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Mientras tantoEl olfato y sus dialectos

El olfato y sus dialectos


Hace tres años estrenamos en el centro cultural La Casa Roja en Sofía la performance sensorial documental “Low cost” en el que creamos la “habitación de los aromas”. Allí los espectadores tenían que sentir cinco olores relacionados con Bulgaria: pino, alcohol de lavanda, tabaco, té de hierbas del bosque y shkembé (sopa tradicional de tripa, leche, ajo y pimiento picante). Después de olerlos, sin ver el contenido, cada uno tenía que responder a las preguntas: ¿A qué huele Bulgaria para ti? ¿A qué te gustaría que oliera? Al final de la obra, mientras asábamos pimientos (otro aroma muy importante) en el techo del edificio, anunciábamos los resultados.

Las respuestas eran muy variadas: la noche para algunos tenía el aroma del pino, a pesar de que si vives en Sofía respirar puede ser un reto, especialmente en inviernо, porque está ubicada en la cuenca de un valle y se fusionan y concentran los humos de las chimeneas de las fábricas y los de las hogueras improvisadas. Para otra parte de nuestros espectadores, Bulgaria olía a tabaco, pero soñaban con que tuviera el aroma de la lavanda.

Esto último me hizo recordar a un amigo búlgaro al que le encanta el olor de las casas españolas. Dice que es siempre el mismo y no cambia, aunque la casa esté ubicada en el extranjero. No sé definir cómo es, pero creo que sé a qué se refiere. Yo podría decir lo mismo del aroma de “la casa búlgara” que podéis encontrar en el lugar más inesperado; en algún pueblo valenciano, por ejemplo. Me gustaría poder describirlo, poder diferenciar todos sus ingredientes, descifrar la gramática de nuestra lengua del olfato.

En su libro “Saber y traducción búlgaros”, Petko T. Hinov, traductor del chino al búlgaro, llama a los olores “dialectos del olfato”. Los niños tienen la capacidad de percibir el mundo a través de unos sentidos mucho más fuertes que los de los adultos. Según el autor, captan cada aroma y lo convierten en una experiencia única de su hogar, de su región y de su país. Estos olores son tan distintos como lo es el idiolecto de cada uno de nosotros. Los aromas de la infancia nos definen de la misma manera que nuestra lengua materna.

Al mismo tiempo las nociones de olfato y lengua parecen ser incompatibles. En su último libro “Tiempоrefugio”, Georgi Gospodínov escribe sobre la imposibilidad de describir un olor sin recurrir a comparaciones con los otros sentidos. En este campo semántico casi no hay palabras, a diferencia del gran número denominaciones de colores que tenemos.

 

El bien olvidado pasado

Mi bisabuela era famosa por curar a todo el pueblo con hierbas, pociones y compresas. Las hierbas medicinales exigen cocerlas a diario, se tienen que tomar en grandes cantidades para tener el efecto deseado y hay que recogerlas del campo. Cuanto más lejos del campo estés y cuanto menos tiempo para cocer tengas, más cerca estarás de la farmacia y de las agresivas prácticas de su industria que de tu abuela.

Parece más fácil aliviar un síntoma concreto, que encontrar el problema que hay detrás de él. Es más cómodo recurrir al uso de sustancias sintéticas en vez de centrarse en la profiláctica y en mejorar a largo plazo la salud y solucionar los problemas permanentes.

Puede que nuestros cuerpos no hayan evolucionado mucho desde los tiempos de nuestros ancestros, pero el uso que damos a los mecanismos de defensa de nuestros organismos, sí. Todo el sistema que antes se activaba para entrar dentro del régimen “lucha o corre”, (me imagino que de vez en cuando, una vez al día o algo así), ahora es constante y se llama estrés.

No obstante, en los últimos años, cada vez somos más los que nos acordamos de los remedios tradicionales de nuestra abuela antes de ir a la farmacia. Estamos empezando a escuchar nuestros cuerpos de nuevo y a darnos cuenta de todas las influencias dañinas a las que los estamos exponiendo y, poco a poco, vamos volviendo a lo que mi madre llama “el bien olvidado pasado”.

Así, pasando por el teatro de los sentidos, los efectos inevitables de 23 años de vida bajo el cielo de Sofía y el recuerdo de la manera en que mi abuela me curaba, descubrí los aceites esenciales que, aunque no lo parezca, son el tema sobre el que quiero hablar hoy, después de este humilde preámbulo.

