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Mientras tantoA cabezazos

A cabezazos


 

Da igual que sea septiembre o julio. Hay una pregunta que me asalta siempre cuando menos me lo espero: en mitad de la noche, esas noches de insomnio y de mirar al techo. O cuando dejo la mirada pérdida en el metro mientras las estaciones pasan de largo. O mientras leo, porque también cuando leo me da por pensar, ya sea en el metro o en mitad de la noche. ¿Qué sería de no ser yo? ¿Sería periodista y estaría escribiendo alguna de mis crónicas? ¿Sería una abnegada esposa? ¿Me dedicaría a la vida contemplativa? ¿Qué sería?

La verdad es que bien podría haber sido cualquier cosa. De hecho nunca tuve una vocación firme de nada. Ni heladera como decía mi sobrina a los 11 años, ni enfermera, ni siquiera esposa. ¿Qué quieres ser de mayor? Nada -decía-. Si en el colegio me preguntaban entonces no tenía más remedio que improvisar; unas veces decía que maestra, otras que secretaria. Nunca dije que escritora. Esa idea empezó a rondarme luego cuando descubrí a Jo March, pero entonces no lo sabía. Yo solo quería ser como Pipi Calzaslargas, y escribir cartas a mis hermanos cuando se iban a Inglaterra a aprender inglés, y comer helados y leer tebeos por las noches. Luego cuando crecí me dejé convencer por mi familia, ¿Periodismo? ¿Quieres estudiar Periodismo? Hombre no… es que yo a ti no te veo como reportera -decía mi padre-, mejor algo con más salidas, algo que te permita trabajar en una oficina de 9 a 15, y sino estudia unas oposiciones. Para ti, lo mejor es eso: prepararte unas oposiciones y a vivir tranquila. Y si te gusta escribir, pues escribe, porque para eso no necesitas estudiar Periodismo, para eso no necesitas nada, solo escribir. Todavía creo oírle. Nada.

Durante un tiempo dejé aparcado esto de escribir, también lo de las oposiciones, trabajaba en una editorial en el departamento financiero, que más se podía pedir. Para eso me había servido estudiar Economía. Escribía informes, preparaba los impuestos, a mi mesa llegaban cerros de facturas. Era una especie de Tippi Hedren con traje de chaqueta y moño lleno de pájaros. Pero más que los impuestos, lo que me gustaba de verdad era dejarme caer por las redacciones, las prisas de última hora, los cierres. Y soñar. Me veía allí sentada, en una oficina de paredes blancas, y desorden estudiado, donde lo único importante era ser una redactora más, y escribir, escribir sin fin.

Es ahora pasado el tiempo, y todavía echo de menos aquel ambiente tan glamuroso de las revistas de moda: las sesiones fotográficas, las revistas de motos, los moteros. Tal vez lo único. En Italia dicen que cuando “si chiude una porta, si apre un portone”, y la mía se cerró de golpe: la crisis, algunos tumbos, y la escritura como único modo de gritar sin voz. El recuerdo de mi padre aquel verano en la playa (“¿por qué no escribes?”) supongo que ya se dio cuenta de que languidecía como languidecen las flores que se olvidan en un jarrón. Mis titubeos al principio, y el empujón definitivo, casi una patada en el culo, de quien nunca estaré lo bastante agradecida, antes de empezar de nuevo. Y ahora, estos pensamientos que me asaltan en mitad de la noche, a todas horas, ya sea septiembre o julio. ¿Cómo hubiera sido mi vida de no ser lo que soy?

Cada día es más fuerte mi convencimiento de que la vida es así, de que a veces todo tiene que volar por los aires, ¡pum! estallar en mil pedazos, para como decía Lampedusa, volver a empezar, esta vez desde el principio, porque “El pasado es una historia que nos contamos a nosotros” para engañarnos, aunque a veces se nos olvide, como me sucede a mí ahora.

 

 

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Foto: Tippi Hedren

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