Hombre sencillo y austero, Óscar Pujol Riembau pareciera encarnar las virtudes tan reiteradamente exaltadas en las escrituras védicas. Tuve el privilegio de conocerle en los años noventa, durante una larga y fructífera estancia en la India, cuando trabajaba en el Diccionari sanscrit-catalá becado por la Universidad de Mallorca. En varias ocasiones paseamos por los ghats que descienden hasta el Ganges y presencié su trato cordial con los renunciantes barbudos que en sus hábitos anaranjados rezan a la salida del sol. Óscar se licenció y doctoró en la India (ya que en España no fue a la universidad), porque la India le abrió sus puertas intelectual y emocionalmente, por la Benarés Hindu University (BHU) en 1993 y 1999 respectivamente y actualmente dirige el Instituto Cervantes de Nueva Delhi.
El 19 de diciembre de 2019 tuvo lugar en Casa Asia Madrid un acontecimiento único y de consecuencias de largo alcance para la cultura y la historia de la Lengua: se presentó el primer Diccionario sánscrito-español, con más de 64.000 voces. Esta magna obra a cargo de Óscar Pujol, publicada por la editorial Herder y en la que han colaborado Armando Rentería, Mercè Escrich, Laia Villegas y Oriol Gil, es la primera de estas características en el mundo y en la historia.
Es una gran alegría comprobar cómo los esfuerzos sostenidos en el tiempo y en circunstancias a veces adversas obtienen sus frutos. Óscar supo finalizar tan colosal empresa no sólo debido a su profunda identificación con las esencias de la cultura india vividas personalmente en su trato diario durante muchos años con sus gentes, lo cual le da un valor especial a dicha obra, sino también por el apoyo inestimable de su mujer Mercé y de su hijo Vasant.
El lector sólo puede imaginar, y pálidamente, las múltiples contingencias que la India y en concreto una ciudad como Benarés o Varanasi pueden presentar al estudioso. Cuando no se cierran las universidades, por huelgas que prolongadas durante meses obstaculizan los procesos académicos y que sólo pueden ser seguido por estudiantes con máximo tesón y con apoyos de gurús particulares, es el asfixiante calor previo al monzón el que paraliza las actividades y embota la mente o son los mosquitos o los disturbios políticos, etcétera.
Muy distinto hubiera sido el resultado producido en un confortable despacho de Harvard o Barcelona. Hubiera sido seguramente también muy correcto sí, pero menos esencial y cálido… Así pues, a pesar de los difíciles tiempos que nos han tocado vivir ya que como director del Instituto Cervantes ha tenido que coordinar la acogida de nuestros compatriotas en dicha institución a fin de ser repatriados, ha sacado tiempo para contestar unas preguntas.
Son tiempos difíciles, razón de más para que continúe lo que hace grande y posible la continuidad de las culturas humanas: sus lenguas y la reflexión sobre las mismas y este diccionario abre un puente indiscutible a tal efecto entre dos grandes leguas de cultura, el español y el sánscrito.
—¿Qué le llevó a estudiar en la BHU el sánscrito y doctorarse finalmente en esa lengua con una tesis sobre un texto gramatical del siglo XII?
—Me interesé por el sánscrito después de un viaje a la India. Luego lo estudié de forma autodidacta en España. Al cabo de dos años de estudio logré cruzar el proceloso océano de la gramática sánscrita y llegar a la otra orilla, donde descubres el continente de la literatura sánscrita, poblado por una multitud de textos de una gran variedad de temas: de la gramática a la filosofía, de la política a las matemáticas, del erotismo a la ciencia de la liberación, de la poesía a la metalurgia, de la astronomía a la dramaturgia, de la ciencia de los signos corporales a los tratados de la doma del elefante… Escogí Benarés porque pensé que, más allá de la universidad, en la ciudad vivía una galaxia de pandits, eruditos del sánscrito, con los que podía aprender de una forma más viva y tradicional. Y así fue. Para mí fue un privilegio estudiar con estos eruditos que son auténticas bibliotecas ambulantes, pues memorizan los textos, y los explican de una forma muy didáctica. Desgraciadamente son una especie en extinción, pues el mundo moderno no parece tener lugar para ellos y cada vez son menos los que todavía conserva un conocimiento profundo de los textos a menudo heredado de sus padres. Siempre digo que el sánscrito es una lengua tanto holística como analítica. Es conocida por sus saberes del espíritu, pero olvidamos que es una lengua que cultiva el razonamiento y el análisis. Inventó la fonética y la lingüística, dio el sistema decimal y en el siglo XII descubrió un nuevo tipo de lógica formal muy avanzada para su tiempo. A mí me fascinó la gramática de Pánini, un monumento de la inteligencia humana y, según Noam Chomsky, la única gramática generativa antes de que él propusiese la suya. Por eso hice mi tesis doctoral sobre un manuscrito gramatical del siglo XX, el Tantrapradīpa o La luz de la doctrina, ya que aquí la palabra tantra quiere decir doctrina.
