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Sociedad del espectáculoLetrasGay Talese. Escrito esta mañana

Gay Talese. Escrito esta mañana

 

En una página de este libro, cuando el reportero Talese, junto el ex boxeador Joe Louis, va a tomar un avión que los lleve de Nueva York a Los Ángeles, se habla del aeropuerto de Idlewild y entonces el lector levanta la vista y repara en que, efectivamente, el reportaje fue escrito cuando John Fitzgerald Kennedy aún era Presidente de EE UU y el principal aeropuerto de Nueva York aún no había sido rebautizado con el nombre del muy mitificado Presidente, todavía no asesinado en Dallas. Y entonces vuelve páginas atrás y comprueba que, claro, Peter O´Toole ya no tiene treinta y un años ni Frank Sinatra está al borde de los cincuenta ni Adlen Whitman sigue escribiendo las necrológicas del New York Times, sino que pese a la frescura de su prosa y su insultante actualidad la mayor parte de los reportajes de este libro fue escrita hace cuarenta, cincuenta años en vez de esta mañana.

       Gay Talese nació en Ocean City en 1932 y en una de las catorce piezas recogidas en este libro, Orígenes de un escritor de no ficción, cuenta cómo llegó a ser una de las voces principales del llamado Nuevo Periodismo, ya saben, eso que hacía Manuel Chaves Nogales en España veinte y treinta años antes de que Tom Wolfe y Truman Capote y, sobre todo, Gay Talese, empezaran a escribir. Hijo de un sastre emigrado de Calabria (y el reportaje sobre los inicios en el oficio de su padre, Los sastres valientes de Maida, es una obra maestra con las dosis exactas de costumbrismo y sátira, que hace acordarse de aquel fanfarrón personaje de El Padrino II, Dom Fanucci) y de la dueña de una modesta tienda de ropa, de sus padres heredó el gusto por el buen vestir, siempre con traje a medida, corbata y sombrero, y los dos pilares de su oficio: saber escuchar y distinguir entre la curiosidad y el fisgoneo, es decir, querer saberlo todo del personaje sobre quien pretende escribir pero sin perderle nunca el respeto. Quizá por la sabia conjunción de ambos elementos Talese está más próximo a Chaves Nogales que a Capote o Wolfe, demasiado exhibicionistas, más preocupados quizá de retratarse a través de sus retratados que de sacar la verdad de estos a la luz. En plantilla del New York Times durante una década, desde mediados de los sesenta escribe reportajes y artículos para los principales semanarios y revistas estadounidenses, además de algunos, pocos, libros sobre temas tratados en sus trabajos periodísticos.

       De las catorce piezas recogidas en este volumen cuatro son más o menos autobiográficas, tres tratan sobre los boxeadores Floyd Patterson, Joe Louis y Mohammed Ali, dos sobre las revistas Vogue y Paris Review y las restantes sobre Frank Sinatra, Peter O´Toole, Joe DiMaggio, el redactor de necrológicas del New York Times Adlen Whitman y Nueva York. El reportaje sobre Sinatra, Frank Sinatra está resfriado, fue elegido hace unos años como la mejor historia jamás publicada en la revista Esquire y es tal vez el mejor ejemplo del estilo Talese. En cincuenta páginas traza un perfil tan acabado del cantante que el lector sabe que Sinatra era así, como lo retrata Talese en 1965, a dos semanas de cumplir el medio siglo. Un tipo perfeccionista hasta la desesperación (suspende una sesión de grabación porque su voz no está tan fina como debiera), muy cuidadoso de su imagen (guarda 60 peluquines, siempre va de traje y corbata: Talese cuenta una escena sucedida en un club de Nueva York, en cuya trastienda Sinatra bebe y juega al billar rodeado de su camarilla, cuando obliga al dueño a echar a un tipo, curiosamente de su camarilla, porque no llevaba corbata), superviviente de más de un fracaso profesional, que se sabe él mismo una empresa que da de comer a muchísima gente y a quien su gente le importa hasta los extremos más detallistas, puntillosos. Por este lado, y con una elegancia que se basa en la reticencia más que en lo escrito, Talese perfila ese lado oscuro de Sinatra como un Padrone (tan cerca de la palabra Padrino como puedan imaginar) cuya gente sabe que siempre puede contar con él (incluidas sus tres esposas y ex esposas en el momento del reportaje, todas bien avenidas y con las que sigue manteniendo buenas relaciones) como sabe que él no perdonará nunca una deslealtad, una falla en la confianza o en la labor encomendada.

