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Mientras tantoPandemias (2): Las miradas de Harar

Pandemias (2): Las miradas de Harar


Viajamos con la esperanza de que algo, por mínimo que sea, quede de nosotros en el lugar que se visita. Cuesta creer, sin embargo, que Arthur Rimbaud llegara a Etiopía con esa intención. Más bien todo lo contrario, porque el poeta francés parecía hacerlo bajo los designios de una profecía autocumplida. En las páginas de Una temporada en el infierno se vislumbra esa tensión irresoluble entre sus opresivas cadenas occidentales y su ineludible, en apariencia, destino oriental: «El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza. Ud. está en Occidente, pero es muy libre de habitar en su Oriente, todo lo antiguo que ud. precise, —y de habitar en él cuando plazca» *.

Rimbaud llegó a Harar buscando una libertad que era una huida (de una cultura que detestaba), una renuncia (a una gloria literaria que despreciaba) y un proyecto de renovación: cambiar su etérea vida de poeta por los rigores tangibles del trabajo como comerciante. Se puede seguir el rastro de este último Rimbaud leyendo sus Cartas de África, para lo que es más que recomendable una deliciosa edición de Gallo Nero ilustrada por Hugo Pratt. Sus dibujos recrean magistralmente lo severo y vigoroso de la atmósfera en que las escribió, pero también el aura elegante y altivo de las gentes de Abisinia. Entre ellas, el poeta acató su sino como un epitafio escrito prematuramente, porque abandonó África debido a un cáncer óseo por el que falleció poco tiempo después de regresar a Francia: «Ya me veo otra vez con la piel roída por el fango y la peste, con el cabello y las axilas atestados de gusanos y gusanos aún más gruesos en el corazón, tirado entre desconocidos sin edad, sin sentimientos…» *. Sorprende la diferencia y merece la pena explorar ese contrapunto entre el profundo, intenso e hipnótico lirismo que rebosa en Una temporada en el infierno, con lo tedioso y anodino que impregna sus cartas (y, por ende, como él mismo reconoce, su propia vida), en las que sus preocupaciones son, fundamentalmente, de tipo económico y material: «He regresado del interior, donde he comprado una considerable cantidad de cuero seco» **.

– Ediciones de Cartas de África y Una temporada del infierno utilizadas para las citas de este artículo con traducciones de Juan Abeleira* (Hiperión) y Marta Cabanillas** (Gallo Nero).

 

Pero Rimbaud, quisiera o no, dejó marcada su impronta por donde pasó. Harar es una ciudad autónoma, considerada la cuarta ciudad santa del Islam, que se encuentra en el este de Etiopía. Una de las principales calles de Harar-Jugol, su casco histórico reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se llama Charleville en honor al poeta francés. Y paseando por sus estrechas y calurosas callejuelas, salpicadas de vendedores ambulantes, sastres, transeúntes y animales, se puede visitar la que, supuestamente, fue su casa. Una vivienda de dos plantas, con una fachada superior de balcones tallados en madera desde la que se divisan los límites de la muralla y las colinas verdes y secas que rodean Harar. Es aquí donde, semanas antes del inicio de la pandemia de coronavirus, aterricé para visitar, una eternidad después, a Lola Madrid Castillo. Porque como ella misma asegura: «El Harar de Rimbaud debió de ser muy diferente al Harar que conocí en 2018, cuando llegué».

Foto: calle del casco histórico de Harar (Fuente: Laura de la Fuente Soro)

 

Lola Madrid Castillo, pediatra y doctora por la Universidad de Barcelona, se instaló en Harar para trabajar en un estudio de mortalidad infantil financiado por la Fundación Bill & Melinda Gates, y coordinado en Etiopía por la London School of Hygiene & Tropical Medicine y la Universidad de Haramaya. CHAMPS (Child Health and Mortality Surveillance) es un proyecto que opera en países como Sierra Leona, Mali, Kenia, Sudáfrica, Mozambique o Bangladesh, cuyo objetivo principal es el de investigar las causas de muerte en niños menores de cinco años en zonas con algunas de las tasas de mortalidad infantil más altas del mundo. Para ello, además de robustecer los sistemas de vigilancia sanitaria ya establecidos, ha implantado una técnica sustitutiva de la autopsia, conocida por sus siglas en inglés como MITS (Minimal Invasive Tissue Sampling). Utilizando agujas de biopsia se recogen muestras de diferentes órganos y tejidos de manera que el cuerpo, tras el proceso, queda prácticamente indemne. Se puede realizar, además, sin una infraestructura ni un personal altamente especializado por lo que permite su desarrollo en zonas rurales y sin grandes recursos. Las muestras recogidas son analizadas para, a posteriori, determinar con mayor precisión el motivo de la muerte [hace poco salieron a la luz sus primeros resultados (Taylor AW et al, 2020)].

La doctora Madrid ha sido la coordinadora en Harar de CHAMPS y la encargada de desarrollar otras actividades complementarias de asistencia sanitaria y promoción de la salud, instada por la propia población de la zona ante sus malos indicadores en salud: «La comunidad empezaba a pedirnos que hiciéramos algo. Saber de qué se morían los niños está muy bien para el futuro, pero ¿qué pasa con los enfermos de ahora?». Entre esos pacientes se detectó una alta prevalencia de sarna en varios pueblos de la zona: «Amira fue el primer caso de sarna que vi en este país. No había mucho que hacer por ella aquella mañana. Quizás la sarna, junto con su desnutrición grave, precipitó su muerte. Estaba llena de heridas. Y no era la única en la familia. Sus padres y tres hermanas también. Una familia de desplazados internos por conflictos étnicos, casi abandonados por su país a su suerte, viviendo en una casa de apenas diez metros cuadrados, durmiendo en el suelo, sin trabajo, sin comida, con otro bebé llamando a las puertas». Visitas posteriores confirmaron la magnitud del problema y el gran número de casos: hasta la mitad de los niños padecían la infección, con un tercio padeciendo complicaciones con infecciones bacterianas que pueden provocar enfermedad cardiaca o renal crónica. En alguna ocasión, llegaron a ver hasta 50-60 niños en una mañana.

