Porque está claro que acabamos de pasar una era teatral, en la que hemos crecido, nos hemos formado, hemos aprendido… Lo que venga a partir de ahora (¿julio? ¿septiembre?… ) va a pertenecer a una nueva era teatral, en la que tendremos presente lo que acabamos de vivir, en la que tendremos presente nuestra vulnerabilidad como sector, y esperemos haber aprendido de este cambio de era… Para recordar cómo fue, proponemos una serie de entrevistas breves sobre la era teatral que acabamos de dejar, siempre desde el cariño y los buenos recuerdos…
¿Puedes contarnos una anécdota que recuerdes con cariño de la anterior era teatral?
Son muchas las que vienen a mi mente, pero sin duda la más poderosa de mi anterior vida teatral fue la última representación en Guindalera de Yerma 2019. La verdad es que me cuesta describirlo… Está aún muy reciente, pero es como si a mi mente le costara mucho esfuerzo volver ahora a ese recuerdo. Imagino que es por el lógico proceso de la superación de la pérdida. Despedirme del teatro que me vio crecer, de los espectadores que se convirtieron en amigos y que tal vez no vuelva ver, de los compañeros que se convirtieron en familia, de casi 20 años de fe ciega y de entrega absoluta, es todo un duelo. Aún es pronto para que venga la melancolía. Temo ese momento.
¿Qué es lo que más te ha gustado en lo que llevábamos de temporada en la anterior era teatral?
Despedirme con la convicción de haber hecho lo que quise y como quise. De haber sabido cerrar un ciclo con altura, dignidad, calidad, muchísimo amor y con consciencia plena. Transitando cada momento, mirándolo de frente y saboreándolo hasta el final. De haber encontrado en el Estudio Juan Codina (al que traspasamos la gestión de Espacio Guindalera) a personas amables, es decir, dignas de ser amadas por su nobleza, por sus valores y su sensibilidad. Personas con las que espero hacer muchas cosas en el futuro, y de las que estoy convencida que sabrán cuidar de un espacio tan mágico, en que la compañía Guindalera pueda continuar con su viaje.
¿Qué es lo último que viste en la anterior era teatral y qué rescatas de ello?
¡No recuerdo que fue lo último, último! Pero me quedo con una propuesta que vi en los Teatros del Canal de la compañía argentina El Silencio. El montaje se llamaba El tiempo todo entero y, en palabras de la propia directora y autora, Romina Paula, es una especie de calco de El zoo de cristal, que lo trabaja de fondo, sin textos de Tennessee Williams. No es El zoo de cristal y sin embargo lo es.
Disfrute mucho viéndola. Me pareció un trabajo limpio, preciso y sin pretensiones. No utilizaban las palabras de Tennessee Williams porque encontraron los derechos de autor demasiado caros, no porque pretendieran mejorar el texto o la historia. Había un profundo respeto por el autor y su obra, su estructura dramática y sus personajes. Vi una compañía de actores y actrices que sabía lo que hacía. Una puesta en escena sencilla, o más bien esencial, al servicio del trabajo de interpretación y de la historia.
También me interesó mucho Jerusalem de Jez Butterworth, una propuesta de Julio Manrique para el Festival Grec con un impresionante Pere Arquillué. La vi en el Valle Inclán y me entusiasmó el texto y las interpretaciones, sobre todo la de Pere en esa especie de Falstaff contemporáneo. Un rebelde, marginal, ácrata, dionisiaco, drogadicto y gran contador de historias. Era como estar viendo una especie de Sueño de una noche de verano contado por un Outsider decadente y encantador a partes iguales. Me conmovió su historia.
Y ahora, si nos puedes mandar una foto de un recuerdo, un objeto, algo que tengas de la anterior era teatral y que defina tu relación con esa era…
Creo que una imagen vale más que mil palabras, pero si he de confesar por qué escojo esta foto, diré que ahora que no me apetece mucho hablar, prefiero usar las palabras de Brian Friel de uno de nuestros montajes: “Ese recuerdo lo imagino como bailando. Bailando como si el lenguaje se hubiera rendido al movimiento, como si ese ritual, esa ceremonia sin palabras, fuera la forma de hablar, de susurrar cosas íntimas y sagradas, de estar en contacto con alguien próximo. Bailando como si el verdadero corazón de la vida y todas sus esperanzas pudieran encontrase en aquellas notas mitigadas, en aquellos ritmos acallados, y en aquellos silenciosos e hipnóticos movimientos. Bailando como si el lenguaje ya no existiera porque las palabras no fueran nunca más necesarias…”
(María Pastor, actriz)