 

 

       La curiosidad, el saber escuchar y su fina inteligencia hacen que a Talese nunca se le pase por alto ese detalle sugestivo, revelador, que pone al descubierto la personalidad del personaje tratado. Joe DiMaggio, el hombre que mandó que sobre la tumba de Marilyn (no hace falta añadir el apellido) nunca faltaran flores, que huye de la prensa como de la peste, en un homenaje a un jugador de béisbol en el que Robert Kennedy se cuela, político al fin y al cabo, sin estar invitado, da un paso atrás cuando el entonces senador llega a su altura para no tener que saludarlo y en ese detalle está DiMaggio de cuerpo entero: un hombre que niega el saludo a uno de los políticos más influyentes del momento porque sabe que entre su clan y la prensa han acabado con la mujer de la que aún sigue enamorado, un hombre para quien el respeto está por encima de todo. A los hijos de Floyd Patterson, un boxeador noqueado por Sonny Liston que se concentra en una cabaña, aislado, para recuperar el tono y volver a pelearle el título mundial, los insultan en su colegio. Patterson, grandullón, primitivo, atraviesa varios estados de EE UU, se planta ante la puerta del colegio, les pregunta a los compañeros de sus hijos si ellos son los que los insultan pero los chicos hacen chanzas y le toman el pelo y en ese Patterson al que le bastaría un dedo para derribar a esos niñatos y que sin embargo se vuelve, cabizbajo, está el alma del perdedor que ya nunca recuperará el título perdido ni su propia estima. Peter O´Toole, con apenas treinta y un años, volando de Londres a su natal Connemara, empalma los whiskies en el avión, en el hotel, en los bares y revuelca su cogorza por los verdes campos de Hibernia declamando por igual un texto de teatro clásico que una cita de su padre, apostador de carreras de caballos, atrapado ya por las dos condenas que hundirán su entonces prometedora carrera y que Talese adivina y deja entrever veladamente: un alcoholismo que arrasará con todo y un personaje, Lawrence de Arabia, más potente que el actor, que siempre hará sombra al resto de sus personajes y al actor mismo. Mohammed Ali, el gran Cassius Clay, vuela a La Habana en 1996 para llevar ayuda contra el embargo estadounidense y el encuentro con Fidel Castro es una de las situaciones más cómicas del libro, con un Ali que no responde a las palabras de Castro y sólo tiembla por culpa del Parkinson, y un Castro que le pregunta a la esposa de Ali si hace frío en Michigan, si nieva mucho en Michigan y de nuevo si hace mucho frío en Michigan, y que se ve sorprendido cuando el ex boxeador hace un básico truco de magia que lo encandila, y en esa escena está todo el drama de un Ali presa de su histrionismo y su tembleque y el drama del pueblo cubano, aún, entonces como ahora, bajo los dictados de un señor que no escucha a quienes le rodean y se sorprende como un niño caprichoso, enquistado, con una nimiedad en la que otros no perderían medio segundo.

       Retratos y encuentros pone al alcance de los ojos a una serie de personajes irrepetibles y es una excelente muestra del mejor periodismo norteamericano. O del mejor periodismo, sin más adjetivos. Y para quienes admiran las obras de esos avanzados del periodismo que fueron Chaves Nogales, Pla, Sagarra o Xammar, cuyas crónicas aún parecen recién escritas, la lectura de Gay Talese será el descubrimiento de uno de sus mejores hermanos de sangre, perdón, de letras.

 

Retratos y encuentros. Gay Talese.

Alfaguara, Madrid, 2010. 302 páginas. 19 €

 


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