippo Delbono, Maia Morgenstern, Robert Wilson, Stan Lai, Sidi Larbi Cherkaoui, Wajdi Mouawad, Joel Pommerat, Phillipe Genty.
Este año recibirán su estrella el bailaor flamenco Israel Galván, la coreógrafa Sasha Walts, el director Jan Lauwers, el escenógrafo Helmut Sturmer, el cantante Denis O´Hare y el coreógrafo Akram Khan. Este proyecto representa un momento de gran responsabilidad y creo que las estrellas que se otorgan este año son razones potentes para estar presentes y participar en el Festival Internacional de Teatro de Sibiu.
—El Paseo de la Fama de Sibiu empezó con la estrella del director de teatro, autor e investigador teatral, Eugenio Barba. ¿Por qué eligió al director italiano para inaugurar el proyecto Aleea Celebrităţilor?
—Eugenio Barba es una de las personalidades más grandes del mundo. Después de Jerzy Grotowski, quien fue su colaborador y, de alguna manera su mentor, siempre trabajando juntos de igual a igual, Barba es hoy día la personalidad más grande en el ámbito de las artes escénicas. Y llegamos a esa conclusión después de haber visto todo lo que hizo, todos los libros que escribió, sobre la historia del teatro y la anatomía del actor, y también por la Escuela Internacional de Antropología Teatral que creó, y Odin Teatret que fundó en 1964, pero también por todo lo que significa Holstebro, la ciudad donde vive, en Dinamarca, importante debido a todo lo que esta personalidad dio al mundo. Cuando visitó nuestro festival en Sibiu me dijo que no solo había creado el más grande festival del mundo sino el más grande festival cultural del mundo.
—¿Cuáles son los retos del Festival Internacional de Teatro, qué proyectos de futuro tiene?
—Las estrellas que otorgamos cada año dentro del proyecto Aleea Celebritatilor formarán la base del Instituto de Investigación que pensamos fundar en Sibiu, junto al edificio del Teatro Nacional Radu Stanca, que tendrá tres salas de espectáculos, creadas sobre una estructura modular, y para cada sala una dedicada a los ensayos, de la misma dimensión del escenario y las mismas instalaciones. Queremos también crear un Centro de congresos, porque Rumania no tiene hasta ahora uno construido de manera profesional. De ese modo podremos realizar nuestras creaciones teatrales, ensayar y actuar sobre los escenarios por la noche y durante el día poder organizar congresos, charlas, encuentros. La idea es encontrar una fórmula económica que pueda sostener, desde el punto de vista financiero, la creación. Al mismo tiempo, el centro albergará el Festival Internacional de Teatro, el archivo, los cursos de doctorado, las Performing Arts Market, y Aleea Celebrităţilor, con todo lo que hemos creado hasta la fecha. Representa el desarrollo más coherente de lo que significa la colaboración en el campo de las artes escénicas, la enseñanza, y la investigación de gran envergadura. Al mismo tiempo seguiremos con lo que hemos creado en otros espacios, a la periferia de la ciudad, en salas de antiguas áreas industriales desafectadas, como es La fábrica de cultura, donde hay cuatro salas de espectáculos. En una de esas salas se representa nuestra gran creación Fausto, del director rumano Silviu Purcărete, un espacio de 80 metros de longitud, obra subtitulada en inglés, donde llegan espectadores de todo el mundo, y que tiene decenas de funciones al año y entradas vendidas tan pronto como salen a la venta. También hay otro espacio creado para la obra Lulú, de Wedekind, y el dedicado a la obra La metamorfosis, de Ovidio, del director Silviu Purcărete, outdoor, en una piscina especialmente creada, con la posibilidad de ser representada ante un público de 500-600 espectadores. Tenemos también un espacio que hemos creado para el Teatro Nacional Kabuki de Tokio, para la obra La historia de la princesa que tenía mal de ojo.
—El Festival Internacional de Teatro se desarrolla hoy en muchos otros espacios también no convencionales, ¿es así?
