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Sociedad del espectáculoLetrasLa huella de Heidegger en España

La huella de Heidegger en España

 

Doce páginas dedica José Ferrater Mora a Hegel y el hegelianismo en su Diccionario de Filosofía, y casi diez a Heidegger (no hay entrada para el heideggerianismo, aunque el compilador avisa a sus lectores de que “algunos conceptos fundamentales usados por Heidegger” aparecen en otras entradas del diccionario, como por ejemplo ANGUSTIA, CONCIENCIA MORAL, COSA, CUIDADO, ENTE, ESTAR, EXISTENCIA, EXISTENCIALISMO, ÉXTASIS, EXTERIOR, FUNDAMENTO, FUTURO, HORIZONTE, IDENTIDAD, INSTANTE, JUEGO, MUERTE, MUNDO, NADA, OTRO, PENSAR, PRIMITIVO, PROYECTO, RESISTENCIA, TIEMPO, VERDAD o VOCACIÓN).

       José María Valverde, en Vida y muerte de las ideas. Pequeña historia del pensamiento occidental, recuerda que “la gran tesis de Heidegger -el único leitmotiv de toda su obra- es que el pensamiento occidental ha olvidado el Ser desde el arranque de la filosofía, para hablar solo de los seres”. Añade después que para el autor de Ser y tiempo (“una sinfonía incompleta”), “el hombre se sabe ‘un-ser-para-la-muerte’, aunque frívolamente trate de olvidarlo y seguir la cotidianidad impersonal”. No oculta Valverde que “su oscuro irracionalismo le predisponía a aceptar la llegada del nazismo, aunque luego supo mantenerse en sus nieblas filosóficas, e incluso, en 1947, ensalzar el marxismo por su crítica de la alienación”, para concluir que quien “pareció querer ser el Aristóteles del siglo XX -en frase de F. Copleston- se fue volviendo cada vez más un oscuro Heráclito de jerga oracular: acaso la última desesperada apertura para la filosofía en estas últimas décadas”. No conviene olvidar que la primera edición del libro de Valverde (fallecido en 1996) es del año 1980. ¿Para cuándo un Heidegger en España como el Nietzsche en España, de Gonzalo Sobejano?

       Tras las aportaciones de Arturo Leyte (Heidegger, una fotografía), Jaime Aspiunza (Heidegger y el lenguaje), Félix Duque (De vita beta. Heidegger y Aristóteles), José Luis Pardo (Aunque es de noche), Maite Larrauri (Cuerpos mortales), un inédito en español del propio Heidegger traducido por Julio Quesada (La Universidad en el Estado nacionalsocialista), y a falta de los dos artículos que cerrarán esta serie que FronteraD dedica al controvertido filósofo alemán (uno de Emilio López-Galiacho sobre Heidegger y la arquitectura y otro de Julio Quesada sobre Heidegger y el nazismo), ofrecemos hoy una pequeña encuesta planteada en estos términos: Nos gustaría contar con usted para una encuesta que estamos preparando sobre Heidegger. Se trataría de una declaración, un fogonazo sobre la influencia, la fascinación o el rechazo de Martín Heidegger en su vida o en su obra. Puede ser un párrafo, un aforismo, un poema o un pequeño ensayo. Estas fueron las respuestas de tres novelistas (Enrique Vila-Matas, J. Á. González Sainz y Jesús Ferrero), una poeta (Chantal Maillard), un dramaturgo (Juan Mayorga) y un psicoanalista (Ángel de Frutos Salvador).

 

 

ENRIQUE VILA-MATAS: “Rechazo”

 

Rechazo. Cada día de mi adolescencia, comía y cenaba frente a la biblioteca paterna y frente al voluminoso ejemplar español de Ser y tiempo que entraba siempre en mi campo visual. Lo detestaba entonces y lo detesté cuando lo leí y vi que había apergaminado a Nietzsche. Imperdonable.

 

 

CHANTAL MAILLARD: “Quién sufre”

 

El debate acerca de la vinculación de Heidegger con el nazismo no está cerca de terminar. El detonante fue el famoso libro de Víctor Farias, quien, en su prólogo a la edición española (1988) se sintió en la obligación de defenderse de los ataques de sus críticos, entre los cuales estaba, ya entonces, Ernst Nolte. La obra de Nolte, que nos llega ahora traducida al castellano (su edición original alemana es de 1992), responde al polémico texto de Farias matizando los resultados de sus investigaciones y ofrece, al mismo tiempo que un resumen de la obra de Heidegger, un panorama histórico en el que procura situar la trayectoria vital y política del pensador. Nolte quiere ser objetivo; su intención es hacer que se comprenda por qué fueron posibles interpretaciones tan dispares y, de camino, neutralizar, al menos en parte, la (refiriéndose a Farias) “escritura de denuncia”. Para ello, desautoriza las fuentes secundarias y procura limitarse a las propias declaraciones de Heidegger. Éstas, por desgracia, son escasas y no aclaran la relación que pudiese existir entre la ontología de Ser y tiempo y el famoso discurso del Rectorado, un discurso en el que el nacionalismo social de Heidegger no deja lugar a dudas. Dicha relación, a decir de Nolte, es difícil de establecer si no es a través de una documentación privada. Pero el caso es que ésta falta. (Desde entonces, la correspondencia entre Arendt y Heidegger salió a la luz y fue traducida al castellano en la editorial Herder en el año 2000). Sin embargo, el discurso del Rectorado sí existe.

