Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Sociedad del espectáculoLetrasDe Niederhof a Estambul

De Niederhof a Estambul

 

Conocí a Evelyn Tennehill en la travesía de Kusadasi a Estambul, en algún punto de un Mediterráneo con sol radiante. Me encontraba tomando un café y leyendo en la cafetería del barco cuando Evelyn y su marido me pidieron permiso para sentarse en mi mesa –había dos sillas libres- ya que el resto de las mesas estaban ocupadas. Evelyn llevaba un libro bajo el brazo que dejó sobre la mesa para centrarse en su té y mis ojos relacionaron automáticamente la fotografía de la contraportada del libro con la mujer que tenía delante de mí. Discretamente, le pregunté por ello.

       En la portada, el título: Abandonada y olvidada (Abandoned and Forgotten), y un subtítulo que decía: Una historia de supervivencia de una niña huérfana durante la Segunda Guerra Mundial. Y una fotografía encantadora de una niña encantadora –deliciosa sonrisa de felicidad- con su muñeca (¿Elsbeth?) y su gato (¿Schnurribart?) en sus brazos. Se trataba de cuando el mundo de Evelyn en la granja de sus padres en Prusia oriental, junto al Báltico, estaba en orden, cuando todo era perfecto para la pequeña Evelyn. Su padre había vivido doce años en Estados Unidos, hasta 1922, trabajando y aprendiendo nuevas técnicas para llevar una granja moderna y productiva, y que aplicó a la que él estableció allí en la pequeña localidad de Niederhof. Ese tiempo en Estados Unidos también le permitió adquirir la nacionalidad americana.

       Cuando Hitler subió al poder en 1933, el padre de Evelyn, como otros muchos alemanes -no judíos- tuvo perfectamente claro que no tomaría parte en aquello, que no era ese el mundo el que quería ni para él ni para su familia. Comenzó a plantearse el traslado familiar a Estados Unidos. Finalmente todo quedó preparado tras innumerables gestiones: Alquiló una casa en Foley, Alabama, el lugar donde había vivido en sus años jóvenes. Pero por unos días, muy pocos, todo se vino abajo cuando Hitler cerró los puertos tras la invansión de Polonia y se puso en marcha el reclutamiento para lo que vendría después.

       La narración de los hechos es muy simple. Los primeros que llegaron fueron los nazis, requisando, reclutando, y exigiendo fidelidad inquebrantable a los ideales que iban a llevar a Europa y a Alemania al mayor desastre de su historia. A continuación, cuando los nazis ya comenzaron a retirarse en su propio pais -Prusia era una provincia alemana y la guerra ya estaba perdida-, llegaron los rusos de Stalin, aquellos que habían sido engañados, invadidos y aniquilados a millones por los alemanes, que sabían de Stalingrado y del sueño de la destrucción total de San Petersburgo, y también que el camino hasta Berlín iba a ser un paseo: La venganza como restauración de una dignidad ultrajada.

       Situemos la granja de la familia de Evelyn en el mapa. Se trata de la pequeña localidad de Niederhof, junto a la ciudad de Elbing. Es lo primero que se encontraron los rusos al entrar en Alemania desde Lituania: Granjas alemanas de Prusia oriental, junto a la costa báltica. En primer lugar, Königsberg (hoy la rusa Kaliningrado), donde la Sociedad Goethe había invitado repetidas veces a Thomas Mann. Por eso en agosto de 1929 el escritor se instaló con su familia allí cerca, en el balneario de Rauschen, junto al mar. No dejó un minuto de trabajar frente a  las playas blancas del mar Báltico, en su silla de mimbre a unos metros de la orilla como si de la playa del Lido se tratase.

       Tras el avance de los rusos hacia Berlín, en su paseo de horror, llegaron los polacos. El testimonio de Evelyn deja claro que superaron con creces a nazis y a rusos. Al fin y al cabo aquellos rusos no eran más que unos soldados borrachos, asesinos, unas bestias que hicieron todo lo que pudieron hacer, y que se llevaron todo lo que pudieron llevarse, para finalmente irse. Pero los polacos reclamaron el territorio, y allí se instalaron, también en la granja de Evelyn, la niña de nueve años ya probablemente huérfana. Elbing pasaría a llamarse Elblag y a ser una ciudad polaca a partir de 1945. La población alemana sería expulsada y nuevos habitantes, polacos, se instalarían en Elblag.