—En 2005 Enciclopedia Catalana publicó el primer Diccionari sànscrit-catalá. Supongo que no es una simple traducción.
—Ciertamente, no es una simple traducción porque se han revisado muchos términos y en la medida de lo posible se ha procurado traducir directamente del sánscrito, pero no se puede negar, debido a la cercanía entre el español y el catalán, que la versión catalana ha sido fundamental para hacer esta versión española. Sí que se han añadido muchos nombres de plantas que no existían en la versión catalana, y se ha procurado introducir vocabulario del español de América, especialmente de México, ya que se ha contado con la ayuda de un sanscritista mexicano: Armando Rentería.
—Una de las características más importantes de este diccionario en cuanto a la actualización lexicográfica es que han seguido el criterio de los diccionarios etimológicos más importantes (el de Manfred Mayrhofer y el de Turner) y el inacabado de Pune que son las aportaciones más definitivas, ¿podemos decir que este aspecto lo convierte en una contribución única en el mundo?
—Está mal decirlo, pero sí creo que es una actualización importante de la lexicografía sánscrita y así lo han reconocido varios sanscritistas extranjeros que me han manifestado que les encantaría tener un diccionario sánscrito-inglés de estas características. Su novedad reside no tanto en el caudal de voces como en la forma de presentarlas y la inclusión de criterios básicos de la lexicografía actual.
—Algo fundamental es que no han dejado de lado las etimologías de la gramática tradicional india (Pánini entre otros) y al mismo tiempo las han hecho accesibles al lector occidental. ¿Podría decir algo al respecto?
—Quizás la novedad más importante es incluir dos etimologías de las palabras sánscritas: la de la filología comparada occidental y la de los gramáticos indios. Es la primera vez que esto se hace y proporciona una visión muy rica de la palabra sánscrita, ya que ambas son importantes, porque reflejan puntos de vista diferentes. No está de más aquí agradecer la contribución de Miguel Ángel Andrés Toledo, que extrajo las etimologías de la filología comparada a partir de la gran obra de Mayhofer, y la de Devanath Tripathi que hizo lo propio para las derivaciones de los grámaticos indios a partir de los diccionarios sánscritos Śabdakalpadruma y Vācaspatyam. La etimología occidental es histórica y comparada y tiende a referir las palabras a su raíz indoeuropea. Por ejemplo, la palabra sánscrita viṣa (veneno) se relaciona con el indoeuropeo *u̯ī̆so (veneno) que a su vez parece estar relacionado con la raíz *u̯eis (fluir), especialmente en el caso de un líquido viscoso, venenoso o maloliente. A partir de aquí el cognado griego Íós (veneno) y el latino virus (veneno; savia; líquido viscoso), por rotacismo de la ese. La palabra virus el siglo XVIII pasará a significar ‘agente de enfermedades infecciosas’, referido a las enfermedades venéreas y luego nuestro moderno virus desde finales del siglo XIX. Por lo tanto, la palabra virus está relacionada con el sánscrito viṣa (veneno). También los derivados virulento, virulencia. De la misma familia en latín tenemos viscum (substancia pegajosa) y viscōsus (viscoso, pegajoso). Cuando la palabra sánscrita no proviene del indoeuropeo entonces la referencia es a los posibles préstamos en otras lenguas, muy a menudo el dravídico o las lenguas austro-asiáticas y ocasionalmente el griego e incluso el latín. Por otro lado, las etimologías indias son más bien derivaciones que retrotaen la palabra a su raíz sánscrita y la analizan en sus lexemas y morfemas derivativos. Recordemos que los gramáticos indios fueron los primeros en utilizar estos conceptos de una forma sistemática y en clasificar las palabras según sus raíces y morfemas derivativos. Estas derivaciones sánscritas son muy importantes a la hora de leer los comentarios sánscritos, ya que explican el significado de las mismas a partir del análisis de la raíz y del sufijo derivativo. Es interesante notar que los gramáticos sánscritos eran conscientes de que no todas las palabras se podían referir finalmente a una raíz sánscrita y para ello consignaron las palabras más dudosas a una lista especial, llamada uṇādi, en donde las derivan, artificiosamente, de una raíz sánscrita, ya que su sistema gramatical exigía esta referencia final a una raíz, aunque fuese formal y no real. Son precisamente las palabras de esta lista las que muestran mayor discrepancia con la etimología de la filología comparada.
—¿Qué supone la aparición por primera vez en la historia de nuestra lengua de este Diccionario sánscrito-español?
