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Mientras tantoDelibes y el culo de la liebre

Delibes y el culo de la liebre


El pasado viernes se inauguró en la Biblioteca Nacional de Madrid una exposición sobre el escritor Miguel Delibes con motivo del centenario de su nacimiento. De Delibes se suele decir que era un cazador que escribía —a él le gustaba considerarse así. Y también que fue uno de nuestros primeros ecologistas, porque en una época en la que apenas se hablaba de eso en España, él alertaba en sus libros de cómo el progreso estaba destrozando la naturaleza y condenando el medio rural al abandono. De hecho, ese fue el tema de su discurso de ingreso, en 1975, en la Real Academia Española.

Yo creo que el “amor” del cazador por la naturaleza es absolutamente falso e interesado. El cazador necesita a la naturaleza a su servicio, para poder dar rienda suelta a su macabra pasión, la de matar cobardemente y por placer animales sintientes que quieren vivir y que tienen tanto derecho a hacerlo como él. Para un cazador, una naturaleza sin piezas a las que poder abatir no tendría ningún interés, no merecería ser conservada. Por eso existe ese miserable negocio de las granjas cinegéticas.

Hoy en día no hay nada de «natural» en la caza, nada. Si echan un vistazo a las pocas publicaciones que todavía quedan sobre el tema, por allí verán pavonearse un mundo artificial de todoterrenos, armas sofisticadas, miras telescópicas, equipos de radio, prismáticos infrarrojos. Tecnologías de la muerte a distancia, al servicio de la prepotencia y la cobardía.

Ya sé que dicen que lo de Delibes era “otro tipo de caza”. Comenta su hijo Germán en el catálogo de la exposición que a su padre no le interesaban nada los safaris, ni las monterías, ni incluso los ojeos, que sólo entendía y justificaba la caza dura, sacrificada (…) en la que el cazador pone a prueba sus facultades. Puedo reconocer, dentro de lo malo, que esa contención sea un mérito al lado de la obscenidad de las otras modalidades, pero no nos engañemos, la meta final del cazador es siempre la misma: quitarle la vida, sin ningún motivo y sin ningún riesgo, a un pobre animal inocente. El cénit del placer malsano del escopetero es el momento de disparar y ver caer muerta a la pieza. Y esa satisfacción es la misma sea el cazador un alto directivo invitado a una montería, un campesino o un escritor austero de provincias.

Lo del cazador, como lo del taurino, es un problema de instintos ancestrales no evolucionados, instintos que no sólo no tienen hoy ninguna razón biológica de ser, sino que van directamente en contra del progreso moral. Supongo que, si se es una persona bien nacida, no debe ser fácil aceptar que uno tiene esa morbosa adicción y convivir con ello. Quizás por eso en ambos mundos, la caza y la tauromaquia, se suelen buscar coartadas intelectuales o incluso emocionales que ayuden a legitimar la atrocidad.

“En algún libro digo que cazando, el cazador se despeja porque mete su desconsuelo y sus tristezas con los perdigones por el culo de la liebre” contaba Delibes en una entrevista para RTVE. Matar para desahogarse, un clásico entre las miserias del ser humano. No hay otra especie animal capaz de hacer eso. Ninguna.

 

Fuente: Twitter, 2019

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