 

Rosa, lavanda y el uso de sus aceites esenciales

Desde tiempos remotos Bulgaria es famosa por su aceite de rosa damascena, siendo uno de los símbolos más reconocibles de nuestro país en el exterior. A día de hoy en el país se produce el 60% del consumo mundial. También ocupa un lugar importante en el mapa de las plantas medicinales por la alta potencia y los efectos que tienen gracias a la agricultura biológica y el clima. En Kazanlak, en el Valle de las rosas, cada año se celebra La Fiesta de la Rosa que es una de las más tradicionales e interesantes del país.

Junto con la rosa, Bulgaria produce aceites esenciales de lavanda, melisa, manzanilla, hierbabuena, salvia, tomillo, sabina, pluma de príncipe y geranio, entre otros. En los últimos años muchos búlgaros están volviendo a los oficios que tenían sus antepasados y muchas compañías extranjeras están abriendo sus destilerías aquí, empezando un proceso que desembocará en el renacimiento de toda una industria.

Sin embargo, más que hablar de la producción de rosa y lavanda, quisiera destacar las cualidades, especialmente en su forma más pura como aceites esenciales. En su alta concentración se puede encontrar la respuesta al problema de la rapidez y el difícil manejo de las plantas medicinales. Por ejemplo, una sola gota de menta es igual a 28 paquetitos de té y para un gramo de aceite de rosas son necesarias 1000 rosas.

                                                                                                    Autor: Joe Manzanov

La inspiración de aceites esenciales es uno de los modos de uso más fáciles y accesibles e influye de una manera rápida y eficaz sobre malestares psíquicos, emocionales y físicos. Para llegar al cerebro, todas las sensaciones que tenemos primero tienen que pasar mediante las terminaciones nerviosas por la columna vertebral. El único sentido que cuenta con un camino directo hacia el cerebro es el olfato. Cuando se inspiran los aceites esenciales, una parte pasa por la cavidad bucal y de allí va al cerebro, otra parte llega por las vías nasales hasta el sistema límbico que corresponde a las emociones, la memoria, el comportamiento y el sueño.

Usar una lámpara difusora es un método muy eficaz y agradable para mejorar nuestra calidad de vida en casa y en la oficina que es cada vez más conocido. La lámpara humidifica, purifica, desinfecta e ioniza el aire seco, que normalmente deseca la mucosa nasal, obstruyendo su función defensora haciéndola susceptible a infecciones, otra cualidad que es muy importante en el momento actual.

El segundo uso más frecuente de los aceites es el tópico que permite que casi cualquier producto cosmético, que en la mayoría de los casos incluye ingredientes sintéticos, sea sustituido por productos naturales: aceites base y aceites esenciales.

 

Elogio a la tradición

Los cambios en la manera de comer de las personas en los últimos años son innegables, así como la relación directa entre nuestro modo de vida y las enfermedades. Los principales factores responsables de muchas de las enfermedades contemporáneas son: las proteínas tóxicas en las comidas prefabricadas (empaquetadas) y la fructosa; las contaminaciones tóxicas del medio ambiente que se acumulan en el organismo y las glándulas de secreción interna.

De la misma manera, los aceites esenciales ayudan a librarnos de la carga tóxica. Pueden ser energizantes y estimulantes, así como calmantes y equilibrantes. Algunos son fuertemente antibacterianos o antivíricos, otros tienen un efecto aliviador rápido y pueden cambiar la dirección de todo un día. Cada aceite es un mundo, una lengua que proviene de un país distinto. Igual que algunas palabras, las plantas en muchos sitios del mundo se repiten, pero tienen un significado, un uso distinto. Cada planta exige un método de extracción distinto, tiene sus especificidades, irregularidades, conjugaciones.

Lo que más me gusta de los aceites esenciales es que con el tiempo se convierten en mucho más que cosas invisibles, indescriptibles y muy personales (creo que la frase debería ser cambiada a “sobre olores no hay nada escrito”). Poco a poco empiezan a convertirse en sinónimos a las experiencias que relacionamos a ellos. Adquieren la forma de momentos concretos en los que nos han acompañado y ayudado, de la misma manera de la que lo hace una canción escuchada durante todo un viaje o el recuerdo de la luz que entraba por la ventana de una manera específica cuando te dieron una noticia.

Martina es creadora escénica y filóloga. Del amor por las esencias y el «bien olvidado pasado» de su familia nace un pequeño negocio, llamado VAYA AROMA (búlg. esculpir, modelar), para la elaboración de productos de aceites esenciales basados en ingredientes ecológicos y certificados. Su propósito es ayudar a mejorar la vida y la salud de los demás.

 

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