—Me gustaría pensar que será un hito, pero no estoy seguro. Espero que, por lo menos, sea útil para el mayor número de gente. El diccionario no va dirigido solamente a los estudiantes de sánscrito, sino también a los interesados en la cultura antigua de la India, ya que contiene artículos enciclopédicos sobre temas como la mitología, el yoga y la filosofía. De ahí su subtítulo: Mitología, filosofía y yoga.
—¿Cómo ve en la actualidad el estado de los estudios de sánscrito y de la indología en España?
—Creo que en este momento hay cinco universidades donde se enseña sánscrito en España y hay unos cuantos profesores competentes, pero que cuentan con pocos recursos. Es difícil ser optimista en cuanto al futuro de la indología en España.
—Desde la filología alemana pienso en Franz Bopp y su edición del Sistema de conjugaciones del sánscrito en 1816, que fue pionero en lo que sería la gramática comparada e histórica, sin olvidar a Renou en Francia, en Italia a GiusepeTucci, y por supuesto a William Jones, que ya en 1786 escribía que “el sánscrito tiene una estructura magnífica, es más perfecto que el griego y de formas más diversas que el latín, de una cultura más refinada que las dos lenguas mencionadas y a pesar de ello tiene tantos rasgos comunes con ellas que no puede ser casualidad”, por mencionar a algunos. Demostraron en las principales lenguas modernas un gran interés tras lo que se llamó “el descubrimiento del sánscrito”. ¿A qué se debe esa falta de interés en nuestros lares?
—Seguramente por motivos históricos. España miró más hacia el mundo árabe y hacia Latinoamérica. India quedó un poco lejos. Hubo una ola de interés a finales del siglo XIX, cuando los estudios de sánscrito y la filología indoeuropea estaban muy en boga en las universidades europeas, e incluso se llegó a crear una cátedra de sánscrito en Madrid, pero por varios motivos no llegó a cuajar. Hoy en día hay un interés renovado por el sánscrito que no proviene del mundo de la filología, sino del yoga y de las filosofías orientales. Por otro lado, hay también un gran interés en los países latinoamericanos, especialmente México, pero también Argentina, Perú, Chile, Colombia, Costa Rica para mencionar solo unos cuantos.
—España siempre tuvo una conexión con la India a través del corredor ininterrumpido creado por los musulmanes durante siglos, pienso en el Panchatantra, el libro de Sendebar, y tantos otros textos que pasaron gracias a los árabes a nuestra lengua. Sin olvidar la cultura gitana, que en su lengua kaló todavía piden vasos pani (de agua) en los institutos de Madrid. ¿Cómo pudo haber un vacío tan grande para pensar nuestro vínculo con la India?
—Bueno, creo, que esta pregunta quedó ya contestada en la anterior. Ciertamente a través de las traducciones de los textos árabes al latín. España se convirtió en una gran transmisora del saber indio al suelo europeo. Dicen que el primer cero que se escribió en Europa, se encuentra en un manuscrito en El Escorial.
—No podemos olvidar a los colaboradores de esta gran contribución: Armando Rentería, Mercè Escrich, Laia Villegas y Oriol Gil. ¿Podría añadir algo respecto a cómo han trabajado? No debió ser tarea fácil.
—Hemos procedido por etapas. El primero en participar fue Armando Rentería que desde México preparó el devanagari de los lemas y luego elaboró también una primera versión a partir del diccionario catalán. Esta versión fue revisada por Mercè Escrich y sobre esta versión revisada hice una lectura completa del diccionario corrigiendo y modificando según las acepciones de la palabra sánscrita. Esta fue la etapa que me llevó más tiempo, unos cuatro años aproximadamente. Tuve que rehacer también la parte de las etimologías, especialmente las de la filología comparada, pues se habían perdido los signos diacríticos de la versión catalana. Aproveché asimismo para contrastarlas de nuevo con el diccionario etimológico de Mayhofer. Posteriormente Mercè Escrich y Laia Villegas hicieron sendas lecturas del texto para repasar los artículos y detectar incongruencias. Con estas versiones revisadas, volví a leer el texto íntegramente para detectar errores e introducir mejoras. A partir de aquí Laia Villegas coordinó el proceso de maquetación del texto. Con el texto ya maquetado, Oriol Gil empezó el proceso no sólo de corrección de erratas, sino también de estilo. Cuando llevas años concentrado en un texto, revisándolo varias veces, interiorizas los errores y no te das cuentas de lo mal que redactas. Más aún si el texto es un diccionario, te acaba destrozando el estilo. Te acostumbras a escribir líneas de palabras y no frases y, especialmente si tienes el texto sánscrito al lado, las explicaciones y traducciones pueden ser demasiado literales y forzadas, pues pierdes el sentido del fluir natural de la lengua. Por eso, la revisión de Oriol fue muy importante, mucho más allá de la de un corrector ortográfico, pues le devolvió su naturalidad al castellano. Luego yo repasaba las revisiones de Oriol hasta que el texto quedó en un formato satisfactorio. Le pedí también a Armando que echase otro vistazo al diccionario. Fue este un proceso largo y tedioso con muchas horas de trabajo y que nos ocupó un período dilatado de tiempo.