 

 

       Reyes Mate aporta a la controversia un aspecto en el que no se había reparado lo suficiente: la relación del pensamiento de Heidegger con el pensamiento judío representado por F. Rosenzweig, contemporáneo de Heidegger. No es un tema colateral y es cuanto menos que pertinente. A partir del análisis de tres términos: espíritu, pensar y lenguaje, se confrontan no solamente dos autores, sino dos pueblos, unidos a pesar suya en su conciencia de pueblo elegido. Reyes Mate acoge la voz del vencido, una voz que alienta paradójicamente en el discurso del vencedor como si  fuese el precio de la victoria el integrar en la propia existencia lo que se ha derrotado. Pero el opúsculo sobre “la tolerancia compasiva” nos señala, sin que ésta sea, aparentemente, la pretensión del autor, una convergencia más oculta: la del espíritu antidemocrático de ambos autores. R. Mate nos explica por qué Rosenzweig tuvo la necesidad de inventar, frente al personaje de Lessing, el sabio Natan, otro Natan. El sabio de Lessing era judío y era sabio, pero ilustrado: entendía que ningún hombre ni ningún pueblo hereda la verdad sino que ésta es una tarea, una búsqueda individual. Entendía que en eso, todos nos parecemos. Pero Rosenzweig tenía que decidirse entre ser ilustrado o ser judío, por eso inventa otro Natan, pues el espíritu de la Ilustración, con su ideal de humanidad era germano y cristiano, y no incluía a los judíos. Éstos poseían, en cambio, tan sólo “la violencia de un hecho”.

       Rosenzweig murió antes de que se iniciaran las persecuciones, por lo que no se refería precisamente a ellas, sino a otro tipo de violencia. “Nadie tiene que tener que…”, decía Natan, el ilustrado. Pero el judío “tiene que” plegarse a un ideal que le despoja de su condición primaria, la de ser el pueblo elegido. La igualdad del ilustrado violenta pues la tradición del judío, el derecho a su propia historia, a su fe. La lectura del texto de Mate nos enfrenta – y es una pena que el autor no lo haya puesto de manifiesto- a un caso claro de incompatibilidad entre derechos humanos y derechos colectivos. La máxima todos somos iguales no puede ser aceptada por quienes se designan superiores. La ley -la ley del otro- es, en tal caso, el enemigo, pues les deja sin historia, sin conciencia de pueblo. El ideal de humanidad, fundamento de todo sistema democrático, trasciende el espíritu de grupo y resultará problemático para aquellos cuya identidad no sea individual sino genérica y perteneciente a un grupo que se considera depositario de la Verdad. Platón, Heidegger y el Natan de Rosenzweig no podían creer en la democracia.

       Frente a la pregunta de Heidegger “¿qué significa pensar”, R. Mate propone la del pensador judío: “¿quién sufre?”. El intelectual no es sólo quien piensa sino quien sufre, dice, y está claro que  “no se puede pensar igual después del Holocausto”. Y nadie como Heidegger “estuvo tan impasible cerca del fuego”.

       No podemos olvidar que el sufrimiento era, para el Heidegger de Ser y tiempo, condición de la existencia, y la angustia de ser abocado a la muerte, el detonante de la pregunta por el pensar. Pero, ¿es el intelectual, realmente, quién sufre? ¿Puede ser que pensar sea, después de todo, al menos para algunos, tan sólo un experimento gratuito? Es muy frecuente que la teoría germine y fructifique, sin ver, justo al lado de lo que nombra. Hace tiempo que la teoría perdió la cualidad que su nombre indica  (theorein: mirar); ahora es ciega de nacimiento. A veces el pensamiento es un gran tablero donde se juega una partida según las reglas del juego. El lenguaje son las fichas, y no tiene por qué tener correspondencia alguna con el mundo de los objetos. Así son las teologías, así, la metafísica. Sus reglas son lógicas y el mundo no es su reflejo.

