No sé si el escritor francés Michel Houellebecq seguirá secuestrado o no. Quizás esté en la costa de Almería o en el desierto, o en algún punto de la isla Reunión, aquel islote francés de ultramar en África junto a Madagascar donde se paga en euros.
No lo sé.
No sé cómo estará viendo y viviendo la realidad de la pandemia global.
Pero muchos pensamos que él puede ser uno de los que novelen lo que ha ocurrido y está ocurriendo.
En los círculos ubequianos, según leo en los círculos ubequianos, se habla mucho de ello. Las diferentes asociaciones no desaparecidas de línea hulebequiana lo comentan. Destacan, sobre todo, dos elucubraciones sobre por dónde puede ir la nueva novela que publique si publica Houellebecq.
Unos se imaginan al personaje principal deambulando por las calles de Occidente. Es Navidad o la noche de San Juan, tiempos donde antes había fiesta y goce. Las restricciones para controlar el virus son rígidas, el virus sigue matando. Los jóvenes, sobre todo los jóvenes, se saltan las normas como pueden, dejándose llevar por el hedonismo y la búsqueda del placer, se juntan, beben, ríen. El personaje principal observa a las chicas, medias y faldas, maquilladas maravillosas, viendo los labios, nariz y boca con las mascarillas por el suelo. Ve besos. Las hogueras en las playas frente a los chiringuitos, parejas o tríos tras las dunas y entre vasos vacíos. Los vasos humeantes de vino caliente entre los guantes en invierno. El personaje vuelve a casa, se lava las manos, cuelga el abrigo solo, llama a Ana y Ana no responde. Enciende la televisión y se da noticia, la primera noticia de los chalecos blancos. Los chalecos blancos han empezado los blancos disturbios en varias ciudades centrales de Occidente. Están impidiendo la apertura de los bares. Los policías antidisturbios aguardan. Cientos de miles de personas hacen filas e hileras para evitar que estos lugares puedan abrir y servir. Una periodista pregunta. Responden que ante la inactividad de los gobiernos han decidido cerrar (impedirán abrir) ellos mismos los bares y espacios similares, focos de contagios, focos de muerte. Todo está claro. El personaje principal vuelve a llamar a Ana y ella le dice que vaya. No tendrá otra opción que saltarse el toque de queda impuesto desde hace dos años y medio en el país. Quizás se ponga un chaleco amarillo para no ser confundido con los radicales blancos.
Otros se imaginan a Houellebecq describiendo el panorama político durante los muchos años de la pandemia. Partidos nuevos que reemplazan a los viejos. La izquierda y la derecha y el centro desparecieron en 2021. Ahora, todas las medidas posibles, las campañas electorales perpetuas, giran en torno a la enfermedad y cómo afrontarla durante décadas. Etc.
Etc.; etc.
Etcétera.
La tradicional lucidez de los depresivos, descrita a menudo como un desinterés radical por las preocupaciones humanas, se manifiesta ante todo como una falta de implicación en los asuntos que realmente son poco interesantes. De hecho, es posible imaginar a un depresivo enamorado, pero un depresivo patriota resulta inconcebible.
Las partículas elementales, M. H.