—Hay una novedad que la Real Academia Española no puede obviar y son las transliteraciones de los nombres propios sin intentar su transcripción y/o adaptación a las normas ortográficas españolas. Además, han incorporado algunas de las voces más comunes del español en América, sobre todo en lo referente a la botánica, dado que la flora india se ve mejor representada en América que en España.
—Las transliteraciones siguen un sistema internacional estándard y son las más fáciles de adoptar para un sanscritista. Lo que no hemos intentado es la hispanización de las palabras sánscritas; es decir, su adaptación a las normas ortográficas españolas. Hemos puesto Śiva y no nos hemos pronunciado si en español debemos escribir Shiva o Siva. Sí hemos adoptado algunas normas que parecen ya consagradas por la costumbre y hemos escrito Rayastán en lugar de Rajasthán y Buda en lugar de Buddha. Hemos advertido de lo érroneo de una recomendación de la RAE cuando aconseja escribir Punyab. El problema aquí es que no se transcribe del sánscrito, sino que se hace a partir de la forma inglesa Punjab, cuya letra u representa el sonido [ʌ] del alfabeto fonético internacional y que en español es asimilable a una a. Algo similar sucede con la palabra sikh, que se transcribe en periodicos como El País como sij. Esto es erróneo, ya que en hindi la palabra se pronuncia como sic. Aquí se ha confundido la letra del árabe/urdu kha que se pronuncia como la jota española, con la letra del sánscrito/hindi kha, que se pronuncia como una ka aspirada. Una de las aportaciones más interesantes del diccionario es la cantidad de términos botánicos que hemos podido traducir al español. El dominio americano del español incluye un clima tropical y subtropical común la India. Esta es, sin duda, una contribución que no se encontraba en el diccionario sáncrito-catalán y es la primera vez que se traducen tantos vocablos de la flora sánscrita al español.
—Han dado lugar también a términos de la mitología y del yoga, lo cual lo hace si cabe más completo. ¿Es el sánscrito una lengua inexorablemente ligada a lo espiritual? En un diccionario de alemán o francés, por poner un ejemplo, nunca aparecería una especial énfasis en términos o acepciones cristianas.
—No, el sánscrito no es una lengua inexorablemente ligada a lo espiritual, aunque es evidente su peso en la producción sánscrita. Salvando las distancias, pasa algo similar con el latín, que no está inexorablemente ligado al cristianismo, pero cuya producción cristiana es innegable. Como he dicho anteriormente el sánscrito es una lengua tanto analítica como holística. Los argumentos de materialistas, ateos y escépticos también se articulan en sánscrito. Sin embargo, una parte considerable del interés que el sánscrito suscita hoy se refiere a disciplinas que, como el yoga y la meditación, podríamos imprecisamente considerar como ligadas a lo espiritual.
—¿Considera que hay un antes y un después respecto a las traducciones espúreas que se han realizado al español vía el inglés, el alemán o el francés?
—No, no hay un antes y un después en las traducciones espúreas al español vía inglés, alemán o francés, aunque evidentemente tanto en España como en América hay muchos más autores que pueden hacer traducciones directas. Me gustaría aclarar una cosa. No estoy sistemáticamente en contra de las traducciones indirectas. A veces no hay otro remedio y en el pintoresco panorama de la traducción del sánscrito al español encontramos traducciones directas del sánscrito que son prácticamente ilegibles, mientras que algunas traducciones indirectas producen resultados realmente sorprendentes. Incluso son de una fidelidad asombrosa, cuando las comparas con el original. Me refiero, por ejemplo, a la traducción completa del Ramayana, de J. B. Bergua, que no sólo se lee muy bien, sino que también se compara muy bien con el original sánscrito. Lo mismo podría decirse de la traducción del Ram Charit Manas, de Tulsidas, de Elena del Río, hecha a partir de una traducción inglesa y que se compara muy bien con el avadhí original. Lo que molesta es que nunca se reconozca que sean traducciones indirectas. En la mayoría de los casos nunca se especifica el origen de la traducción. Los más atrevidos, sin embargo, incluso alardean con insistencia de que su traducción está hecha a partir del sánscrito, cuando son refritos de otras traducciones en lengua europeas.