En un punto de clivaje semejante, las preguntas se hacen solas: a un cuerpo que es necesidad ¿retorna el deseo?, ¿ninguno de estos tipos piensa que quizá el beneficiario atraviese una crisis descomunal?, ¿ninguno de estos tipos piensa que quizá el beneficiario no quiera saber nada de operaciones?, ¿alguno de estos tipos se pregunta por las ganas de vivir que tendría el beneficiario de una operación que casi con seguridad degradará su singularidad?, ¿por qué sobrevivir, en general?, ¿qué significa sobrevivir?, ¿cuál es la obligación de sobrevivir? (…)
A contramano de la infección religiosa, ablandado en su omnipotencia, se somete al albur del extrañamiento que una tarde recuerda a la niña sin pies de que en La Zona de Tarkovski mueve los objetos con sólo mirarlos.
Se dice que el carácter desapercibido del cuerpo propio tributa en la tradición del modernismo filosófico europeo y sus desinencias. Pero en el interior de un universo de discurso que insiste en el derecho al placer, el cuerpo es el órgano de esa insistencia.
Presupuesta la satisfacción, el cuerpo se convierte en un medio que desaparece cuando mejor funciona.
O mejor: el deseo afecta al cuerpo, que tiene la deferencia de no hacerse notar.