 

(Chantal Maillard respondió a la encuesta con este artículo aparecido en el ABC Cultural  del 15 de octubre de 1998, con ocasión de la edición de dos libros que trataban de la polémica relación de Heidegger con el nazismo: Heidegger. Política e historia en su vida y pensamiento, de Ernst Nolte (Tecnos, Madrid, 1998) y Heidegger y el judaísmo. Y sobre la tolerancia compasiva, de Reyes Mate (Anthropos, Barcelona, 1998)

 

 

JUAN MAYORGA: “¿Puede la filosofía influir sobre la realidad?”

 

(Primeras páginas de una pieza teatral)

 

La Enfermera está atendiendo al Paciente. El Visitante entra en la habitación. El Visitante y el Paciente son viejos. Se miran en silencio.

 

Enfermera- (Al Visitante.) El enfermo no se encuentra bien. No quiere ser molestado.

 

Visitante- (A la Enfermera.) Sé cómo se encuentra el profesor. (Al Paciente.)  Sé cómo se encuentra, profesor.

 

A un gesto del Paciente, la Enfermera se agacha para escuchar lo que él le dice al oído.

 

Enfermera- (Al Visitante.) El profesor no le conoce a usted. Piensa que se ha equivocado usted de habitación. Me ruega que le acompañe a usted hasta el enfermo que desee visitar.

 

Visitante- (Al Paciente.)  Sé cómo se encuentra, profesor. Las noticias sobre su salud me han decidido a desplazarme hasta aquí. Pero no he venido a interesarme por su salud, sino a darle una explicación acerca de ciertos sucesos de mi vida. Esos sucesos le interesan en la medida en que todavía hoy le impiden leer sin repugnancia cualquier frase salida de mi pluma. Se trata de sucesos que, por no haber sido suficientemente explicados, oscurecen la lectura de mi obra.

 

Paciente- ¿Se refiere a mil novecientos treinta y tres?

 

Visitante- Antes y después, pero sobre todo mil novecientos treinta y tres.

 

 

Paciente- ¿Ha venido a explicarme sucesos insuficientemente explicados que oscurecen la lectura de su obra?

 

Visitante- Eso es.

 

Paciente- Se siente viejo y quiere que el mundo le absuelva.

 

Visitante- Me es indiferente lo que el mundo piense de mí. Pero no admito que usted muera creyendo que soy un pensador incoherente.

Paciente- ¿Trae consigo algún documento? ¿Alguna prueba desconocida hasta hoy?

 

Visitante- Usted sabe que ningún documento alteraría los hechos. Lo que traigo conmigo es otra interpretación de los hechos.

 

Silencio. A un gesto del Paciente, la Enfermera se agacha para escuchar lo que él le dice al oído. Sin mirar al Visitante, la Enfermera sale de la habitación. Silencio.

 

Visitante- No nos encontrábamos desde mil novecientos treinta y cinco.

 

Paciente- Desde mayo de mil novecientos treinta y cinco.

 

Visitante- Desde el doce de mayo de mil novecientos treinta y cinco. 

 

Paciente- Pero no es de mil novecientos treinta y cinco, sino de mil novecientos treinta y tres de lo que quiere hablarme.

 

Visitante- Antes y después, pero sobre todo mil novecientos treinta y tres.

 

Paciente- Probablemente moriré esta noche. No tenemos mucho tiempo. Sospecho que moriré pensando que es usted un pensador incoherente.

 

El Visitante se sienta junto al Paciente.

 

Visitante- La pregunta sobre mil novecientos treinta y tres está vinculada a otra, mucho más amplia, que dice así: ¿Puede la Filosofía influir sobre la realidad?

 

Paciente- ¿Puede la Filosofía influir sobre la realidad? A menudo me hago esa pregunta.

 

Visitante- A su vez, una pregunta tan abstracta está vinculada a otra mucho más concreta: durante los diez meses en que fui rector, ¿intervine políticamente en alguna forma que comprometa a mi pensamiento? La respuesta es no: durante mi rectorado no intervine políticamente en ninguna forma que comprometa a mi pensamiento.

 

Paciente- ¿Ni siquiera cuando mis libros, así como los de otros profesores judíos, fueron retirados de la biblioteca de la universidad de la que usted era rector? ¿Ni siquiera cuando, junto a otros profesores judíos, fui expulsado de la universidad de la que usted era rector? ¿Ni siquiera cuando definió el nacionalsocialismo como el encuentro de la técnica, extendida por todo el planeta, con el hombre moderno?

 

Visitante- Entonces menos que nunca.

 

Silencio.

 

Paciente- Explíquese, profesor.

