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Mientras tantoBiden sobre negro

Biden sobre negro


El otro día vi unas imágenes de Biden caminando con dificultad hacia su atril. Le vi llegar, componerse unos segundos, y sonreír mecánicamente con sus dientes blanqueados (por el mismo dentista de Ross, el de Friends) y su piel estirada por Dante. Era la sonrisa automática del vendedor de coches, del presentador de teletienda. Bajo toda esa capa de alicatado esos ojos luchaban al límite de su capacidad. Nada que ver con aquel Biden que aparecía por detrás de Obama (el santo negro de Like a Prayer) con aspecto relajado y maduro y saludable, un poco al estilo de Felipe de Edimburgo, con la alegría de quien es príncipe y tiene la tranquilidad de saber que nunca va a ser rey. Lo que hay detrás de Biden ahora es una compañía multinacional de teatro. No se ven rostros, manos derechas o ayudantes. Biden está sólo sobre negro y ese negro, esa oscuridad, parece insondable. Da la impresión de que a Biden le sacaron un día de su lujoso y apacible retiro esos demócratas globales y le dijeron: “Vamos a hacerte presidente”. Yo le vi el otro día y pensé que ya no estaba para esos trotes, como si le pusieran pilas en cada evento, para cada foto, en cada mitin. Biden parece un señoruelo, un candidato maniquí de los maniquíes antiguos tirados en el almacén de maniquíes viejos desmembrados y cogido al azar y restaurado tras el que se mueve una gigantesca y poderosa parafernalia mundial sin imagen, o con una por defecto. Esta vez no hay santos negros, ni mujeres empoderadas, ni ninguna otra caricatura. No hay imagen reconocible. La estrategia es la desimagen. Todo tiene un aire al ojo aquel (creo que era un ojo) de Tolkien. Se trataba, se trata aún, de vencer y nada más que vencer, sin adornos, al personaje pintoresco estadounidense del multimillonario primero y hoy presidente Trump, una suerte de Hugh Heffner anaranjado, una historia de la vieja América, también remozada en la fachada, que, al contrario que Biden, parece moverse con soltura, con autonomía y total independencia. Llama, como mínimo, la atención que un presidente que ha recuperado la economía y el empleo de su país, que le ha dado la vuelta a la tradicional injerencia de la política internacional estadounidense, sin intervenciones militares en el exterior (“No a la guerra”, ¿recuerdan?, qué gracia si la tuviera), que ha aplicado políticas sociales, que ha regulado con éxito la inmigración, entre otras muestras inequívocas de eficiencia, tenga el rechazo y el maltrato mayoritario de la prensa mundial, que no cuenta nada más que un día dijo que había que beber lejía y cosas así para debatir en Good Morning America. Biden parece el último hombre que les quedaba a los demócratas con aspecto de presidente (renqueante) de los de toda la vida, un candidato que me recuerda al caballo que le vende Pat Stamper a Ab Snopes, personajes de Faulkner, cuya buena planta resultó ser un fraude. Biden tiene un aire a ese caballo pintado, inflado, cosido y cojo, bien presentado solo para la venta. Quizá llueva en el camino y Biden, ese frontis cansado, se desteñirá y ya se enterarán los americanos, ya nos enteraremos todos, de quién era el candidato.

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