—Sí. Es la forma más sana de desarrollo de una comunidad abierta también a un nuevo tipo de público, junto con la dimensión outdoor del festival donde tenemos funciones en 75 espacios distintos, empezando por la Plaza Mayor de la ciudad, la Plaza Menor, Pietonala Balcescu –
la calle más conocida y concurrida de la ciudad–, hasta sitios que no utilizamos antes. Esos espacios no convencionales incluyen también un número de veintiún iglesias y templos destinados al culto religioso, como por ejemplo la Catedral Ortodoxa, la Catedral Católica, la Iglesia Evangélica, la Iglesia Greco-Católica, la Iglesia Protestante, la Sinagoga, etcétera. Es un hecho excepcional poder presentarte ante los creyentes, sin distinción de rito o religión, con obras de teatro que honran sus creencias y que son capaces de traerles alegría, paz, consuelo. Y luego están los espectáculos de calle que logran llenar los espacios con un público muy variado. Y como somos el único festival del mundo con todas las entradas vendidas ése hecho ha tenido repercusión en el desarrollo del Teatro Nacional de Sibiu, que puede presumir de ser un teatro donde se representan 121 obras, que es mucho. Todos los teatros de Bucarest no tienen juntos este número de espectáculos, en su cartelera. Son éxitos que hemos logrado cumplir gracias a un pensamiento visionario y al desarrollo del festival mismo creando Performing Arts Market, una escuela de teatro y gestión cultural de la Universidad Lucian Blaga, la plataforma de doctorado, el instituto de investigación y el nuevo teatro y el centro de congresos, ésos últimos que son nuestros proyectos de futuro.
—Ha logrado crear a lo largo del tiempo un amplio programa de voluntariado en el que participan jóvenes de todo el mundo. Incluye también un programa especial para Japón. ¿Por qué?
—Tenemos el más amplio programa de voluntariado del mundo, seleccionando de 15.000 aspirantes, entre 600-1.000 para que participen en el festival, durante diez días. Japón fue el país con el que creé la primera estructura independiente, en 1990, llamada The Friend´s House. Cuando llegué allí me di cuenta de que Japón era un mundo totalmente diferente y pensé en lo que yo podría aportar a ese mundo. Intenté prestar atención a mi alrededor buscando la especificidad del lugar y observé que había un increíble culto al trabajo, que no existían ladrones y que la tecnología era probablemente el sueño de la humanidad. Pero también pude ver las partes más débiles de la sociedad. Nos enteramos de que allí la tasa de suicidio era la más alta del mundo. De las diez personas que se suicidaban diariamente ocho eran jóvenes. Por esa razón decidimos crear, dentro de nuestro programa de voluntariado, uno especial para jóvenes, con el apoyo del Comité del Festival de Japón de la Unión Europea y trajimos a Sibiu 25 jóvenes seleccionados entre 4.000 solicitantes. Gracias a este programa logramos reducir la tasa de suicidios en Japón en un 0,79%, hecho reconocido por el gobierno de Japón.
—Hablaba sobre la pasión, imprescindible cualidad de quien desea construir algo perdurable. ¿De donde proviene esta pasión?
—La pasión proviene de la comprensión y también de la capacidad de valorar, mirar y especialmente amar de manera diferente. En cierto modo la pasión está en una relación axiológica con el amor y en el momento en que alcanzas ese entendimiento y unes la pasión y el amor con todo lo positivo de la construcción de algo, entonces la construcción perdurará.
—¿Qué significa el teatro para usted?
—Si pensaramos que hemos recibido como regalo una vida por la que no hemos pagado nada, que día tras día recibimos el calor y la luz del sol sin tener que dar nada a cambio, deberíamos pensar en que la razón de nuestra vida tendría que ser la generosidad de regalar. No en vano uno de los lemas propuestos por nuestro festival fue El arte de regalar, con amor y pasión, porque sin éstos no podemos construir una vida feliz, no lograremos dar un sentido a nuestra vida y crear algo capaz de perdurar más allá de los mortales que es lo que somos. El teatro para mí significa el lugar donde la vida se vuelve esencial, donde los actores son los niños del domingo de la sociedad, los que tienen el poder de entregar el sueño en nuestras manos, que nos demuestran que lo imposible llega a ser posible y que el milagro se puede tocar con la mano. Que soñar significa fraguar el mañana.
—¿Quién es Constantin Chiriac ?
