Sí? Hombre, ¿qué tal? Yo bien, aquí estamos, en casa, haciendo una entrevista. Sí. ¿Un homenaje? No, no, los homenajes huelen a mármol (ríe). A mi me gustan más las borracheras y las juergas”. Le llamaban para participar en un concierto homenaje a no recuerdo qué artista y él declinó amablemente la invitación. El que habla es Enrique Morente. Nos encontramos en el salón de su casa de Granada, en otoño de 2008: me acompañan un fotógrafo amigo de ambos, Manuel Montaño, artífice de este encuentro, y la mujer de Enrique, Aurora Carbonell.
A veces, en menos ocasiones de lo que pueda pensarse, el periodista se topa con oportunidades excepcionales: para algunos tienen forma de exclusivas informativas y para otros adoptan la forma de personajes. Figuras que por una u otra razón se te antojan grandiosas, que miras con admiración, con los ojos de un niño frente a su héroe… Éste era el caso: qué honor, no paraba de decirme, encontrarme tomando café con este artista, con esta voz portentosa o sencillamente, con este tío tan encantador.
Morente era una persona cercana que tenía la extraordinaria facultad de hacerte sentirte como si fueras de la familia apenas venías de conocerle. Recuerdo que no paró de reír y de gastar bromas en toda la tarde. Empezó en la sesión de fotos, poniéndose el zapato en la oreja a modo de teléfono móvil y siguió cuando nos hizo de guía por las calles de Granada: huía de los perros que ladraban, se escondía tras las esquinas, canturreaba… El Maestro Morente era vitalista, sincero, inteligente, inquieto, sensible, con gran sentido del humor. Un artista dado a meterse en todo tipo de saraos, y entiéndase por tal su afán por fusionar distintas músicas, de romper moldes, de fastidiar a los más puristas, incluso. Prueba de ello el magnífico trabajo con Lagartija Nick, Omega.
“Yo en realidad soy un tradicionalista, en el fondo, y debería ir con un tupé y una corbata con el nudo muy gordo. Y voy al revés de lo que debería ir, la vida me ha puesto en las circunstancias de hacer cosas que a veces no tenía ni ganas pero por fastidiar y tocar las narices hay que hacerlas”. Dice Aurora, su mujer, que Enrique es arriesgado hasta con el coche, buscando siempre las calles más estrechas de Granada. Cuentan que en una ocasión les visitó el alcalde de Oviedo, quien llegó en un coche muy grande. “Enrique le hizo pasar por una calle muy estrecha y el coche se quedó encajonado, se acabó rayando toda la carrocería. Desde entonces no nos han vuelto a llamar”, bromea Aurora. Y más risas.
Doy fe: hipnotiza en el escenario con su arte y encandila del mismo modo en una conversación de café. “¿Qué te gusta de Granada Enrique? Me gusta el postre, es una fruta bonita, los granos son como rubíes”. Confiesa que de pequeño no jugaba mucho: “Casi a ná, yo cuando era pequeño trabajaba, trabajaba de botones en el Liceo, trabajé de carpintero, de platero en un taller y jugaba gastándome en el billar parte de las propinas que nos daban a los niños botones (ríe)”. Nos cuentan que incluso ejerció de esporádico guía de turistas por la Alhambra, inventándose alguna que otra información, como que el Generalísimo construyó una de las torres del monumento.
Eso sí, soñaba con cantar ya desde pequeño, con cantar por Valderrama, Farina… “Me di cuenta de que tenía que cantar cuando me llevaron a un sitio a cantar y gané tres veces lo que ganaba trabajando de albañil en un día. Yo dije, esto es una cuestión de negocios (ríe). Las manos hinchadas venga a pegar martillazos, hecho cachos y sin comer casi… me puse una corbata, un traje y no creo que tuviera mucho misterio la decisión, vamos”.
Le gustaban la siesta, la poesía, Nueva York, las hojas de otoño caídas en el madrileño Paseo de Recoletos y la noche: “La noche es una amiga, una amiga personal, necesaria. La noche es maravillosa por la conversación, por su emotividad, la gente se comunica más y se olvidan más de los dineros, de los negocios…”. ¿Y el flamenco? “Es uno de los ruidos menos desagradables que existen. A mi me gusta el silencio”
En el salón de su casa hay un reloj de cuco parado y la puerta de la iglesia de San Agustín: “La quitaron porque no podía pasar el paso de Semana Santa. La compré yo. Anda que no habrá pasado gente por allí a confesarse”. “Tengo pasión por muchas vírgenes porque aparte de que es una belleza verlas en su capilla o salir en procesión, representan a la madre. Soy de la Virgen de la Amargura, también de la Estrella…”. ¿Eres creyente Morente? “Algunos días creo en las palomas (risas), otros días creo en los perros, otros en las personas y respeto muchísimo a la gente que tiene fe y reza porque mi madre siempre rezaba antes de acostarse. Eso es una cultura que se lleva en la sangre, aunque digas que eres ateo”.
Madrid tiene uno de los atardeceres más bonitos de España pero hoy, mientras los periódicos anuncian la muerte de Morente, el cielo es plomizo. Se ha vestido de luto. No me gustan los epitafios pero recuerdo una de las frases que dijo durante la entrevista: “No sé si se puede vivir sin leer un poema de vez en cuando o escuchar una buena canción con una buena letra”. Buen viaje Maestro.