Cuando en ocasiones confieso que uno de mis libros favoritos es Orgullo y prejuicio noto que los que me rodean interpretan que soy un pelín cursi. Si alguien piensa que Jane Austen es cursi habrá que pensar que no la ha leído bien. Por otra parte, los que sí lo han hecho pero sólo se han quedado con la historia de amor tampoco se puede decir que hayan aprovechado del todo la lectura. Sería muy recomendable que todas las defensoras del feminismo leyesen a esta gran escritora. Sabemos que ser feminista nunca ha sido fácil, pero lo es más en el siglo XXI que a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Entonces, la soltería era sinónimo de fracaso. La educación, la ambición y el trabajo eran cosas de hombres. Y, a pesar de eso, hubo mujeres como Austen, muy adelantadas a su tiempo, que no aceptaron que la sociedad las encerrara en sus clichés absurdos.
Cuando se habla de literatura feminista el gran referente suele ser Virginia Woolf. Y lo es. Una habitación propia es, seguramente, uno de los mejores libros feministas de la historia. Pero nadie debería olvidar que Woolf nació bastantes años después de la muerte de Jane Austen. Exactamente 65. Es decir, existe entre ellas más de medio siglo de diferencia. Se le concedió el maravilloso regalo que es el paso del tiempo, que a veces trae consigo la libertad. Lo que Woolf creó no podía crearlo Austen. La posibilidad que tuvo la primera de firmar sus obras no la tuvo hasta finales de su vida la segunda. Por eso reconoce el papel fundamental que tuvo su predecesora. Refiriéndose a ella y a Charlotte Brönte, afirma: “De todos los miles de mujeres que escribieron novelas en aquella época, sólo ellas desoyeron por completo la perpetua amonestación del eterno pedagogo: escribe esto, piensa lo otro. Sólo ellas fueron sordas a aquella voz persistente, ora quejosa, ora condescendiente, ora dominante, ora ofendida, ora chocada, ora furiosa, ora avuncular, aquella voz que no puede dejar en paz a las mujeres, que tiene que meterse con ellas”.
Aunque en sentido estricto no puede hablarse de feminismo en las novelas de Jane Austen, sí podemos afirmar que fue una de sus precursoras. Austen rompe con los convencionalismos y presenta mujeres fuertes y decididas. Por eso es tan importante analizar a las protagonistas de sus novelas y no atender únicamente a las relaciones románticas en las que se ven envueltas. No hay Jane Austen sin un gran personaje femenino. Sin una Elizabeth Bennet o una Anne Elliot no puede entenderse a la escritora. Son mujeres astutas, bondadosas, valientes, reflexivas y valerosas. Todo lo que ella era.
Que sus novelas incluyan una historia de amor no significa que sus escritos no tengan carácter pro-femenino. Claro que hay amor en sus libros, ¿cómo no iba a haberlo en una época en la que casarse era casi la única forma de alcanzar la libertad? Aunque lo fundamental de sus obras son sus protagonistas, no puede entenderse Orgullo y prejuicio, Emma o Persuasión sin un hombre. Para ser mujer, entonces era necesario estar junto a un hombre. Lo que esto demuestra es, sencillamente, que la vida corría y funcionaba de una determinada manera. Es una realidad. Que nos guste más o menos es otra cosa.
El matrimonio es un tema recurrente en sus obras por la importancia que la sociedad de su época le daba, pues “era la única forma respetable de que una mujer educada y de escasa fortuna se asegurara el porvenir y, aunque no garantizara su felicidad, era el mejor modo de no pasar privaciones”. No casarse suponía ser una spinster, es decir, una solterona, lo que arruinaba toda perspectiva de futuro para una mujer, que quedaba varada en casa de sus padres sin posibilidad de mantenerse a sí misma.
Lo diferente de estas historias, sin embargo, es que las protagonistas no aceptan a cualquier hombre que les pueda proporcionar un buen porvenir. Sus figuras femeninas no son personajes pasivos que esperan a ser elegidas. Toman sus propias decisiones y no entienden a las mujeres que no lo hacen. Como dice Elizabeth Bennet, personaje principal de Orgullo y prejuicio, “en ningún momento pudo imaginar que fuera posible que, llegado el momento, sacrificara cualquier otro sentimiento por alcanzar una cierta comodidad material. Charlotte… la mujer del señor Collins… ¡era una idea de lo más humillante! Y al dolor de ver a una amiga echando a perder su vida y hundiéndose en su consideración, se añadía la angustiosa convicción de que era imposible que esa amiga pudiese ser mínimamente feliz con lo que le había tocado”. Las protagonistas de las novelas de Jane Austen no renuncian a su libertad por un hombre. El dinero y la posición social, tan fundamentales para el porvenir de una mujer de ese siglo, no son suficientemente importantes para ellas como para sacrificar su propia libertad.
Me pregunto muchas veces qué habría hecho yo si hubiese nacido en esa época. ¿Habría sido capaz de tener la valentía que ellas tuvieron? Lo dudo mucho. Seguramente me habría rendido ante el silencio que se les imponía a las mujeres. Mi voz, como la de muchas de ellas, habría quedado enjaulada entre las herméticas paredes del pensamiento. Solo unas pocas tuvieron el coraje de romper con ellas y de encontrar, entre las grietas, pequeños huecos por los que dejarse oír. “No soy un pájaro, y ninguna red me atrapa, soy un ser humano libre” (Jane Eyre), “Mi valor aumenta cuando tratan de intimidarme” (Orgullo y prejuicio).
Jane Austen murió a los 41 años, soltera y sin descendencia. Sir Walter Scott escribe en su diario: “Leo de nuevo, por tercera vez, la más hermosa novela de Jane Austen, Orgullo y prejuicio. Esta joven mujer tiene un gran talento para describir las relaciones, los sentimientos y los personajes de la vida cotidiana, lo que para mí es lo más maravilloso que jamás he visto… el exquisito toque que da a los hechos de la vida cotidiana, y los interesantes personajes descritos con autenticidad y sentimiento es algo que a mí me ha sido negado. ¡Es una pena que una criatura tan extraordinaria muriera tan pronto!”.
La elegancia de Jane Austen, su capacidad de ver aquello que los demás no veían, su talento para ahondar en los distintos caracteres, la profundidad de sus análisis, su agudeza y su ironía mordaz hacen que catalogar sus obras como novelas “románticas” sea una infravaloración y un despropósito. Su grandeza está, sobre todo, en que, a pesar del siglo en el que nació, su pensamiento libre corría y hasta volaba por delante de su tiempo con una rapidez sorprendente.