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A propósito de la burra Emilia

 

 

Si ya hubiera encontrado el estereotipo que mejor me vista, empuñaría los patrios abanicos y comenzaría a glosar las grandezas de España, que no dudo que sean muchas, tantas como mi pereza. Pero a mí, que no me gustaría terminar como columnista sino como reportero, se me ocurrió al pasar por la plaza do Toural –en la que un hombre sujeta una enorme bola de piedra vinculada a la virginidad estudiantil de Compostela– que las trastiendas de las ciudades son más jugosas que las entretelas nacionalistas. Por donde un rato después se deleitarán los turistas y los peregrinos (me resisto a pensar que sean forzosamente lo mismo) merodean las camionetas con las bombonas para que el pulpo sea a feira y los repartidores acarrean rascacielos de cerveza para cuando la patata atraviese a regañadientes el gaznate. Lo mismo con la burra Emilia, que no estaba embarazada sino gorda para disgusto de los vecinos de A Toxa, concejal de Medio Ambiente inclusive. A muchos les parece que la actualidad no es para tomársela a broma. Eso me sucede a mí también con la realidad.

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