—Yo, Constantin Chiriac, estoy hecho de la herencia que dejaron mis bisabuelos, mis abuelos, mis padres y que yo dejaré a mis hijos, junto con aquel atisbo de eternidad que Dios puso en cada uno de nosotros, cuando de niños soñabamos con caminar de rodillas hasta al arcoiris que pudiera cumplir todos nuestros sueños. Soy él que sueña pero también él que tiene los pies en la tierra, soy el que construye y también el visionario al que le gusta desarrollar proyectos únicos, el que es capaz de asumir riesgos, de hipotecar su casa para fundar un festival capaz de traer el milagro a Sibiu y al mundo. Y doy las gracias a Dios para toda la fuerza y el apoyo real que he sentido durante todo ese tiempo de Su parte.
Por el programa especial de voluntariado, un proyecto donde a los jóvenes de Japón se le ofrece la posibilidad de vivir más allá de la manipulación de las grandes tecnologías y encontrar una razón, una motivación dentro de las artes escénicas, Constantin Chiriac recibió la Orden del Sol Naciente, otorgado por el Gobierno de Japón, para su contribución en la promoción de la cultura japonesa en Rumanía, premio entregado por el emperador. Desde 1940 ningún rumano había recibido la más alta autoridad japonesa.
No es nada fácil poner en marcha un proyecto de tal magnitud y de tanta proyección internacional, capaz de dar visibilidad a las artes escénicas. Por eso, el renombrado director Silviu Purcărete, decía esto hablando del festival y su director:
“Desafortunadamente para nosotros las cosas importantes no se pueden hacer de forma natural, normal, sino solo a través de una especie de locura, de delirio que él tiene, pues es excesivo. Es un tsunami de energía”.
Necesitamos hoy, más que nunca, a esos locos visionarios como el director Constantin Chiriac, que se atreven a cambiar el mundo con una idea, “porque las personas que se creen tan locas como para pensar que puedan cambiar el mundo, son las que lo hacen”, como decía Jack Kerouac.
El Festival de Teatro de Sibiu es más que un mero encuentro entre creadores de todo el mundo. Es una casa que acoge a un gran número de público de todas las nacionalidades, un lugar de formación e investigación, de reflexión y diálogo, de conversaciones donde se lanzan interrogantes sobre la condición humana y donde se representan obras que invitan a pensar. Un lugar de encuentro donde el teatro es visto también como “una forma de plegaria, patria, compromiso social, meditación en público”. Escuchando al fundador del mayor fenómeno teatral del país y quizás de Europa, es como pensar que en esa pequeña ciudad medieval se ha creado esa “isla de libertad”, como maravillosamente lo define Eugenio Barba.
Constantin Chiriac es una personalidad compleja y polifacética. Actuó en más de 40 obras de teatro, 16 producciones cinematográficas, 23 espectáculos one man show, dio multitud de recitales de poesía en más de 50 países. Un hombre para el cual el viaje es la base del conocimiento y por eso sigue emprendiendo un nuevo camino cada día. Un hombre que entiende que la inversión en la cultura es, probablemente, la más importante junto con la educación y la investigación, campos donde la mente humana es capaz de escarbar hasta las raíces, de encontrar soluciones, de desarrollar proyectos, preparada para cualquier desafío. Lo que más desea es poder traer alegría a la gente, facilitando el encuentro entre naciones, y construyendo puentes culturales. Su trabajo es una prueba más de que las fronteras desaparecen cuando hablamos de cultura, “uno de los aspectos que nos hace humanos y nos permite evolucionar como especie”, como bien la definía Ortega y Gasset. Es un hombre que ha podido ver la encarnación de sus sueños creadores y sigue teniendo sueños por cumplir. Siempre mirando al futuro exclama como para acariciar el cielo con la mano:
¡Venid a Sibiu, allí donde el milagro del teatro es posible!
Esta entrevista se celebró antes de que el coronavirus alterara por completo los viajes y la programación de numerosos festivales de todo el mundo, incluido el de Sibiu, por lo que algunos de los proyectos o previsiones han quedado en suspenso, aplazados hasta mejor momento, suspendidos y en algunos casos, como el SIBFEST, con ediciones especiales online.