 

 

J. Á. GONZÁLEZ SAINZ: “No soy quien para juzgar…”

 

No soy quien para juzgar a Heidegger, en el sentido sobre todo de que no pertenezco al gremio de los filósofos ni de los historiadores de la filosofía; tampoco al de los descalificadores de antemano y a rajatabla, tan de todos los ámbitos y todas las épocas, sobre todo de las peores. Pero algo de su obra sí he leído, aunque mucho menos de lo que quisiera, y alguna tensión debo de tener con esa forma del saber que es la filosofía, por mucho que me parezca paradójicamente más débil, en su opulencia, que la gran literatura. Me temo que la filosofía precede a las formas políticas y que seguramente éstas, incluidas, o bien sustantivamente, las más rimbombantes e ignominiosas, no hubieran sido posibles  sin la desbrozadora de caminos filosófica. También es de temer esa afición de algunos filósofos por el poder y por el poder tiránico en especial. No lo pueden remediar algunos, y no hay más que asomarse, en pequeña escala, a las peregrinas luchas de los departamentos universitarios. Qué duda cabe que Heidegger en cuanto persona, y en cuanto persona universitaria, adoleció de esas ínfulas de poder y esas prácticas de servilismo que puso al servicio del nazismo. También adoleció de otras ínfulas, las de la tabla rasa, las del apoyo a los de “esto lo arreglo yo definitivamente de un plumazo me lleve por delante lo que me lleve por delante”, tan de extrema derecha e igualmente de extrema izquierda, y tan humano, extremamente humano. Su lado ruin, en su aspecto ignominioso, o bien en el grotesco que tan bien puso de relieve Bernhard en sus divertidas páginas sobre el maestro, está más que claro y es más que reprobable. Nada que objetar a si se quiere aclarar más y reprobar aún más. Ahora bien, de ahí a que eso lleve a una descalificación a bocajarro de su obra, de las múltiples cuestiones relevantes que trató y de su práctica del pensar, creo que media bastante distancia. Es posible, o bien seguro, que alguna parte de su obra pueda declinarse de modo totalitario, que se puedan hacer interpretaciones en ese sentido de algunas partes. También puedo estar de acuerdo en que su tropezoso estilo, su escritura muchas veces farragosa e intrincada, pedregosa, no es de las más apetecibles. Pero aparte de que no todos los filósofos se leen con el placer con que se lee a Nietzsche o a Ortega, por ejemplo, a Sloterdijk o a Félix Duque o Fernando Savater, y que los colores totalitarios (de todo el tornasol totalitario) se les pueden sacar a muchos en palabra, obra u omisión, es que la obra de Heidegger es inmensa y reducir de esa forma y descalificar por un quítame allí ese nazi una obra que ha estimulado, de una u otra forma, a buena parte del pensamiento del siglo XX y lo que te rondaré morena, me parece intelectualmente poco fecundo y poco de recibo. Si a uno no le apetece leerlo o no le parece estimulante o no quiere hacer el esfuerzo de entender lo que dicen sus libros y sus clases sobre nin guna cuestión, ni el tiempo, ni la técnica, ni el arte o el nihilismo, por decir algo, o aun de entender dónde y por qué patina o se patina en ciertas cuestiones, pues no tiene ninguna obligación ni tiene por qué buscarse esas excusas descalificadoras; no se lee y sanseacabó. ¡Ah, ese afán de descalificar de entrada, de erradicar, de ningunear, de retirar el saludo porque no es de los míos!

       En la revista Archipiélago, en sus primeros años, hice un intento de recepción digamos de izquierdas del pensamiento de Heidegger y allí creo que salieron algunas cosas interesantes, o por lo menos el aprecio de los lectores así lo suscribió. 

       Y por lo que a mi narrativa respecta, si eso es también lo que se pregunta, en una novela mía de reciente aparición, Ojos que no ven, hay ecos de su pensamiento en torno al camino, al camino de campo que hace uno repetidamente y su construcción de carácter, y a su noción de sencillez ente otras cosas. La novela llevaba incluso en el primer manuscrito una cita del filósofo para dar una clave más al lector. De acuerdo con el editor la quitamos al final, no fuera que se fuese a asustar mucha gente. Y es que hay gente que se asusta por muy poco.

 

 

ÁNGEL DE FRUTOS SALVADOR: “Afuerismo”

 

Arrojado el recién nacido al lenguaje

-decía el juglar alemán-, a la madre.   

 

 

JESÚS FERRERO: “Olvido del ser”

 

La aportación de Heidegger que más me interesa es la del “olvido del ser”, que supone la aceptación del ser escindido y radicalmente partido. La teoría del olvido del ser viene a decir que a veces el ser se puede olvidar de sí mismo, ausentarse de sí mismo. Por ejemplo, Alemania se olvidó de su propio ser abrazando el nazismo. Heidegger acabó aceptándolo, pero en secreto y a regañadientes.

 


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