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Hola, Jesús:

Hoy he querido hacer un bizcocho, pero no teníamos harina, así que lo haré otro día.

Rogelio murió el martes, después de dos semanas en el hospital. El martes y el miércoles lloré mucho, pero ayer no.

Hoy sí otra vez.

Me imagino el cuerpo frío, hinchado y muerto de Rogelio al mismo tiempo que su voz y me hace daño. Rogelio tenía una voz bonita, un poco ronca y tartamuda. Me decía al despedirnos querida, siempre es un placer hablar contigo. Y también que podría ver algún día su librería de la que me hablaba siempre y que ordenaba con cariño.

Él ha elegido varios libros más para darme.

Tenemos pendiente ir al Jardín Botánico porque aquel día había mucha cola.

Me habló de una taberna antigua donde se comía bien.

Vamos a ir un día al cine a ver Mujercitas.

Aún tiene que enseñarme la carta que escribió para él Caro Baroja y que tiene guardada.

Pero ya no me la va a enseñar porque se ha muerto y ya nunca voy a verle.

Voy a escribirte ahora algo bonito, para no llorar más.

Estos días observo a los pájaros que vienen al jardín.

Casi siempre hay dos mirlos y una urraca. He llamado a los mirlos Turdus y Merulo y la urraca es Ana. He aprendido cómo es el canto de los mirlos en tres situaciones: cuando están contentos, cuando se aparean y cuando creen que hay algún peligro. Si se acerca Ana a ellos la pareja de mirlos hace ese último canto. Intentan espantarla. Si no hay peligro hacen un sonido muy bonito, un poco loco, algo desigual, imprevisible, como el vuelo de las golondrinas, que no sabes.

He aprendido eso hoy junto a lo que te he dicho de los pangolines y los armadillos.

Hoy ha sido un día de aprender sobre ellos.

He empezado a poner un cacito de agua en mi ventana por si ellos, los pájaros, Turdus, Merulo o Ana, quieren venir.

Espero.

¿Cómo estás?

¿Qué has hecho hoy?

Te quiero mucho, te quiero mucho, te quiero mucho.

*


Una nevatilla (en Vetusta, lavandera) brincaba a los pies de Ana, sin miedo, fiada en la agilidad de sus alas: daba vueltas, se acercaba al agua, bebía: de un salto llegaba al seto, se escondía un momento entre las ramas, por pura curiosidad, volvía a aparecer: quedó inmóvil un instante, como si deliberase: y de repente, como asustada, por aprensión, sin el menor motivo, tendió el vuelo.

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