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Final


Kicking Trump out. Echarle a patadas. Eso es lo que parece que han hecho 74 millones de norteamericanos con el voto al apoyar al aspirante demócrata Joe Biden, el mayor respaldo a un presidente en las urnas en la historia de Estados Unidos. Pero no olvidemos que más de 70 millones (siete millones más que en 2016) se decantaron por el todavía inquilino de la Casa Blanca. Concluye así una tragicomedia de espera de cuatro días de recuento para conocer un ganador, lo cual abochorna al país. Y el espectáculo promete tener aún coletazos pues el perdedor no admite por ahora la derrota, sigue hablando de fraude electoral y anuncia demandas en varios Estados a partir de ya mismo.

En cualquier caso, yo, que con los años me he convertido en un individuo asocial y sádico, me he pedido primera fila para asistir a estas jornadas de transición hasta el 20 de enero próximo, fecha del juramento del nuevo mandatario. O al menos hasta que el colegio de compromisarios refrende a mediados de diciembre la victoria de Sleepy Joe. Y por supuesto también butaca vip cuando se fotografíe con el pavo en la tradicional ceremonia del Thanksgiving Day  y la muy exclusiva sesión cuando él y Melania enseñen a los Biden el interior de la residencia presidencial. En realidad, poco tendrán que enseñar a Joe pues conoce bien la mansión de cuando era vice de Barack Obama, aunque imagino que más de una vez tendrá que cerrar los ojos para refrenar el espanto que le cause la decoración ostentosa con la que ambientó el 45º presidente de Estados Unidos la primera casa del país.

No me llega a satisfacer completamente el sin duda arrollador éxito numérico del candidato demócrata. Y sobre todo porque me asusta pensar que 70 millones de norteamericanos simpatizan con el magnate político republicano. ¿Es eso el reflejo de una sociedad enferma, puesto que votar por él es considerar de algún modo que el país ha estado muy bien dirigido durante los pasados cuatro años? Eso es lo que le espetó Reagan al aspirante demócrata Mondale en 1984. Estados Unidos no estaba entonces mucho peor que cuando el ex actor llegó a la Casa Blanca humillando a Carter, maniatado por la crisis de los rehenes en Teherán.

Soy de los que cree que el aún presidente es un individuo con un serio desorden de personalidad, que le provoca un desmedido egocentrismo y una vehemencia a veces descontrolada. Seguramente no admitirá jamás haber perdido las elecciones y continuará creyendo que le han sido robadas: «Si se cuentan los votos legales he ganado ampliamente». Desde el primer instante anunció que el voto por correo (y él se sirvió de ese privilegio) no le daba mucha o casi nada de fiabilidad. En su diccionario no aparece la palabra loser. Al perdedor se le derrota y si se puede se lo menosprecia. Eso fue lo que hizo su padre, Fred Trump, un magnate inmobiliario neoyorquino de origen alemán, con el primogénito.

La llegada de este singular individuo a la presidencia ha sido un accidente de la historia, un borrón que ha empañado el prestigio de Estados Unidos y que el futuro presidente tendrá que esforzarse en limpiar. Y no le resultará fácil, pese a que en su primer discurso haya hablado de unidad para acabar con la división. Las urnas, aún cuando los números muestren lo contrario, no le han concedido el mandato amplio y sólido que tendrían que haberle dado como anunciaban las encuestas, un resultado que le permitiera emprender reformas y sobre todo unir el país. Tampoco ayuda que el Congreso siga muy dividido, con los republicanos manteniendo una pírrica mayoría en el Senado y los demócratas reduciendo su exigua mayoría en la Cámara de Representantes.

Lo que sí puede ayudar a que Biden sea capaz de hacer más cosas de lo que en un principio parece es el hecho de que casi con seguridad no se presente en 2024 a la reelección pues para entonces tendrá ya 82 años. Por tanto es consciente de que dispone de menos plazo para tomar medidas en lo que concierne a temas tan sensibles como la pandemia, el cambio climático, la desigualdad social o la política exterior con China a la cabeza. Ojalá defienda más un Estados Unidos dentro de los organismos multilaterales y naturalmente potencie y no debilite, a diferencia de su antecesor, las relaciones con la Unión Europea (ganaremos todos) y el pacto transatlántico.

El futuro a mi juicio no está en Biden, un individuo sin carisma y profesional de la carrera política desde que echó los dientes, sino en Kamala Harris, la senadora californiana, jurista afroamericana (padre jamaicano y madre india), que a sus 56 años se convierte en la primera mujer que llega a la vicepresidencia de Estados Unidos. Es brillante en su discurso y pragmática en sus planteamientos. En ella es donde habrá que poner toda la ilusión y la esperanza con la que muchísimos norteamericanos y no pocos ciudadanos del resto del mundo nos hemos despertado hoy domingo en medio de la incertidumbre y el tedio que el maldito covid-19 nos produce.

 

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