Nigeira Rentería es negra. Negra de piel, negra de identidad. Nigeria Rentería, parece increíble, es la primera mujer afrodescendiente con un cargo de cierto nivel en el gobierno colombiano: es la nueva consejera para la Equidad de la Mujer. Claro, que no la han nombrado ministra, ni juez, ni presidenta del Parlamento, pero algo es algo.
En una reciente entrevista reivindica su negritud –ese término dignificado por estudiantes afrodescendientes en París con Aimé Césaire a la cabeza-. Sin miedo, sin eufemismos. “En la universidad, frente a mí, la gente solía hablar despectivamente de los negros. Yo les preguntaba: ‘¿No se dan cuenta de que soy negra? Respondían: ‘No, tú no eres negra, eres mulata, morena, etcétera’. Les exigí que me dijeran negra”.
Que el concepto biológico de raza es un invento británico del siglo XVIII para justificar el lucrativo comercio esclavista ya no es un secreto. No hay razas, pero sí hay una afrodiáspora que en América Latina tiene profundos significados. Primero, por la brutal discriminación racial a la que siguen sometidos.
Sigo con el ejemplo de Colombia donde la discriminación pasa por la invisibilización. Allí, por ejemplo, hasta 1993, sólo había 600.000 afrodescendientes, según, eso sí, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). En el año 2001, en un reportaje del diario El Tiempo se exclamaba: “¡Son 10 millones y medio!”. Es decir, se pasó de 600.000 a 10 millones por un cambio en la “metodología” y en la institución que medía. En esta ocasión era la Dirección Nacional de Planeación y ésta aseguraba que las y los negros sumaban, en realidad, el 26% de la población total de Colombia y que el 80% de éstos vivían –y viven- en la pobreza. “Somos invisibles, jamás verá a un número significativo de afrodescendientes en cargos ejecutivos, ni en puestos importantes de la administración pública, ni en las empresas, ni en las universidades…”, me explicaba amargamente hace unos meses Juan de Dios Mosquera, director del Movimiento Nacional por los Derechos Humanos de las Comunidades Afrocolombianas (Cimarrón).
Las poblaciones negras de América tuvieron su momento, fue el de la alianza con los otros desheredados del desarrollo capitalista atlántico del siglo XVIII y XIX. Junto a marinos, prostitutas, servants europeos (especialmente irlandeses) y bucaneros, los cimarrones se rebelaron en decenas de ciudades de las Américas coloniales, crearon lo que se conoce como zonas autónomas temporales (ZAT) en las que primaban unas reglas del juego libertarias; fueron clave en la consecución de la independencia de lo que hoy conocemos como Estados Unidos y dieron lecciones inolvidables (e imperdonables por la blanca Europa) en Haití…
Nigeria Rentería ya ocupa un cargo y lo que hay que esperar es que no sea ni una excepción ni la cuota étnica del Gobierno de Juan Manuel Santos, tan hábil en esto de las formas democráticas y las realidades del gamonal. Si sólo sirviera para que el 26% de la población colombiana fuera un poquito más visible, algo habríamos avanzado. Que pálido es el panorama, aunque en Washington haya un presidente negro queriendo ser blanco.
Para enegrecerlo un poco, va un fragmento de un monumental poema de Césaire (de Cuaderno de un regreso a un país natal, 1939):
«Y ahora que estamos de pie, mi país y yo, con los cabellos al viento y mi pequeña mano ahora en su puño enorme y la fuerza no está en nosotros sino por encima de nosotros, en una voz que barrena a la noche y a la audiencia como la penetración de una avispa apocalíptica. Y la voz dice que Europa durante siglos nos ha cebado de mentiras e hinchado de pestilencias,
porque no es verdad que la obra del hombre haya terminado
que no tengamos nada que hacer en el mundo
que seamos unos parásitos en el mundo
que basta que nos pongamos al paso del mundo
pero la obra del hombre ha empezado ahora
y falta al hombre conquistar toda prohibición
inmovilizada en los rincones de su fervor
y ninguna raza tiene el monopolio de la belleza, de la inteligencia,
de la fuerza
y hay sitio para todos en la cita de la conquista y ahora sabemos que el sol gira alrededor de nuestra tierra iluminando la parcela que ha fijado nuestra sola voluntad y que toda estrella que cae del cielo a la tierra a nuestra voz de mando sin límite».