       Mitad por cortesía, mitad por interés real, ya que todo aquello que se parezca o recuerde a lo que Hans Magnus Enzensberger llama «una historia alemana» -en su pluma, la historia del general Kurt Hammerstein o su interés por la autora anónima de Una mujer de Berlín-, es uno de los temas que realmente me interesan. Pedí a Evelyn que me vendiese un ejemplar de su libro. Lo pagué con mucho gusto, y agradecí su amable dedicatoria. Imagino que Evelyn Tennehill ha escrito el libro por muchas razones, pero una de ellas -me dijo- fue por lo poco que se conoce del sufrimiento de aquellos alemanes que no se adhirieron al régimen nazi y no pudieron escapar de Alemania. Es una parte de la historia poco conocida. Es parte de ese silencio en el que estuvo sumergido el pueblo alemán. También en su mínima literatura de posguerra, tras la catástrofe: la incapacidad de verbalizar, de hablar sobre ello, y en lo que hizo hincapié G. W. Sebald de una manera demoledora en su texto Sobre la historia natural de la destrucción, otra historia alemana de la que apenas se ha escrito. Viene a la cabeza, sin duda; la necesidad de “ocultar y neutralizar vivencias que exceden la capacidad de comprensión” (…), “el modo en el que la memoria individual, la colectiva y la cultural se ocupan de experiencias que traspasan los límites soportables”.

       Unos meses después de mi encuentro con Evelyn y su marido (fue una agradable charla. Lástima haberla tenido antes de conocer su historia y su libro), me puse a leer Abandoned and Forgotten. Imposible dejar de leer. Lo terminé de un tirón. No encuentro muchas palabras que decir sobre ello. Es demasiada historia, demasiado lo que ocurre, mucho tema para aventurar dos comentarios sobre ello. Estamos ante una historia que es necesario conocer, ante un libro imprescindible.

 

 

       Así arranca: «Mi familia me llamaba Eva. Hasta mucho más tarde no supe que, de hecho, mi nombre era Evelyn, pero entonces había muchas cosas que yo no sabía. La historia de mi familia, y quién era yo, se fue haciendo lentamente y a base de pequeños fragmentos. Entré en el mundo en 1936, la menor de cinco hermanos, en una pequeña granja junto al Báltico, en la provincia de Prusia Oriental, Alemania. Pasé mis años de infancia en total libertad, al aire libre, deambulando por el campo, entre los animales de la granja, sin cercas ni obstáculos, con mi limitada experiencia infantil… Para cuando llegué a la edad en la que se tiene uso de razón, Alemania ya estaba totalmente enfangada en la Segunda Guerra Mundial…”.

       Evelyn, frente a mí, rubia, encantadora, guapa, elegante, como en la fotografía de la contraportada del libro… y yo allí, habiéndole cedido el sitio amablemente como si nada hubiese ocurrido. Hasta donde yo sé Abandoned and Forgotten no ha sido traducido del inglés al español. Abandonada y olvidada podría ser también una gran película. Aunque de una dureza difícil de digerir, en manos muy expertas sería un filme a realizar y a ver. Viene a mi cabeza sin pensar demasiado alguien de la talla de Elm Klimov, nacido en Stalingrado y ya fallecido, el artifice de esa obra maestra titulada Ven y mira, y comentada no hace mucho por Alfonso Armada en fronteradAdios a Matiora-. Axel Corti, otro superdotado, artífice de Trilogía de Viena, también murió. Habrá otros, sin duda.

       Atravesados los Dardanelos y entrando en el mar de Mármara yo ya me encontraba en las últimas páginas del libro que leía en la cafetería del barco junto a otra taza de café. Me había propuesto terminar el libro antes de llegar a Estambul. Su título, al igual que la ciudad, era Estambul, de Orhan Pamuk. En las líneas finales, la madre de Pamuk intenta convencer a su hijo de que no opte por ser pintor, que sea otra cosa en la vida, que en Estambul nunca llegará a ser nadie con la pintura. Estambul no es París, le decía su madre. Pero Orhan replicó: “No seré pintor, seré escritor”. Cuando Pamuk recibió el premio Nobel de Literatura en 2006 la academia sueca resaltó en su obra “la búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal, Estambul, y el haber encontrado nuevos símbolos para reflejar el choque e interconexión de culturas”.

       Cuando desembarqué en Estambul, se acentuó mi interés por buscar el libro recientemente editado con las postales que Max Fruchtermann había realizado a finales del siglo XIX y principios del XX en Estambul. Allí, con el Bósforo frente a mis ojos, en un atardecer que solo podría describir alguien como Pamuk.

       No volví a ver a Evelyn. Intentaré hacerle llegar este texto como un pequeño agradecimiento, y me gustará  saber si estas lineas le parecen aceptables. Aprovecharé también para recordarle a su ilustre vecino, aquel que nació dos siglos antes tan cerca de su granja, en Köninsberg, hoy Kaliningrado, y para quien las dos cosas-¿quizás las únicas?- dignas de admiración y respeto eran el cielo estrellado sobre él y la ley moral dentro de él. Como en la foto de Evelyn con su gato Schnurribart.

 


Más del autor

-publicidad-spot_img