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Mientras tantoDecepciones

Decepciones


Distinguir entre lo que es importante, pero no definitivo, y lo que es esencial. Ser un personaje más en este mundo como metáfora de la confusión existente entre el bien y el mal. La inocencia ya no es posible. Preguntas que se amontonan sobre ambiciones incendiarias y respuestas dispuestas a ser trituradas. Desorientada pero siempre alerta. No me arriesgo a hablar de lo que no sé y, tras la mascarilla, no es un consuelo ver que la gente no ha aprendido a desarrollar el territorio de la mirada que tantos acontecimientos, a menudo inesperados, regala. Ya no hay quien viva en los pronombres, parafraseando a Pedro Salinas. Los anuncios en televisión se han apropiado de ellos y nos machacan sin descanso con mensajes a base del «nosotros», «cerca de ti» o «contigo». Agotador. Las palabras se gastan cuando ya redundan y no generan emociones. Yo, como Esperanza Roy, quiero ser tolerante en un país que sea tolerante, porque a Esperanza Roy «los dogmas, las verdades como puños, el ruido de sables, la beatería, los zapatos que aprietan, los que confunden la velocidad con el tocino, la telebasura, los cretinos y los que hacen gala de no haber leído un libro en su vida, pero sí de llevar a mano la Visa Oro le hacen responder al periodista con mucha educación y dulzura. ‘Con permiso, ¿podrían ustedes irse a tomar por culo? Muchas gracias'».

Hora del vermut. Gente en la cafetería que sólo bebe café. Compruebo que no hemos cambiado nada. Sabios de esquina remilgados que devuelven el café al camarero porque distraídos, miraban absortos La 1 (?), y no querían ese café en vaso de cristal, «tacita de loza, por favor». Hacienda ha vuelto. Alguien cruza la calle y sortea varios coches  a toda velocidad porque en Hacienda le piden fotocopia «sellada y compulsada». ¡No era una leyenda, casi han desaparecido las fotocopiadoras!

Día formidable. Mediterráneo.  Gente en las terrazas. Una pareja no resiste más el calor y se quita los bañadores convirtiéndose en nudistas sin ser ellos nada de eso. ¿Se besan? Se besan. Casi les sigo y me hago un Eva al desnudo también, pero estrenaba blusa. Blanca. El blanco es mi color negro preferido. Tengo hambre. Toca catering. ¿Eso es Tartar?… Sí… !Vas lista! (no se lo digo). Me decido: ensalada y Marlboro a la plancha. Al fondo, señoras que después de tres meses sin pisar una  peluquería  salen de la misma con un tinte rosa que jamás se habían hecho antes y con laca tan fijadora como un rayo paralizante. Repartidores encamionados colapsan la avenida corriendo a dejar los pedidos de Amazon. No lo puedo evitar y pienso como Marisa Paredes en La flor de mi secreto, «ay Betty, excepto beber, qué difícil me resulta todo». Antes de que me tilden de snob incluso misántropa, ya me adelanto yo a lo Charles Simic: «Soy un miembro de esa minoría que se niega a ser parte de ninguna minoría declarada oficialmente».

Leo a María Vela Zanetti, «recorreremos caminos llenos de zarzas y cualquier día vamos a toparnos con el milagro de que vuelva el sentido común a las calles y demás escenarios crucificantes». Haciendo de «sparring de la vida» no es extraño que me ocurra como a Dickens, que a la mañana siguiente de una noche malísima se sentía lo suficientemente perfecto como para enfermar otra vez. Aun así, escribo, como dice Chateaubriand (Diarios), «a la diabla», entregada al pesimismo. Bajando por Serrano y Ramiro de Maeztu hasta el Retiro me esfumo en pleno escenario de escaparates y cafeterías huyendo de intelectuales que dicen, «lo que más me gusta de las ciudades son sus gentes». Yo tiraría más por la personalidad que crea esa ciudad en cada persona…Y gracias. Vuelvo al Prado, me chifla Velázquez. Creo que, como me contaba Juan Luis Cano (Gomaespuma) que le decía Santiago Amón, «después de Velázquez la gente ha pintado por entretenerse, pero no porque haga falta».

Sobre las naderías de este mundo empiezo a construir preguntas sabiendo que las respuestas serán volubles, así las decepciones son más llevaderas. He quedado con Paco Román, líder de NEUMAN. Hablo, precisamente, de esto de las decepciones con el músico: «Por suerte, la música nunca me ha defraudado y sólo le debo la vida a ella. Sin la música no sé lo que haría. Supongo que sería pintor o escritor, es vital poder expresarme de algún modo, o quizás limpiaría cristales, pero lo haría por y con amor, como hago música». Tal vez, en estas afirmaciones, su infancia cobra demasiada importancia y «el hecho de no haber sido muy ‘normal’ y haber vivido una niñez con algunas carencias relacionadas con el afecto y la figura de tus padres, quizás haya compuesto una personalidad enfocada a la falta de amor», carencias que, con los años, se transformen en virtudes a la hora de expresarse. Cuando estaba en plena gira de conciertos no paraba de viajar: Madrid, Granada, Murcia…: «En Madrid están mi mejor amigo, mi hermano, mi sello discográfico, Subterfuge, gente a la que aprecio y sientes que es recíproco. Siempre son alegrías lo que llega de allí. Ahí tengo la maleta, casi siempre sin deshacer del todo». Sin olvidar nunca que su vida tiene tres pilares fundamentales y los tres se alimentan uno del otro: «Mi familia, mi música y la amistad. En las dos primeras es fácil encontrar el equilibrio; en la última es más complicado. Así que, si me quieres hacer daño, sólo hazte amigo mío y luego defráudame». De todas formas, «la música ha sido muy generosa conmigo». Y, me recuerda, «soy feliz porque la música no me debe nada y yo le debo todo… Esperar algo más que tan sólo una satisfacción y escape personal de ella te hace mediocre».

Observo el panorama con la mirada fría, tan fría como la cerveza que tengo en mi mano ahora mismo. Conozco la cara oculta de la luna. Este aspecto blindado que parece me aleja del mundanal ruido tiene un lado positivo: favorece la discreción con que transcurre mi existencia. Porque sé que siempre algo te despertará una sonrisa optimista como ese final de El Apartamento, cuando Shirley MacLaine le dice a Jack Lemmon: «Calla y reparte».

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