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A la sombra de Faba

 

 

Me llamo Gabriel Faba y estoy harto de estar en la sombra. ¿Se ha preguntado algún avispado lector por qué la ilustración de cabecera de este blog tiene una estructura de tres módulos? Yo puedo dar la respuesta. El título provisional con el que contaba este embrión bloguero era -en homenaje a Machín- Tres ventanas para ti; como un saludo al hipotético lector, mirón o paseante, que quisiera acercarse, de cuando en cuando, a comprobar por sí mismo qué músicas andaban sonando en las fiestas o los funerales de esta Huerta del Retiro.

 

La primera ventana del título hacía referencia a la Ventana televisiva, de la que habría comentarios, reflexiones y críticas. La segunda iba a ser la Ventana internáutica,  desde la que se reseñarían los lugares más inquietantes, sugerentes o perturbadores, que en la red pudieran hallarse. La tercera, y aquí entro yo, sería la Ventana pictórica. Porque necesito que sepan que me llamo Gabriel Faba, y soy pintor; y, a diferencia de mi hermano mayor -Julio José- yo sí estoy vivo.

 

Sobre el papel todo estaba perfectamente distribuido, Julio José mandaría, desde su Huerta del Retiro, las crónicas televisivas (y algunas de sus indagaciones en la  navegación internáutica) a través de Federico Yostick (su amigo webmaster de los muertos); quien, a la par, sería colaborador suyo en la ventana internáutica. Y, en tercer lugar, yo me encargaría algunas semanas de abrir mi ventana artística, tanto con algunas de mis imágenes como con comentarios extraídos de mi Diario de a bordo (un cuadernito de Siena con tapas de madera de roble, y páginas de papel verjurado color caki, en el que tomo mis anotaciones con tinta de plata, y que cierro anudando el cordón de cuero que perfora su lomo de piel de ante).

 

Pues, ¡Nanai de la China!, ¡papel mojado!, ¡nada de nada! ¿A que ni siquiera ustedes, fieles devotos de esta capilla profana de las palabras, sabían siquiera de la existencia de Gabriel Faba? Además, llevo cinco meses sin pintar, porque he tenido que dedicarme a editar y aprender a colgar los textos de mi hermano Julio, y su fiero amante Yostick, quien ya ha publicado dos obscenas colaboraciones. Y yo, el tonto Gabriel, no he tenido tiempo ni ocasión para presentarme ante ustedes, y abrir de una vez por todas la ventana de mi cuarto.

 

Al tiempo que mi hermano Julio ha ignorado mi nula colaboración protagonista en su blog, él se ha dedicado a crear nuevas secciones: El correo de Faba, donde publica  textos que recibe en su correo electrónico, de amigos o antiguos discípulos. Y, por si fuéramos pocos, le ha abierto la puerta a otro amigo suyo -un tal Homo Faber– para que pueda colgar sus críticas de teatro en este mismo espacio.

 

Así que hoy no he podido resistir más la humillación y el sufrimiento continuo, por seguir a la sombra de Faba, y me he dicho: “O aquí jugamos todos, o rompemos la baraja”, que para eso soy yo quien sube los posts, y sin el que ninguno de ellos podría decir nada en esta huerta de palabras. ¡Estoy del primogénito difunto, de su amante el  webmaster, de ese crítico lisiado a palos y de todo el coro de sátiros y poetillas hasta el mismísimo carboncillo: ¡Abusones!

 

¡Je, je!, también yo tengo mi carácter. No se crean que soy un pusilánime, por no haber tomado esta decisión de comparecer en público, mucho antes. La tarea de subir fotos a este blog no es nada fácil. Espero que pronto tengan ocasión de conocer mi trabajo de pintor y dibujante más detallada e íntimamente; porque si consigo aprender cómo hacerlo les invitaré a verme pintando en las tardes de verano, y les iré contando y mostrando cómo progresan mis obras a diario. Quizá haya alguien interesado en asomarse. La curiosidad animal no tiene límites.

 

De momento, y como despedida de este post, a modo de tarjeta de visita, les inserto un dibujo al pastel. El tema del cuerpo me apasiona. Como no tengo modelos, me dibujo desnudo, mirándome a mí mismo, o reflejado en un espejo. Se trata de un Desnudo crepuscular; pues me siento a dibujar media hora antes de que anochezca, y abandono el trabajo cuando el cuarto y el papel quedan en sombras.

 

 

 

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