«Es posible que la nota de suicidio exista desde la Antigüedad, quizá desde tiempos tan remotos como el Antiguo Egipto. Alcanzó notoriedad en su forma moderna y reconocible en la Inglaterra del siglo XVIII como consecuencia de los procesos de alfabetización y el rápido auge y difusión de la prensa escrita. Lo peculiar de las notas de suicidio dieciochescas es que la gente que tenía la intención de quitarse la vida acostumbraba a enviarlas a los periódicos, como vimos en las últimas voluntades de la familia Smith. Así pues, la nota de suicidio moderna es, en origen, una publicación, un acto intensamente público, una perversa pieza publicitaria. Las pruebas históricas deberían hacernos reflexionar cuando, como suele ocurrir hoy en día, envolvemos la nota de suicidio en un manto de secretismo y la consideramos del dominio sacrosanto de cónyuges o familiares. Puedo serlo a veces, pero a menudo no lo es.
En efecto, el deseo de mantener en secreto los detalles de un suicidio resulta cuestionable. Como todo el mundo sabe, el Golden Gate es un destino popular para los suicidas. Sin embargo, todos los suicidas saltan del lado del puente que mira a la ciudad de San Francisco. Nadie quiere saltar del lado que da al océano Pacífico. Curioso, ¿no? Se trata, a menos que uno acepte que el suicidio es con frecuencia un acto público, de un acto publicitario. Este detalle quizá nos permita explicar la popularidad de ciertos lugares entre los suicidas, como el puente de Brooklyn, el cabo Beachy en la costa meridional de Inglaterra, el viaducto de Bloor Street en Toronto y los hoy muy vigilados y vallados puentes que cruzan las gargantas de la universidad de Cornell, al norte del estado de Nueva York, destino popular entre los suicidas de la Ivy League.
La nota de suicidio es, por tanto, una forma de mostrarse, el síntoma de un exhibicionismo premeditado. Cierto es que, para sus lectores, las notas de suicidio son una especie de pornografía. Nos vemos convertidos en voyeurs de un estado mental oculto o prohibido y las notas ejercen una especie de atracción morbosa. Pero eso no significa que no debamos echar un vistazo. Podríamos aprender algo. También es verdad que el exhibicionismo de la nota de suicidio suele ser un rasgo característico de las personas melancólicas o deprimidas. Lo curioso de los melancólicos -que, no lo olvidemos, somos muchos de nosotros- es que, lejos de quedarse callados, suelen proclamar interminable y locuazmente sus propias penas a los cuatro vientos».
Simon Critchley, Apuntes sobre el suicidio, Alpha Decay, 2016.