Pero a veces sueño que miles de libros apilados al fondo de la habitación caen, caen desde el techo, sepultándome mientras duermo, despertando. Sueño que es al querer sacar uno de los que se encuentran debajo, sosteniendo al resto, sirviendo de pilares. He recordado algo y quiero comprobarlo, establecer relaciones, llegar a recuerdos, intuiciones.
Seguir.
A veces sueño que caen así, como si fueran nubes de niebla gorda que han entrado en casa y empiezan a descargarse, desaparecer. Sueño que todos me empujan contra el suelo y caigo indefenso, que no hay espacio e intento abrirme hueco entre ellos para salir.
Son demasiados, pesan mucho, cada vez más.
Lo inundan todo, llueve, llueve dentro, el suelo empieza a encharcarse y chorrea.
Sueño que no llego, no logro en mi intento encontrar una salida. Voy quedando atrapado. Pienso con desesperación, casi ahogado, sin respirar apenas, sin poder hacer nada. No puedo. Empiezo a aceptarlo. Espero a que venga alguien, otros, me permitan salir, retire todo, todos los libros, y me levante.
Y me levante.
Arranco páginas para hacer un tubo de aire largirucho y poder respirar fuera.
Sueño que al final asumo lo que ha ocurrido. Seré paciente, cerraré los ojos y me quedaré ahí. Tendré que estar aquí. Estaré esperando, porque algo ocurrirá, sí vendrá, sí vendrán.
Sí.
Quizás se rompa el suelo y encuentre el espacio libre al caer, algún espacio.
Seguiré respirando.
Pero mientras espero, más calmado, bajo los libros, me despierto. Me despierto asustado, enciendo la luz y los veo al final, sin moverse. Los títulos, los autores, los nombres de las editoriales.
Ahí siguen.
Son pocos, una mínima parte de todo lo que he leído. No adquiero muchos, saco tres o seis de las bibliotecas y los devuelvo, todas las semanas. Para que se apilen en estanterías y estancias lejos de mí, para que pesen en otro lugar.
Si empiezan a caer que sea lejos de casa, destruyendo los suelos de las b. públicas que frecuento tanto, saludando siempre a los que trabajan en las puertas.
A veces vuelvo a dormirme.
¡Cuánto se ha llorado sobre el desencanto del mundo! ¡Cuánto miedo nos hemos metido con la imagen del pobre europeo arrojado en un cosmos frío y sin alma, deambulando sobre una tierra inerte en un mundo desprovisto de sentido! ¡Cuánto nos hemos estremecido ante el espectáculo del proletario mecanizado sometido a la dominación absoluta de un capitalismo técnico, de una burocracia kafkiana, abandonado a los juegos lingüísticos, perdido en el hormigón y la formica! ¡Cuánto nos hemos compadecido del consumidor que solo deja el asiento de su coche para sentarse de nuevo en el sofá de la televisión donde es manipulado por las fuerzas mediáticas y la sociedad postindustrializada! ¡Cuánto nos gusta llevar el cilicio del absurdo, y cuánto placer obtenemos del sinsentido!
Nunca hemos sido modernos, B. Latour