Nos hemos desviado de la ruta, de Vigo a Madrid, para venir a verte, Unamuno, a Salamanca. Hemos tomado un café solo en el Novelty de la Plaza Mayor, pasado por tu plaza, casa y estatua y caminado hasta aquí. Hemos comprado un clavel rojo antes de entrar y cogido y arrastrado una escalera para subir. Ahora está en pie sobre vuestras letras y cubre parte de tu epitafio.
No sabemos qué nos mueve, qué nos lleva, qué nos trae.
Quizás seamos nosotros, lo más profundo y presente y superficial, el ser humano. Tú, Unamuno, y todos los otros, los que nos empujan y animáis a escribir, leer, actuar. A ir hasta el final del Miño para completar el otro lado de la frontera fluvial entre España y Portugal. De allí venimos. Hemos visto desde el Monte de Santa Trega el inicio del océano.
Quizás sí lo sepamos.
Nuestros ojos sin misterio y maravillosos que ven, brillan. Buscan. Los huesos. Las miradas.
Continuad.
Nuestra nostalgia es la acción y nosotros mismos la vida que avanza. La acción, esta vez, ha sido coger otra carretera, porque en vez de volver en línea recta desde Galicia hemos virado hacia el sur y cruzado las provincias de Zamora y Salamanca, no las de Valladolid y Segovia. Volveremos a Madrid mañana o después, por la noche, para ver las farolas.
El mundo está roto, ya no es redondo, continúa resquebrajándose desde hace siglos. Se nos desvía de la órbita.
E intentamos reconstruirlo.
Claro.
Y nos gustaría, ahora que estamos aquí contigo, ahora que hemos vuelto, contarte cómo ha ido todo desde que yaces en este hueco junto a tu familia. Ha habido mucho mundo, Unamuno, mucho mundo. Guerras aquí y más allá de los Pirineos, una llegada a la luna extranjera, una oveja clonada, fábricas y fabricaciones a montones, nueve películas de Q. Tarantino y una de Lara Izaguirre, tus libros, los de Azorín y Machado esparcidos por cientos de librerías de segunda mano.
Nuestros tiempos son aburridos, poco emocionantes, pero pacíficos y estables, tensados por el desequilibrio. Inquietan. No sabemos muy bien, la verdad. No. No sabemos qué hacer con y ante tanto mundo, qué añadir, qué vivir.
Sí lo intentamos.
E incansables.
Queríamos que lo supieses.
Pero te vamos a dejar aquí, entre tu cementerio y este texto, para que sigas con nosotros, Unamuno.
Porque nos acordaremos de este mundo, que hace crecer flores, azules y lluvia, libros, amores y trenes desbocados, dirigidos a enterrarse bajo el mar.
Sin más.
*
—Pero antes de iros, ¿quiénes sois?
—Somos pocos, nos hemos ido recogiendo por el camino. Nos veíamos con los ojos.
—Ya os veo, sí. Ahora.
—
—Gracias por venir tantos años después.
—A ti, Unamuno.
—Adiós.
—Adiós.