Dicen los cronistas oficiales, los del reino que aún es, que Brasil es una potencia. También nos dicen que Lula es el padre de una nueva clase media, Dilma la madrastra de un liderazgo indiscutible y que los brasileños tienen el encefalograma plano, excepto cuando se trata de “jogar futebol”. Allá usted si se lo cree.
Ya somos mayorcitos y mayorcitas como para saber que los medios de comunicación comparten torre de cristal y burbuja de amianto con las élites y los mitómanos y que la distancia que los separa de la realidad cada día se multiplica por sí misma.
Brasil es un gigante con pies de barro, un proyecto imperial (con aspiraciones prusianas) (d) escrito con precisión por militares de ese país a mitad del siglo XX. El teniente Mario Travassos o el general Golbery do Couto e Silva son padres de esa escuela geopolítica que engarza el control económico del triángulo andino y de la Amazonía como claves del proyecto expansionista brasileño. Brasil, en ese sentido es un mal aliado porque el hipér nacionalismo marca una política arrodillada a poderes económicos monumentales apoyados en el extractivismo (minería, agroindustria y, muy pronto, en el brutal bloque petrolero que se está cocinando en el Atlántico) y en las megainfraestructuras (dentro y fuera de sus fronteras con empresas como Odebrecht a la cabeza).
Por eso, el “neodesarrollismo” brasileño, que así lo autodenomina el Gobierno, es una farsa gigante que está dejando millones de excluidos mientras avanza en forma de PAC (programas de aceleramiento del crecimiento). Eso es lo que supura en las protestas alrededor del Mundial de Fútbol y, sin duda, de los juegos olímpicos de Rio. Un pueblo hastiado de mentiras, de violencia social, de la concentración de las tierras, del modelo cuasi medieval de los estados más remotos, de sobrecostos y minisalarios, de supervivencia en el extremo mientras la propaganda oficial difundida desde O Globo o desde los medios internacionales convencionales hablan de un “milagro” que para ellos es un “más de lo mismo”.
El analista Raúl Zibechi, uno de los más interesantes para interpretar las Américas desde una posición subversiva no paquidérmica, señala que este falso “milagro” es “posible gracias a la alianza de un sector decisivo del movimiento sindical y del aparto estatal federal con la burguesía brasileña y las fuerzas armadas”. Quizá por ello, en videoconferencia, el periodista independiente Heriberto Paredes, insistía en cómo la policía se ensaña con aquellos grupos que no forman parte del ecosistema consentido de protestantes (entre los que estarían el MST o el MTST). La criminalización y la violencia con la que el Estado responde a los nuevos grupos emergentes trata de mantener el estatus de poder-contrapoder que ha permitido al Partido de los Trabajadores gobernar para la derecha haciéndose ver de izquierdas; que funciona gracias al reparto masivo de “bolsas” (transferencias económicas condicionadas) a amplios sectores de la población a cambio de su docilidad.
Brasil es una olla a presión y megaeventos como el Mundial son un escenario propicio para pequeñas explosiones del vapor que acumula en las goteras de su falso desarrollo basado en un crecimiento macroeconómico tan grande como mal repartido.