Foto: manos de una niña afectada por la sarna y con sobreinfección cutánea (Fuente: Workalemahu Bekele)

 

Ante esta evidencia, la doctora Madrid, junto con su equipo, organizó campañas regulares y masivas para el reconocimiento y tratamiento de esta patología. Pude asistir a una de ellas a finales de febrero. En una zona rural, a unas dos horas de distancia de Harar, la gente del pueblo esperaba la llegada del personal sanitario que, en un despliegue inmediato de eficacia, comenzó a explorar a los pacientes que se agolpaban a la puerta de un edificio habilitado como clínica en un paraje árido, de un amarillo verdoso que recubría las montañas de la zona y se difuminaba en el azul pálido del cielo. Los casos de sarna eran identificados y medicados con ivermectina, un tratamiento que escasea y es difícil de encontrar en la zona. Para conseguirlo, la doctora Madrid recurrió a sus paisanos de Alcaracejos: «Así, a la desesperada, se me ocurrió la idea de pedir apoyo a mi pueblo para intentar ayudar a resolver un grave problema, casi olvidado en España, que afecta a una comunidad de 135.000 personas, la mayor parte de ellas niños. Añadidos, por supuesto, a muchos otros problemas de salud derivados de la falta de higiene, del agua potable y de comida. Cosas que parecen impensables en nuestro mundo pero que son una realidad en esta comunidad». Y la respuesta sobrepasó las expectativas porque Alcaracejos, un pequeño pueblo de la comarca de los Pedroches en la provincia de Córdoba, hizo suya la iniciativa. Desde el ayuntamiento, con su alcalde a la cabeza, hasta sus familiares y amigos más cercanos se movilizaron para contribuir activamente según sus posibilidades. El resultado de esa eclosión solidaria ha sido que más de dos mil personas, incluyendo niños y adultos, han sido tratadas en diferentes campañas en los alrededores de Harar. Se pretendía continuar con las actividades, pero la pandemia las interrumpió.

La doctora Madrid tuvo que regresar a España y dejar Harar, a donde sólo ha podido volver ahora, seis meses después. Durante este tiempo las noticias no han sido halagüeñas: «El impacto de la COVID-19 en Harar no ha sido grande en número de casos y ha habido pocos fallecidos directamente por la enfermedad. Sin embargo, desde que se detectó el primer caso en el país, el 13 de marzo, y especialmente desde que se decretó el estado de emergencia en el país, el 1 de abril, se ha producido un exceso de muertes por otras causas. Por lo menos, esta es la experiencia de nuestro proyecto. El número de notificaciones de muertes en mortinatos y niños ha sido relativamente mayor cuando se compara al número de ingresos hospitalarios que, durante la pandemia, han disminuido sustancialmente. La lectura de estos datos: vienen menos niños al hospital, pero los que llegan, se mueren más. Probablemente, porque lo hacen en una situación mucho más grave de lo habitual. Lo mismo pasa con las mujeres embarazadas lo que ha provocado que haya una mayor proporción de mortinatos respecto a la era pre-COVID-19. Colegas de otros países como Sudáfrica, están teniendo una experiencia similar. Sin embargo, no he sido capaz de encontrar un buen análisis del impacto real, en términos de indicadores de morbi-mortalidad, del COVID-19 y de las medidas tomadas para prevenir su transmisión en Etiopia». La doctora Madrid se encuentra de nuevo en Harar para tratar de entender con exactitud el alcance de la situación actual en los trabajos que venían realizando.

Una vez más, podemos intuir que las consecuencias de la pandemia sobrepasarán los límites de su efecto directo. Tanto en brotes de enfermedades olvidadas como la sarna, como en aumentos de mortalidad por otras causas no relacionadas directamente con la infección por coronavirus. El análisis futuro de la pandemia requerirá de incluir estas secuelas, pero sobre todo, de que tomemos conciencia de su existencia y de que haya profesionales involucrados en intentar paliarlas y recordarnos su relevancia.

Si el Harar de Rimbaud no es el mismo que el de la doctora Madrid, tampoco lo son sus miradas. La del poeta guardaba desde niño una fatalidad inapelable que no era de resignación porque a esta ya la había sobrepasado y dejado atrás. La de la pediatra también se ha mantenido fija. Desde que la conocí, hace ya veinte años, sus ojos siguen destilando el ímpetu de la convicción y el coraje de la responsabilidad, comprometidos con la creencia en un mundo más equitativo donde cada ser humano sea considerado, honestamente y sin matices, como tal. En una época en la que esta manera de pensar pueda parecer extemporánea, donde hay personas que la denuestan por ingenua y critican la supuesta vanidad de quien lucha por conseguir cambios en esa dirección, quizá, miradas como las de Lola puedan arrojar algo de luz. Seguro que mucho de ella quedará en Harar.

Foto : La doctora Madrid en una campaña de asistencia sanitaria junto a Berhanu Damise , miembro de su equipo (Fuente: Javier García Olmedillas)

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