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A costa de los bárbaros

 

Unos días de los que nos acordaremos siempre

 

Digresión (aunque no tanto, que vamos de Leónidas)

A UN DENTISTA

 

 

Hay días en los que el cine dice poco. Y eso que, por ejemplo, “Unos días para recordar” (“¡Que te cures!”, en el original), es un rato agradable, que se vive mejor en el cine que fuera, con la población quejándose y echándoselo en cara a los pocos que se enfrentan y se empeñan en algo. ¿Pudor? ¿Vergüenza? ¿Sentimiento de culpa? ¿O es que nos gusta quejarnos y sobra quien se pone a otra cosa? A Pierre, con la cara del actor Gérard Lanvin, lo han puesto en cama. Modalidad salto en pijama sobre el Sena. No recuerda qué le ha sucedido. Se baraja la posibilidad de un acto criminal. Poco plausible. Lo que es, que no va a poder moverse en algún tiempo. ¡Y suerte que está en Francia y que en Europa, últimos minutos, cuidan a sus enfermos! Se detiene la existencia y el paréntesis da para ver a la familia, las desgracias nunca vienen solas, la policía, amigos… El lecho del enfermo es la Ocasión Social por excelencia.


 

Comedia amable, divertida, en la que la tasa de buenismo -ese impuesto que le exige el ciudadano bien pensante, ¡qué daño hacen los buenos!, al cine, a la política, a la vida- es aceptable: se resume en el chapero salvador, en la enfermera “de color” y en el color que da la niña que usa tu habitación como la propia: “pasa, niña”.


Salimos a la calle y ahí está todo el mundo. “¡No hay derecho! Seguridad Social, atención sanitaria, educación, ayudas. ¡Viven mejor que nosotros!”

Hay un rumor de bárbaros cercando las fronteras. Ruido. Ruido. Y la gente en sus casas, esperando a los bárbaros. Error. Están aquí. Unos, los más, porque les hemos invitado.

 

 

Esos bárbaros son como los vampiros: sólo entran si les dejas entrar. Y, paradoja, quien les chupa la sangre somos nosotros. Los llamamos. Vienen. Y luego nos quejamos de los bárbaros. Que llegan de lo suyo. Se traen, con la fuerza de trabajo, creencias, costumbres, agobios económicos. Viene el bárbaro a eso. A remediarse. No es bonito de ver. La estrechez no es estética. El bárbaro molesta: la música muy fuerte, el día a voces, las violencias del Este, el velo, que es verdad, además, que el bárbaro da miedo y más desde que ejerce a las claras de bárbaro, dinamitando Budas, destrozando frisos a martillazos y asesinando gente. Que no duele cuando se trata de otros bárbaros, pero es que no hay medida, no se conforman con eso: Hacienda somos todos. “Yo los enviaba de vuelta a su país”. “Yo lo arreglaba con unas bombas”.  Así llevamos siglos ¿compartir?: arreglando las cosas a trompazos. Ahora no queda otro remedio. ¿Pero dónde pegar? Los tenemos, fuera y dentro, a los bárbaros.


 

En la distribución de la riqueza es en lo que piensan los otros bárbaros, los menos, que están aquí también. Que viven con nosotros. De nosotros. En la distribución de la riqueza piensan, de la noche a la mañana. Para que no la haya. Vayamos a lo serio. En España el IRPF se queda sin los más ricos: según la prensa, ha bajado, en seis años, un 47% el número de “ricos” que declaran. ¿Es que se han hecho pobres los más ricos? Nada que declarar. En su momento Europa al bárbaro, al sátrapa, le puso las Termópilas.


A falta de “El león de Esparta” (Rudolph Maté, 1962)


 

Ahora no puede ser. Se intenta y a Leónidas (no sé si queda claro); a Leónidas, como estamos haciendo con los kurdos; a Leónidas, que lo dejamos solo, vemos cómo le cobran la sangre de sus 300 espartanos y aplaudimos. Como aplaudimos la intervención en el Oriente Medio, en la antigua Yugoslavia, en Afganistán contra “los rusos”. No vendrán por nosotros mañana: ya han venido. Con unos y con otros, los menos y los más -la culpa es sólo nuestra-, caemos bajo el peso de los bárbaros.

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