Si los antiguos personajes de la mitología y la literatura han asumido durante mucho tiempo el papel de espejos ejemplarizantes para los seres humanos de muy diversas épocas, en el siglo XX la más poderosa expendeduría de mitos fue el cine y puede decirse que ha ejercido –y seguramente lo seguirá haciendo en los diferentes formatos a los que se asome– el cometido de fábrica de modelos de comportamiento para gentes de todo el planeta. Woody Allen, el creador que ha convertido la neurosis en singular elemento artístico, extrajo de la fábrica de sueños que es el cine el prototipo de hombre duro por excelencia surgido de la veta del cine negro, Humphrey Bogart, para convertirlo en modelo de conducta de uno de esos protagonistas frágiles, cultos, adorablemente torpes, irónicos, hipocondríacos e incapaces para las tareas consideradas prácticas, un tipo de hombre que solemos identificar con el propio cineasta, un gafapasta de manual según definición de anteayer mismo.
Evocando una frase de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), Allen tituló Play It Again, Sam la comedia teatral en la que desarrolló ese argumento en el que un personaje trata de encontrar en Bogart, materializado ante sus ojos, la respuesta a sus cuitas sentimentales. La estrenó con notable éxito en el Broadhurst Theatre de Broadway el 12 de febrero de 1969, con dirección de Joseph Hardy e interpretada por el propio Allen, Diane Keaton, Anthony Roberts y Jerry Lacy, el mismo reparto que intervino en la versión cinematográfica firmada por Herbert Ross en 1972, estrenada en España con el título de Sueños de un seductor. La obra teatral llegó a estos pagos en 1980, cuando subió al escenario del madrileño Teatro Marquina como Aspirina para dos en versión de Juan José de Arteche dirigida por Ángel Fernández Montesinos, con Nicolás Dueñas, Yolanda Farr, Antonio Iranzo, Loreta Tovar y África Pratt como intérpretes.
A partir del texto de Arteche, Ramón Paso ha puesto a punto una adaptación de la pieza teatral y la ha estrenado en la sala Lola Membrives del Teatro Lara con el título español de la película, Sueños de un seductor. En primer lugar, me gustaría subrayar que resulta emocionante y placentero volver a un teatro después del confinamiento (siguiendo todos los preceptos sanitarios, por supuesto). Y después, comentar que el montaje funciona como un reloj con las pilas bien cargadas, de manera fluida, armónica y muy divertida. No es un secreto que los diálogos de Allen son magníficos y lo continúan siendo pasados por el tamiz castellano de Arteche y Paso. Para quienes recordamos el filme, es inevitable percibir el aroma que nos hace cosquillas desde la memoria planeando con las alas del cine.
Para quienes no lo recuerden o no hayan visto la peli o la obra con anterioridad, o no hayan leído el texto, detallaré que el protagonista, Allan Felix, es un hombre que encara la cuarentena recién abandonado por su esposa, quien le dice aspirar a una vida más atractiva que la que puede experimentar al lado de un taciturno y sedentario crítico de cine, más generador de aburrimiento que de alegrías. Allan intenta infructuosamente encontrar otra compañera sentimental aconsejado por Humphrey Bogart, al que que cree ver y quien le sugiere cómo debe tratar a las mujeres un tipo duro. Con la complicidad de Linda, la mujer de Dick, su mejor amigo, irá conociendo a diversas señoritas hasta comprender que con quien realmente se siente a gusto, sin necesidad de impostar una personalidad ajena, es precisamente junto a Linda. Con continuas referencias cinéfilas, singularmente a Casablanca, el protagonista experimenta la dificultad de ser otro pese a su denuedo por ajustar las costuras de su carácter a la de su modelo, que se le aparece siempre vestido con sus sempiternos gabardina y sombrero ladeado. Al final para algo le sirve el ejemplo bogartiano, pues reaccionará gallardamente como su ídolo en la cinta mencionada.
Ramón Paso, que plantea una puesta en escena tan sencilla como eficaz, saca buen partido a las vetas de sarcasmo del texto, a las continuas ironías sobre las neurosis sexuales, culturales y hasta religiosas (Allan es judío como Allen) del protagonista y a la sucesión de situaciones jocosas que asaltan al espectador como conejos que brincan de la chistera de la función. Un ejercicio de dirección matizado y sutil que, por ejemplo, logra con un leve subrayado de iluminación en las escenas que aparece Bogart separar realidad e imaginación.
César Camino es un magnífico Allan, que atrapa a la perfección el perfil gestual y psicológico de su neurótico y entrañable personaje. Ana Azorín, como Linda, y Carlos Seguí, en el doble papel de Dick y Humphrey, están estupendos; buena nota también para Inés Kerzan, que encarna con autoridad turulata a la esposa fugitiva. Y mención especial para Ángela Peirat que da todo un recital interpretando a las diversas mujeres, siempre atractivas, con las que se cruza Allan, de la nihilista a la ninfómana o la ratita cinéfila.
Título: Sueños de un seductor. Autor: Woody Allen. Versión: Juan José de Arteche y Ramón Paso. Dirección: Ramón Paso. Espacio escénico: PasoAzorín Teatro. Vestuario: Inés Kerzan y Ángela Peirat. Iluminación: Carlos Alzueta. Intérpretes: César Camino, Ana Azorín, Carlos Seguí, Inés Kerzan y Ángela Peirat. Teatro Lara. Madrid. 17 de julio de 2020.