Entre los aficionados a los cómics suele afirmarse que las etapas de abundancia y excelencia en la producción creativa no coinciden con aquellas en las que más textos teóricos en torno a la historieta se publican. Si es verdad lo que acabo de enunciar, tendremos que agradecer a las actuales miserias de nuestro tebeo la oportunidad de que se haya editado el espléndido libro de Pedro Porcel Tragados por el abismo (Edicions de Ponent) que rescata, clarifica y disecciona la historia del cuadernillo español de aventuras desde su tímida aparición a comienzos del siglo XX hasta sus estertores en 1966.
Resulta casi impertinente recordar que los tebeos fueron archipopulares durante el franquismo, que se manoseaban y leían hasta deshojarlos y convocaban más lectores que ninguna otra prensa periódica de la época, incluidos los rotativos deportivos y las revistas del corazón. Y sin embargo, esta fuente de estudio de la educación sentimental de varias generaciones de españoles, que aún hoy no pueden evocar las figuras de la familia Cebolleta o del Capitán Trueno sin un eco de placer, parecía condenada a un olvido a corto plazo. La promesa de un centro nacional del tebeo, similar al que existe en Bélgica, con la que el primer gobierno socialista de Felipe González encandiló durante un tiempo a profesionales y amantes del género, se diluyó en medio de otras urgencias y nadie ha vuelto a resucitar un proyecto que habría legitimado la atención a (y la conservación de) uno de los exponentes más importantes de la cultura popular o de la cultura a secas. Al menos la historiografía del tebeo español cuenta ya con títulos esenciales, amén del imprescindible Diccionario, de Jesús Cuadrado: sus balbuceos los investigó Antonio Martín en obra casi definitiva, el llorado Juan Antonio Ramírez dedicó sendos ensayos a la historieta femenina y de humor, y La España del tebeo, de Antonio Altarriba analiza el conjunto del cómic español desde 1939 hasta nuestros días con perspicacia interpretativa y profundo conocimiento. El propio Pedro Porcel se había ceñido a las publicaciones infantiles de la región valenciana en su Clásicos en Jauja, de 2002, en cierto modo la semilla del que aquí comentamos. No existía una historia exclusiva del cuaderno de aventuras que abarcase todas sus épocas, variantes y categorías, desde las más recordadas hasta las casi esotéricas de editoriales andaluzas o gallegas. Tragados por el abismo cubre, pues, hasta los últimos rincones de un material del que hasta ahora solo se consideraban para su análisis las cabeceras más celebres por mayor éxito comercial.
Diversos elementos han ido atrasando una revisión como ésta, a un tiempo histórica y crítica, de los cuadernos de aventuras: el sentimentalismo excesivo de algunos nostálgicos, el hecho de que ellos mismos y el resto de los lectores de tebeos han ido envejeciendo y muriendo, las dificultades de acceso a unos ejemplares muy mal conservados o presentes en tiendas especializadas gracias a reediciones facsímiles para bolsillos privilegiados, y, en fin, la constancia, el rigor y el interés que eran necesarios para enfrentarse a centenares de personajes y títulos repetitivos y, salvo gloriosas excepciones, de un nivel estético y narrativo poco o nada estimulante. Porcel reúne las mencionadas virtudes, además de una simpatía previa hacia el objeto de su estudio, simpatía que por una parte evita la rigidez del alarde erudito, y por otra no impide una mirada concienzuda a los diversos valores –o su ausencia—de las historietas. Estamos tan equidistantes de la aproximación a los tebeos con el temblor proustiano de quienes utilizan los colorines de sus portadas como sustitutos de la famosa madeleine, como de la fría constatación estadística de datos objetivos, aunque Porcel no prescinde de ellos.
Tragados por el abismo es un volumen que se acerca a las 500 páginas, de formato apaisado gigante, como los tebeos de Chispita, El Pequeño Luchador o aquellos Héroes modernos de la editorial Dólar que relanzaron en nuestro país las series más populares de la norteamericana King Features Syndicate a finales de la década de los 50 del siglo pasado. Su gran tamaño permite que el texto ensayístico vaya acompañado por una más que generosa colección de ilustraciones que constituyen por sí mismas un valioso rescate de los pozos de la memoria colectiva. La obra está estructurada en siete capítulos que se organizan cronológicamente. Porcel contextualiza cada etapa con la situación socio-histórica donde surgen los tebeos correspondientes y también con el correlato de la literatura popular y sobre todo, y muy acertadamente, con el cine hollywoodense de aventuras en el que los tebeos a menudo se inspiraban y que pretendían emular. Para el que firma estas líneas lo más asombroso es que el autor ha leído todas y cada una de las series que registra, desde las más reeditadas, como El Jabato o El Guerrero del antifaz, hasta las modestas de ciencia-ficción de la editorial Ferma, El Poder Invisible o El dueño del átomo, pongamos, títulos que cuelgan de las estalactitas del recuerdo a punto siempre de desprenderse y desaparecer para siempre. A esa meticulosidad se debe, sin duda, la revisión y rechazo de numerosos tópicos que se perpetuaban sobre muchos personajes, en especial en lo que concierne a su supuesta ideología. Nunca parece hablar Porcel de segunda mano; sus glosas proceden de la lectura directa y paciente de miles y miles de viñetas sobre las que ha debido ir tomando apuntes durante años. El resultado es una obra que desde ya considero imprescindible en la historia de la cultura popular española.
Sólo un leve defecto de forma querría señalar. Una edición tan esmerada en los aspectos visuales merecía una más atenta lectura de pruebas: hay erratas, acentos equivocados, algún desliz de léxico que un corrector cuidadoso habría eliminado. Peccata minuta en un libro ejemplar por todo lo demás. Su título está tomado de un viejo cuaderno de Flash Gordon publicado hace más de 60 años por la Editorial Hispanoamericana; hoy, gracias a Pedro Porcel, podemos asegurar que los avatares de tantos aventureros enmascarados, exploradores del espacio y vaqueros sin tacha están, por fin, salvados del abismo.